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Entre la Historia y la Memoria

Parafraseando a distintos historiadores (Julio Aróstegui, Julián Casanova, Enrique Moradiellos, Santos Juliá, Juan S. Pérez Garzón o Francisco Espinosa), podemos decir que estamos en el “tiempo de la memoria, en una cultura de la memoria, en un boom de la memoria o bajo el imperio de la memoria”.

En paralelo a ello, asistimos a un auge de la divulgación de la Historia, son varias las revistas, numerosas las novelas, los ensayos, las películas, las series, los documentales o los canales temáticos que ponen su atención en tiempos pasados, especialmente recientes; a nivel institucional también se aprecia una atención especial por la recuperación del patrimonio histórico, entendido más allá de una perspectiva monumentalista, resaltando conmemoraciones históricas, a través de homenajes, nombres de plazas, calles o placas recordando a tal o cual personaje, lugar o hecho histórico. No es un fenómeno nuevo, siempre ha habido un interés hacia el pasado, pero nunca, como en las últimas décadas, éste ha irrumpido en el debate socio-cultural, mediático y político-ideológico.

Este interés por el pasado cobra especial relevancia cuando lo aplicamos a tiempos próximos, que forman parte de lo que en la historiografía actual se denomina “Historia reciente”, “Historia vivida” o “Historia del presente” . En el caso español el interés se centra en la Guerra Civil y sus antecedentes –Segunda República-, la Dictadura franquista y la Transición política a la democracia. La preocupación por la recuperación de la memoria histórica trasciende fronteras, está muy presente en países de nuestro entorno geo-político y cultural, así, se pueden citar los casos de Francia (colaboracionismo con la ocupación nazi o colonialismo y descolonización), Alemania (Nazismo y Holocausto judío) y Argentina o Chile (dictaduras militares), entre otros.

Este interés memorialista pretende rescatar y fortalecer identidades, reparaciones de víctimas, una especie de justicia sobre el pasado, el rescate del olvido y la recuperación del papel de personajes y colectivos, de biografías marginadas; el profesor Amalio Blanco lo definió bien “... hay que recordar alejado de la venganza y sin convocar el rencor ni el resentimiento inútil. El recuerdo se convierte así en un deber moral”; el gran hispanista Paul Preston señala es necesario desarrollar “una política de la memoria para no repetir el pasado”. Es interesante, también, tomar en consideración la presencia que la memoria está teniendo en el paisaje, en el patrimonio de nuestros pueblos y ciudades; qué hechos y personajes de ese pasado reciente se han ido incorporando, de qué modo lo han hecho, qué papel tienen en todo ello distintas instituciones (Ayuntamientos, Diputaciones o Comunidades-Ciudades Autónomas), en definitiva, el poder político, pues el Estado desempeña un papel fundamental en la configuración de una memoria sobre el pasado, en la construcción de una identidad nacional ; también qué protagonismo tienen en ello asociaciones o colectivos ciudadanos; quién decide qué lugares, por qué y cómo deben ser preservados para la memoria; distintos autores hablan de “lugares de la memoria” o de “marcas en el espacio”.

Por otra parte, la memoria, en su dimensión histórica reciente, se ha ido convirtiendo en objeto de conflicto cultural, ético y político, más allá de su tratamiento historiográfico. Asistimos a un permanente debate en torno a ella, en especial acerca del pasado reciente y más concretamente en relación con la Segunda República, la Guerra Civil y la represión de la dictadura franquista.

En este artículo queremos centrarnos en las aportaciones que, desde la literatura, se ha hecho en lo que venimos denominando recuperación de la memoria histórica. Aprovechamos, para ello, la ocasión que nos brinda la presencia en nuestra ciudad de Javier Cercas, invitado por la Biblioteca Pública del Estado “Adolfo Suárez” en una de las muchas e interesantes actividades culturales que viene desarrollando, ésta, en concreto, asociada a la celebración, el pasado 23 de abril, del Día del Libro.

