Entre el miedo y la desconfianza

Son las 11 de la mañana en el centro comercial de Parque Ceuta. Muy pocos clientes, la mayoría marroquíes que no se han leído los periódicos y han acudido como cualquier otro día a hacer sus compras a esta ciudad, en la que pueden comprar todo aquello no disponible en el otro lado de la frontera.

Es uno de esos días en los que hay más trabajadores que consumidores, igualados en número ya sólo por el número de vigilantes de seguridad. A esa hora, aún no hay ni rastro de los piquetes que se mueven por otros lugares de la ciudad, a pesar de que el sector servicios es uno de los menos fuertes sindicalmente hablando, principalmente por el bajo número de trabajadores en cada empresa y por los sueldos, más ajustados que en otros sectores como la industria.
En la cafetería del centro comercial, dos trabajadoras sirven los cafés bajo la atenta vigilancia de la propietaria del negocio. Una de ellas, Lorena Fernández, afirma ser partidaria de la protesta: “Sí, claro que estoy de acuerdo con la huelga, pero es que si te descuentan dinero, pues ni te lo planteas”. Sobre si no le importa hacerse una foto para salir, dice que por ella perfecto. La encargada le dice que no, que no está permitido dentro del centro comercial. Entonces la trabajadora dice que bueno, que sale fuera, momento en el que sale otra jefa del negocio y, aliada con uno de los vigilantes de seguridad, se lo prohíben.
El tema del dinero es igual para Sandra Molina, empleada en una de las múltiples tiendas de ropa dentro del mismo centro comercial, vacía en ese momento. “Sí, hoy es un día que parece que va a ser más flojo”, asegura. Sin embargo, le hubiera gustado hacer huelga. “Hemos abierto, pero es que ni pienso faltar al trabajo si me lo van a quitar del sueldo”, asegura.
Tampoco están Cristina y Laura a gusto en la tienda de Movistar. “Es que es mi segundo día de trabajo, empecé ayer, ¿cómo voy a hacer huelga, qué imagen daría? No puedo permitírmelo”, explica una de ellas. La otra dice que que claro que pensaba hacer huelga, que estaba planeado, que lo de perder el dinero no le importaba. “Iba a hacerlo, pero no puedo dejarla sola. Eso sí, por la tarde intentaré salir e ir a la manifestación”, dice la otra compañera.  Lo que aseguran es que, si viene un piquete, no tendrán problemas en cerrar.
Eso es lo que precisamente pasa  no muy lejos, en el centro comercial  LIDL. Llega el piquete y les piden que cierren. Esperan a que salgan los clientes, y echan la persiana. “Ha sido un éxito”, se felicita Jesús Gordillo, delegado sindical de UGT y que se encontraba en la escena. Limpio, hablando, sin ningún tipo de violencia.
Una hora después, sin embargo, el centro vuelve a abrir. Los trabajadores están allí, y los clientes vuelven a entrar. “Desde luego, no ha sido como otras veces. Esta vez han venido sin violencia, hemos cerrado. Pero ya estamos otra vez trabajando”, relata Paola Zamora Fernández. “El problema es que no nos podemos permitir perder ni un sólo día de trabajo, porque nos quitan del sueldo. El 99,9% de las que estamos aquí es por ese motivo, algunas por ejemplo son madres solteras, y no se pueden permitir esta pérdida, aunque sea poco”, opina.
No sólo las posibles pérdidas por faltar un día al trabajo es lo que amedrenta a los trabajadorse a la hora de hacer huelga. Manuel Muñoz Torremocha, cuyo puesto se encuentra en uno de los colegios públicos de Ceuta, lo deja claro: “Estoy totalmente en contra de la reforma laboral aunque haya venido a trabajar”. En su caso, el problema no es lo que puedan quitarle del salario. El problema son los convocantes: “Estoy convencido de que hay connivencia entre los gobiernos y los sindicatos, y por eso no he respondido a su convocatoria. Es el primer año después de cuarenta años en los que siempre seguí las huelgas, pero ahora no”.
Otros se quejan de la desinformación, como Juan Antonio, de la tienda Manolo-Genco, donde todos han ido a trabajar. El piquete entra, uno de los sindicalistas les intenta convencer, y les dice que con esta reforma sus puestos corren peligro. “Ni siquiera sé de qué va la reforma, podían haber pasado hace unos días a informar, y no hoy, ¿no?”, opina. En la misma tienda, la encargada asegura que “aquí se está haciendo todo lo posible por no despedir a nadie, y las horas extras se cobran puntualmente”.

Autónomos... “¿abrimos?”
Algunos establecimientos, ni abren. Es el caso de la cafetería Charlotte, en el Paseo de las Palmeras, en el que no era posible desayunar. En otros, se hace con timidez. Es el caso de la mayor parte de los comercios del paseo del Revellín. Ya desde antes de las nueve y media un refuerzo de agentes de Policía, tanto Local como Nacional, pasean para garantizar la seguridad. Aun así, los trabajadores (sobre todo trabajadoras) entran furtivamente a los comercios, bajando rápidamente la persiana y comenzando su jornada a puerta cerrada.
Hay miedo a los piquetes; normal, si ya se han vivido experiencias anteriores. El Revellín, a las 10 y media, no presenta casi ningún establecimiento abierto. De ropa, como mucho con la persiana a medio abrir. Farmacias, con la puerta de par en par. Y el estanco también lo ha hecho, aunque a las diez. “Soy autónomo y tengo que comer. Si viene un piquete y la cosa se pone fea, claro que cerraré, lo primero es la integridad, pero mi intención es trabajar”, asegura.
De la misma opinión es Yoli, que regenta un establecimiento de comida. “¿Quién da de comer a mi hijo, los sindicatos?”, se pregunta. “Soy autónoma, y tengo que trabajar. ¿Y si no de dónde sacan el almuerzo los alumnos de los Agustinos?”, afirma en un tono de buen humor. Pero, en efecto, su tienda se llena de estudiantes de ESO y Bachiller en busca de un almuerzo. Precisamente, los colegios están abiertos con normalidad, y aunque en alguno de ellos falten profesores y alumnos (muchos padres no están seguros del todo de que sus hijos puedan ser atendido), al final se redistribuyen, si es necesario, los estudiantes por niveles y no hay problema.
Pero a media mañana todos los comercios en los que antes habían entrado furtivamente sus trabajadoras abren con normalidad, y los que quieren (o no tienen más opción por su situación económica), están abiertos, que son casi todos.

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