Colaboraciones

Entre tus brazos

Amanecí otra vez entre tus brazos

y desperté llorando de alegría,

me cobijé la cara con tus manos

para seguirte amando todo el día.

Me despertaste tú casi dormida

tú me querías decir no sé qué cosa

pero callé tu boca con mis besos

y así pasaron muchas,

muchas horas.

Cuando llegó la noche

apareció la luna

y entró por la ventana.

¡Qué cosa más bonita!

cuando la luz del cielo

iluminó tu cara.

Yo me volví a meter entre tus brazos

tú me querías decir no sé qué cosa

pero callé tu boca con mis besos

y así pasaron muchas,

muchas horas...

José Alfredo Jiménez Sandoval

(Canción del cantante mejicano José Alfredo Jiménez Sandoval: «Amanecí en tus brazos...» Fue escrita para Lucha Villa en la década de los sesenta, y todavía sigue siendo una gran canción y es interpretada por la mayoría de los cantantes de habla hispana.)

Me despertó la mañana en silencio entre tus brazos -como dice la famosa canción*- y yo no supe que decirte, porque tu sueño me pareció lleno de una mágica sensibilidad que pareciera que se transmitía a mis pensamientos...

Te miré atentamente mientras dormía, y tuve celos del sueño, porque ya no me pertenecías... Porque tu ser era libre, liberado de mis besos y mi presencia... ¿Por qué río o mar navegarás ahora; por qué campos y montañas andarán tus pasos? ¿Acaso te acordaras de mí y de mi nombre en la libertad inabarcable de los sueños?

Te sigo mirando, y pareces un manantial de energía cósmica, que no parará de emitir señales como los astros que giran impasibles y titilan en la noche... No; no puedo apartar mis ojos de ti, porque en tu abandono, siento la protección de tu amor que se allega hasta mis sienes, y hace que sea una fuente que fluye dentro de tu alma hacia la mía...

Te dejo dormida y desde el borde de la cama toco las sábanas que rozan tu cuerpo, como una tierra agreste donde la maleza crece exultante en el misterio de la vida. Sí; sí, sueña, amor, que nadie detenga tu aventura, libre y alegre, como tus primeros besos, junto a las buganvillas rojas y románticas de la Alameda de Cádiz.

Sin embargo, no puedo dejarte sola y abandonada entre las sabanas del lecho. Existe algo, un presentimiento, una atadura, un compromiso no escrito, que me hace estar sentado al borde de la cama mirándote... Me gustas cuando estás callada y ausente, y viajera en los sueños, lejos del mundo y de mí... Me gusta mirarte cuando eres libre, y mis versos no te llegan y mis besos no te alcanzan... Me gusta estar sentado al borde de la cama y mirarte como si ya no fueras mía, ni de otro, ni de nadie, sólo de ti misma, como los pájaros que acabado el verano emigran presurosos a otras tierras...

Dicen, que el tiempo todo lo cura, que pone bálsamo a la herida, y que otro amor, con otra cara fina, otros ojos negros, otra boca roja, otras delicadas manos, otros temblorosos pechos, otras sensuales caderas, otro atávico vientre, otras cálidas ingles, y otro sagrado sexo, me harán olvidarme de ti, y del misterio de tu cuerpo que tanto amé, a golpe de caricia donde cada roce de mis dedos sobre tu piel, era una palabra de amor impronunciable en el lento y agónico suspiro donde tu alma y la mía se unían hasta fundirse en una sola cosa, en un solo sentimiento amoroso más allá de todo, más allá de los astros y del cosmos, más allá, por qué no decirlo: del silencio inabarcable de Dios...

¡Ay, mi amor!, mi cama es ancha -como canta Joan Manuel- y tan extensa como aquel mar Mediterráneo donde navegamos en demanda de Braila, ocho horas arriba de la boca del río Danubio, ¿te acuerdas...? Éramos jóvenes, y la ilusión de viajar incendiaba nuestros corazones.

¿Te acuerdas aquella noche de temporal subiendo la costa de Portugal como te acurrucabas contra mí, como si mis brazos fueran un rompeolas que te protegiese del fuerte oleaje que rompían contra el buque? ¿Te acuerdas de las escalas que subiste pegado tu rostro al acero del casco para navegar conmigo unos días? ¿Te acuerdas de las lágrimas de tus hijos cuando los dejabas con la Tata, porque yo te reclamaba en mis singladuras de marino mercante? ¿Te acuerdas, amor, cuando subías al puente de mando en las noches consteladas, como te impresionaban el destello de los astros y la soledad que habitaba en la obscuridad del mar? No; no podías soportar tanta infinitud, tanto espacio ilimitado sin ninguna frontera y sin ningún punto de referencia en la bóveda celeste. Y, te bajabas al camarote...Y, ahora, esa infinitud, esos espacios de ilimitadas fronteras son los que ahora te acompañan en tu viaje definitivo a la presencia de Dios...

Siempre, estuviste junto a mí en la distancia, y tus cartas contándome el día a día de tu quehacer diario con nuestros hijos, llegaban como llega el rocío al pasto, a saber: pedazos de cristal, qué como gotas de lluvia besan la yerba del valle y le dan su esplendor y su belleza... Nada hay tan hermoso que abrir presuroso una carta que te acaba de llegar de la persona que amas; porque pretendes descifrar lo indescifrable que pudiera ocultarse detrás de cada palabra; y la lees una y otra vez, y te paras en cada párrafo donde ella cita la palabra amor...

No sé por qué, una mano invisible, tenebrosa, terrible, te enroló en un barco dónde el marino al que tanto acompañaste en la soledad oceánica, no le han permitido trazar los rumbos en la carta náutica del mar desconocido a dónde vas... De nada vale la carta del Estrecho, ni los cálculos astronómicos con los astros para situar la posición. De nada vale mis años de estudios calculando la altura de estrellas y planetas, ni el conocimiento de poner las amuras a las amuralladas olas para no zozobrar. De nada vale, amor, todo lo que aprendí en los días de navegación de mis viajes, porque en este viaje definitivo que ahora emprendes no lleva rumbos, ni cálculos de estrellas, tan sólo necesita mi corazón, que va contigo, aunque aún tú no lo sepas... Acaso, no sabes, amor, que ya no tengo alma, y que ahora habita en ti soñando los mismos sueños que tú sueñas...

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