En el extenso, rico, diverso y complejo panorama literario español de las últimas décadas, hay un “genero” (“o sub-género”), dentro de la narrativa, que podemos denominar como “memoria histórica”, esto es, todas las novelas que tienen como eje central de la trama nuestra historia reciente ; Javier Cercas ocupa, sin lugar a dudas, un lugar muy destacado en la misma, junto a otros importantes representantes, como Almudena Grandes, Rafael Chirbes, Ignacio Martínez de Pisón, Jesús Ferrero, Dulce Chacón, Alberto Méndez, Ángeles Caso, Juan Iturralde, Joaquín Leguina, Jorge Semprún, o Manuel Rivas; Ceuta, el norte de África y el Campo de Gibraltar han sido escenarios de algunas de ellas, así, podemos citar obras de Carlos Fonseca, Rosario Pérez Villanueva, María Dueñas o Javier Reverte. Si nos remontamos a décadas anteriores, coincidiendo con el franquismo o los primeros años de democracia, podríamos citar a Ana María Matute, Arturo Barea, Ángel María de Lera, Camilo José Cela, Agustín de Foxá, Carlos Rojas, Jesús Torbado, Ignacio Agustí, José Mª Gironella o Josep Plá.

Centrándonos en nuestro invitado de hoy, Javier Cercas, debemos remontarnos a la publicación, en 2001, de Soldados de Salamina, su primera incursión literaria en lo que venimos llamando literatura sobre memoria histórica, a partir de ella, distintas han sido las obras de este autor que podríamos integrar en la misma categoría: Anatomía de un instante, El impostor, Las leyes de la frontera o El monarca de las sombras. Esta literatura recorre nuestra historia reciente, desde la Guerra Civil hasta la Transición, pasando por el largo franquismo.

Sin menosprecio de otras obras, queremos comentar dos de ellas: Soldados de Salamina y Anatomía de un instante. En relación con la primera, muchas cuestiones podrían plantearse, centrada en los últimos momentos de la Guerra Civil y en un personaje histórico, Rafael Sánchez Mazas, destacado falangista y escritor, padre de uno de los representantes de la generación literaria de los cincuenta, Rafael Sánchez Ferlosio, autor de El Jarama; el proceso seguido en la construcción de la novela constituye, en sí mismo, un elemento a destacar, apreciándose muy bien, un cierto carácter periodístico de la obra, el autor nos va desgranando el proceso de escritura y las fuentes utilizadas, personas anónimas que protagonizan la Historia; querría destacar, también, cómo la dramática guerra civil, que siguió, entonces sí, a un sangriento golpe de estado, término sobre el que se está trivializando y utilizando con gran ligereza en relación con la actualidad político-judicial de nuestro país, vino a romper familias y amistades; en la novela se hace alusión a las buenas relaciones personales y profesionales que tuvo el protagonista, destacado falangista, como hemos señalado, con Julián Zugazagoitia y con Indalecio Prieto, importantes dirigentes socialistas, que ocuparon importantes responsabilidades políticas durante la Segunda República y la Guerra Civil, el primero fusilado al final de ésta, y el segundo, exiliado, como otros muchos miles de españoles, tras la misma.

La segunda obra, Anatomía de un instante, podemos considerarla como uno de los mejores libros que se han escrito sobre el golpe de estado (aquí también entendemos que está utilizado el término con rigor histórico-político), afortunadamente fracasado, del 23 de febrero de 1981, sin duda, el momento más crítico de nuestra joven democracia. A mitad de camino entre el ensayo, el gran reportaje y la novela, se trata de una obra coral por la que transitan numerosos protagonistas del acontecimiento en cuestión, brillando, de forma especial, el Tte. General Manuel Gutiérrez Mellado, ejemplo de militar comprometido con la democracia.

Terminamos agradeciendo al autor su importante y rigurosa contribución a la recuperación de nuestra memoria histórica reciente, impidiendo que el paso del tiempo sepulte en el olvido acontecimientos y personajes que deben servirnos para poner en valor, día tras días, la democracia, con sus fortalezas y debilidades, de la que disfrutamos desde hace algo más de 40 años, máxime en una coyuntura política en la que, desde un cierto revisionismo histórico, se pretende normalizar posicionamientos político-ideológicos que creíamos superados.

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