Tras el fallecimiento el 8-06-632 en Medina (Arabia Saudíta) del gran profeta Mahoma, fundador del islam, el mundo musulmán se dividió en cuatro grandes ramas: 1. Los "sunitas", rama mayoritaria (87-90 %), devotos de la Sunna o tradición islámica dada por Mahoma a sus primeros seguidores. Predican los dichos y hechos atribuidos al profeta. 2. Los "chiitas", forman el ala más tradicionalista y radical. 3. Los "abasidas", partidarios de Abbás, tío de Mahoma. 4. Los "fatimíes", seguidores de Fátima, que apoyaban que el cuarto califa debía ser descendiente del matrimonio Alí-Fátima Mahoma sólo había dominado en vida la Península Arábiga, pero, tras su muerte el año 647, sus partidarios se extendieron por África (Egipto, Siria, Yemen, etc), instaurando el año 661 el Califato de Damasco en Siria. Llegaron hasta el Norte de África, o Magreb (Marruecos, Mauritania, Argelia, Túnez, Libia y Sahara). Al entrar en Marruecos, tropezaron allí con los "bereberes", pueblo autóctono más antiguo, de origen no árabe, que lo habitaba desde el siglo III a.C. y que, en principio, opuso tenaz resistencia a la invasión árabe, hasta el punto de que les costó conquistarlo el envío desde Arabia de tres sucesivas expediciones árabes con mayores efectivos. Cincuenta años después del fallecimiento de Mahoma, los árabes todavía no habían logrado dominar a los bereberes marroquíes, y no lo consiguieron hasta el año 709, que ya se adueñaron de todo el Norte de África, excepto de Ceuta. Cuando tuvieron dominado Marruecos, desplazaron hacia las montañas a los antiguos bereberes, desposeyéndoles de sus tierras más productivas y dejándoles las más áridas y pobres. Aquí puede ya verse que los árabes llegaron al Norte de África muchos cientos de años más tarde de que lo hubieran habitado los bereberes (pueblo autóctono). Además, los árabes enseguida se impusieron como clase de la aristocracia militar y social dominante, que tomó a los bereberes y a los hispanos como clase dominada, que antes habían habitado y convivido pacíficamente en la antigua Mauritania Tingitana o Hispania Transfretana, cuya capital era entonces precisamente Ceuta; pero, nada más llegar los primeros, se las valieron para expulsar de inmediato a los hispanos y terminar convenciendo luego a los bereberes para que abrazaran la religión islámica y se unieran a ellos, convirtiéndose al islamismo, al que antes tanto habían combatido. También lo anterior acredita que, la tan cacareada acusación que Marruecos hace a España de que "ocupó" Ceuta, resulta ser más imputable a los propios musulmanes que a los españoles; porque, habiendo llegado ellos desde mucho más lejos (Arabia) y bastante más años después que los hispanos, fueron luego los árabes quienes, sin ningún justo título, "ocuparon" y se "anexionaron" como propio todo el Norte de África, tras haber expulsado a los hispanos de la antigua Hispania Transfretana. Fue el mismo año 709, cuando los árabes intentaron ocupar Ceuta; pero, se toparon allí con la dura resistencia que les opuso el conde don Julián que la gobernaba, sobre el que todavía la leyenda no ha aclarado su verdadero origen. La inmensa mayoría de los historiadores coincide en señalar que don Julián fue nombrado gobernador de Ceuta por el rey visigodo don Rodrigo. Pero otros creen que lo designaron los bizantinos. El historiador Valdeavellay, refiere que don Julián pudo ser un bereber destacado. Don Julián, en principio, dio un portazo en las narices a los dirigentes árabes Tariq y Musa, que por la fuerza intentaron ocupar Ceuta, pero el conde visigodo, don Julián se resistió impidiéndolo, en principio. Aunque, habiéndose percatado los astutos árabes de que el conde ceutí mantenía con el rey Rodrigo un contencioso familiar de honor, porque don Julián había enviado a dicho monarca a su guapísima hija Florinda, para que la educara y protegiera esmeradamente en la corte real, luego resultó que su amigo el decrépito monarca se vio tan deslumbrado en palacio por la despampanante fémina recomendada a la que pronto sedujo, olvidándose de la regia protección para la que su amigo don Julián se la había confiado, de manera que al rey terminó haciéndole "tilín" la ingenua Florinda, hasta llegar a turbarle sus reales cinco sentidos, propasándose con ella con tan lasciva maledicencia, que la hizo caer en sus reales brazos. El año 711, aprovechándose Tariq y Musa de esa fricción entre el monarca y el conde, malmetieron a este último del gran deshonor que la lujuriosa audacia de don Rodrigo