Opinión

Enseñar felicidad y tristeza

Detrás de la felicidad hay una puerta oculta, una especie de cajón de sastre en el que se esconden las las luchas, las renuncias, el dejar a un lado los proyectos imposibles, las ideas revolucionarias y lo que alguna vez soñamos con la ingenuidad de la adolescencia.

Pensar en el dolor, en los abandonos, en las huellas que fuimos dejando, también pueden conducirnos a esa felicidad que nos proporciona la reflexión de todo lo que somos aquí y ahora.

Es cierto que los jóvenes quieren resultados inmediatos, buscan el éxito instantáneo, encuentran en el dinero, en el lujo, en la belleza o en cualquier cosa valorada por los demás una meta sin pasar por la casilla de salida, una victoria sin comenzar la competición.

Enseñar la tristeza también podría ser una apuesta en el curriculum de la enseñanza en las aulas. La historia de la humanidad está jalonada de guerras, de injusticias, de seres humanos defendiendo derechos, de personas anónimas navegando por mares imposibles para habitar los confines de la tierra buscando un futuro, cualquier futuro que no tuviera nada que ver con su presente.

Todos rechazamos el dolor, nos cuesta asumir las circunstancias, las pérdidas, las nostalgias de lo paraísos perdidos de las épocas en las que creíamos tocar la gloria.

Enseñar la tristeza es una posibilidad de bucear dentro de nosotros mismos y visitar el interior oculto en el que escribimos las emociones sentidas en un cuaderno de bitácora amarrado a lo que somos.

La enseñanza debería proporcionarnos instrumentos, aperos de labranza para asumir la realidad que nos espera en cada esquina, para hacer que el dolor, la nostalgia y el miedo formen parte de la resistencia en el logro de las aspiraciones.

Hoy hablábamos sobre el sentido de la vida y en el debate que entablamos no encontrábamos una respuesta común. Discutíamos del aquí y el ahora como si no hubiera un mañana. Todos defendían la plenitud cosificada en lo material, si acaso en el amor platónico o el tener un expediente académico intachable. Nadie argumentó las intermitencias cotidianas de frustración con las que deberemos hacer un un pulso a lo largo de nuestra existencia.

Platón en el “Mito de la caverna” relató las desventuras de un prisionero que escapa para encontrar la verdad. Cuando lo consigue debe liberar a sus compañeros bajando de nuevo a la oscuridad, pero ellos se resisten a romper las cadenas y prefieren la ignorancia a la luz. También otros filósofos nos hablaron de esa felicidad que nos hace llegar a la cima: la amistad, vivir de acuerdo con la naturaleza, aceptar el inexorable destino e incluso pensar tanto en la utopía como en la distopía ( el peor de los mundos posibles) para afianzarnos en una sociedad que agoniza a marchas aceleradas.

Enseñar la tristeza, relatar experiencias, comunicar la finitud y la brevedad, charlar y mantener la ternura en las palabras es enseñar a caminar, el camino dependerá del caminante.

Esta semana en una clase de Segundo de Bachilerato los alumnos me objetaron que para explicar Historia de la Filosofía no hacía falta contar historias personales, que debía ceñirme al programa de selectividad. Tengo que reconocer que me vine un poco abajo al no saber transmitir que en cada vivencia encontramos a un filósofo a la vuelta de una esquina que nos susurra sobre lo que tanto buscamos: la felicidad, la plenitud, la grandeza de ideas que cambian épocas y paradigmas. Ellos pensaron que recitar un temario sería la finalidad de esta asignatura, cumplir el objetivo de una buena calificación.

No sé si tendrán o no tendrán razón; será que cada generación concibe la felicidad de una manera distinta. Valga este texto como despedida.

Pedro Páramo estaba sentado en un viejo equipal, junto a la puerta grande de la Media Luna, poco antes de que se fuera la última sombra de la noche. Estaba solo, quizá desde hacía tres horas. No dormía. Se había olvidado del sueño y del tiempo: "Los viejos dormimos poco, casi nunca. A veces apenas si dormitamos; pero sin dejar de pensar. Eso es lo único que me queda por hacer". Juan Rulfo: "Pedro Páramo"

A mí ya me pasa lo mismo y pienso que la derrota de esta semana me ayuda a comprenderme mejor y comprenderlos mejor a ellos que andan ciegos en una espesa niebla a sitios que no conocen.

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