Opinión

Entre fósiles

La geología es una disciplina científica fascinante que tiene entre otras muchas virtudes servir de brújula mágica situándonos en el guión temporal en el que se ha estado desarrollando las etapas de la evolución de nuestro precioso planeta y también de otros mundos explorados dentro de la galaxia (véase el libro “El rumor de los planetas” de Gabriel Castilla). Me considero un simple aficionado en este mundo de imaginación y pruebas contundentes y reconozco que mi enorme falta de formación es insuperable aunque gracias a algunos colegas voy abriéndome paso entre un entramado de datos apabullante que me interesan sobremanera. La historia geológica del planeta me aporta datos imprescindibles para explicar la mayor parte de los descubrimientos científicos que realizo en torno a la aparición y distribución geográfica y ecológica de los corales. Pero en este deambular no voy solo sino que cuento con la inestimable ayuda del geólogo del Museo del Mar y a la sazón divulgador científico sobre estas materias en Ceuta, Paco Pereila que ya saben que aparece quincenalmente en un afamado programa de la televisión local que dirige Beatriz Palomo.
Mi dedicación a los corales y por extensión al grupo de los nidarios, un filo de seres vivos que pueblan los mares y océanos del planeta desde hace miles de millones de años pues forman parte de los primeros registros fósiles de organismos pluricelulares encontrados en la Tierra, me ha llevado a entrar en contacto desde hace años con varios grupos de paleontólogos españoles de organismos nacionales e algún caso también internacional. Debo decir que desde que desperté a las ciencias de la tierra en mi época tierna y enciclopédicamente ignorante, parafraseando al excursionista y escritor del Ampurdá, he quedado fascinado por los fósiles y todavía lo estoy a pesar del tiempo transcurrido; incluso con mi amigo Paco hicimos algún pinito colaborando en un trabajo con los departamentos de estratigrafía y paleontología de la Universidad de Granada que estaba relacionado con el estudio de los fondos de algas calcáreas libres o más conocidos como lechos marinos de rodolitos que tantos datos sobre las fluctuaciones del clima cuaternario ha proporcionado. El caso es que a raíz de la publicación del libro Corales de Canarias en el que participo junto a Alberto Brito, paleontólogos de la Universidad de Granada contactaron conmigo para hacer una colaboración en el que se encontraba implicado unos yacimientos fósiles encontrados en sierras penibéticas de la provincia de Málaga. No me lo pensé dos veces pues por mi afición a las montañas y a las rocas me embarqué junto al profesor Julio Aguirre en esta aventura de conocimiento y emociones gratificantes. Tanto Paco Pereila como Santiago Orduña (biológo ceutí que se está formando como naturalista científico en el museo) me acompañaron en una ocasión y espero que lo puedan continuar haciendo en el futuro. Las sierras que fuimos a explorar están cercanas a las localidades de Casares, Manilva y Gaucín y sus brillantes dorsales calizas jurásicas conforman la columna vertebral de esas montañas.
En ellas se han encontrado registros fósiles de corales tropicales de clara afinidad con el antiguo Tetis que por cierto también están relacionados con otros de la cordillera rifeña y del medio Atlas. Hicimos un estudio preliminar de esta zona pero decidimos dejarlo para más adelante pues realmente lo que Julio se traía entre manos eran unos yacimientos previos a lo que se denomina el periodo cuaternario que fue el que dio lugar al nacimiento de nuestra especie. Una vez llegados al lugar de los hechos con martillo en mano, la cámara fotográfica y las bolsas de muestras bien dispuestas me lancé con deleite a la contemplación de estas maravillas petrificadas y enterradas en elegantes margas de color grisáceo amarillento.
Con un calor levantino y en posición de difícil equilibrio comencé a hacer preguntas propias de alguien que no es geólogo de formación para poderme situar en aquellos montones de arena y piedras sueltas en el que me encontraba y lo mismo tuve que hacer con el otro yacimiento cercano; los geólogos tienen una sólida formación técnico-científica y una capacidad de situación y de interpretación tridimensional del paisaje envidiable. En un principio comencé con la identificación de las formas que observaba y que gracias a mi experiencia con los corales vivos actuales pude comenzar a interpretar más o menos correctamente pues no dejaba de ser un trabajo muy preliminar realizado a pie de monte, la labor más meticulosa se realiza en el laboratorio y el gabinete. Como Julio ya tenía un artículo previo publicado con otros colegas sobre las generalidades del yacimiento fue fácil orientarme en el laberinto de rocas y margas en el que me encontraba.
Después del impacto inicial y las primeras identificaciones de corales y hábitat vino la parte más importante y debo decir que gratificante que no es otra que la interpretación ecológica de los hábitats que estaba observando. Es aquí donde la imaginación del naturalista se pone a funcionar y la intuición toma el relevo de los razonamientos puramente científicos para abrirse paso y situarse, viajando con la mente, en aquél fondo marino del Alborán pliocénico. Pues sí, se trataba de un yacimiento del Plioceno (periodo geológico entre 3 y 6 millones de años), que dio a inicio a una renovada etapa en el Mediterráneo donde volvían a correr aguas desde el cercano Atlántico (un hijo del Tetis pues lo llenó con sus aguas cuando se abrió el mentado océano) y se abría un nuevo horizonte para los supervivientes del aislamiento, desecación y salinización de amplias zonas del mar Mediterráneo. Es también el periodo de desarrollo de los mamíferos modernos entre los que están nuestros ancestros. Después de muchas reflexiones iluminadas por los hallazgos y de conversaciones con Julio tanto en el yacimiento como telefónicas y en su propia oficina en Granada he podido dar a luz al paisaje que conocía gracias al trabajo con los corales actuales casando los datos que aportan los foraminíferos fósiles con la comunidad de corales encontrados.
En el artículo previo, Julio y sus colegas dejaron claro que el yacimiento es la consecuencia de una transgresión marina acaecida en el mencionado periodo que varió sustancialmente la actual línea de costa y mantuvo sumergidas las actuales poblaciones costeras de la Costa del Sol. En fin, un verdadero cambio en el clima provocado por el planeta debido a sus cambiantes condiciones climáticas (todavía está por ver si fue más brusco de lo que se pensó en un principio); huellas de esto hay por otros lugares. La transgresión marina cambió la morfología costera y cubrió amplias zonas de tal forma que posiblemente solo los picos de la sierra que estamos estudiando quedaron sin sumergir. En aquella época remota existió una bahía que desarrolló una rica vida invertebrada asociada a sus rocas más someras, formada por esponjas, gusanos marinos y equinodermos. Un fondo marino detrítico (formado por arenas y restos de conchas de animales y pequeñas piedras) asociado a las grandes grietas que se forman en este tipo de materiales calizos estaba ocupado por corales de varias especies, bivalvos y grandes bellotas de mar. La luz estaba atenuada y su profundidad va desde los 50-60 metros y llegaba hasta los 100-150 metros.
Formaban un nutrido conjunto de especies que se alimentaban filtrando el agua, captando partículas provenientes de los torrentes que traía el agua de los ríos y alimentándose de pequeños animales marchadores en el caso de los corales yacientes en el fondo y de nadadores planctónicos si se trataba de gorgonias; estos fondos son ecológicamente relevantes pues estabilizan los sedimentos blandos y procuran oportunidades a otros pequeños animales y también a las especies de peces que se alimentan en estos fondos peculiares. Un acantilado costero de caliza dominaba una zona y parte de sus bloques caídos alimentaban el fondo de un sustrato mucho más estable que fomentó la aparición de una comunidad de corales ramificados de mayor tamaño asociados a la cercanía de un pequeño cañón submarino. Los bancos de corales blancos y anaranjados, ambos formando colonias ramificadas de cierta entidad, se desarrollaron en este ambiente rodeados de la comunidad anteriormente descrita. Pasear por un fondo petrificado muestra lo efímero e insignificantes que somos en el entramado de la evolución de la vida pero al mismo tiempo y paradójicamente nos hace sentir el pulso de la eternidad en nuestros corazones y nos ofrece indicaciones sobre la propia Diosa Madre que es capaz de encarnarse en múltiples formas del mismo principio.
Caminar por un fondo marino petrificado y llegar a interpretarlo es leer un verso del poemario de Gaia dentro de la inmensa biblioteca cósmica. Siento que nada de estos acontecimientos son casuales pues la dedicación amorosa a la labor precede a la emoción que nos lleva a vibrar y a transitar por senderos ocultos de descubrimientos, una marea psíquica arrolladora tan intensa e irresistible como la propia fuerza de atracción gravitacional.

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