había supuesto para su honorable familia y que, como padre que don Julián era de Florinda, le correspondía vindicar y reparar el honor mancillado de su hija, convenciéndole para que vengara semejante traición; de manera que el conde don Julián vengó la ofensa de don Rodrigo facilitando el paso a los árabes, con sus propias embarcaciones, para que atravesaran el Estrecho de Gibraltar de Ceuta a Algeciras e invadieran España. Don Rodrigo, al conocer el desembarco árabe, les presentó batalla, pero ya era tarde. Ambos ejércitos, árabe y visigodo, se enfrentaron a orillas del río Guadalete, donde don Rodrigo fue totalmente derrotado. Se tuvo que refugiar en Sevilla, luego en Mérida, para acabar en Portugal. Los árabes avanzaron hasta dominar toda España, donde ya permanecieron 781 años, desde el año 711 hasta 1492, que los Reyes Católicos los vencieron y echaron de Granada. ¿Sería tan dilatada permanencia una "ocupación" marroquí?. Había que preguntárselo al vecino monarca alauita que, con su machacona cantinela, tanto acusa a España de que "ocupó" Ceuta y Melilla, pero olvidándose de los casi ocho siglos que los árabes "ocuparon" y saquearon toda la Península Ibérica, en muchos casos, violando a las hispanas, como en adelante demostraré. Anteriormente, el año 661, los árabes abasidas, seguidores de Abbás, fundaron en Siria el Califato de Damasco, que duró desde el año 661 hasta el 750. Pero el año 751, un joven árabe llamado Anderramán llegó a Ceuta huyendo de una matanza secretamente urdida por los abasidas contra su familia, sospechosa de no ser fiel desde Córdoba al califa de Damasco. Con engaño, fingieron ofrecerle un gran banquete y, cuando estaba la familia degustándolo opípara y suculentamente, los abasidas hicieron una auténtica carnicería de la que sólo pudo escapar el joven Abderramán y sus dos hijos pequeños. Pues, Abderramán sería luego el primer Omeya que arribó Al-Andalus. Era hijo de Hixam I de Córdoba. Tardó cinco años en llegar clandestinamente desde Arabia a Ceuta con los dos niños en brazos; pidió ayuda a los bereberes, que le dieron cobijo. Desde Ceuta buscó apoyos en la Península, y en septiembre desembarcó en Almuñécar (Granada); después marchó a Archidona (Málaga), donde el 16-03-756 se proclamó "emir independiente" de Damasco, con el nombre de Abderramán I. Sería luego su nieto, Abderramán III, quien el 16-01-929 creó el Califato de Córdoba, independizándose del de Damasco. Fue primero emir y luego se proclamó "califa independiente". Era hijo de Muhammad, primogénito del emir Abd Allah, y de la cristiana y concubina forzada, Muzna, española de origen vasco. Por eso Abderramán III tenía ojos azules y piel blanca, al igual que su padre, hijo a su vez de Abd Allah y de la también vasca, igualmente forzada, Onneca. Tras el asesinato del padre a manos de un tío, también llamado Abderramán, su abuelo Abd Allah lo protegió, nombrándolo su sucesor, siendo proclamado emir en 912 con 21 años. Durante el mandato de Abderramán III (929 a 961) y de su hijo Alhakén II (961 a 967), el Califato de Córdoba alcanzó su más alto grado de esplendor. Ambos combinaron dureza militar con suave diplomacia, que duró hasta la regencia del general Almanzor. En poco tiempo hicieron del Califato de Córdoba una de las mayores potencias del mundo. Pero ni sus sucesores ni los últimos representantes omeyas tuvieron suficiente firmeza para imponer su autoridad. Abderramán III favoreció mucho a Ceuta. En marzo del 931, a petición de los habitantes ceutíes, el califa la ocupó, construyendo poderosas defensas. Yo mismo, cuando residí en Ceuta, pude ver que el 28-06-2002 fue allí descubierta la puerta califal ceutí, al lado del Hotel La Muralla, elocuente vestigio de su paso por la ciudad ceutí. Hizo que los bereberes de la tribu Miknasa - antes favorables a los fatimíes - se pusieran de su lado, y utilizó Ceuta como cabeza de puente para su penetración en el Norte de África contra los fatimíes. Además, pese a ser Ceuta geográficamente africana, Abderramán III (un árabe tan poderoso) la hizo depender directamente de Córdoba, justificándolo - dijo - por el hecho de que la ciudad nunca antes había estado bajo poder africano alguno, porque siempre había dependido de la Península, con romanos, bizantinos y visigodos.
Después de Alhakén II, el Califato de Córdoba comenzó a declinar, desmoronándose. Las principales causas fueron que Hixam II, Sanchuel y Sulayman, fueron ya incapaces de controlar al ejército y al pueblo. Unos por impotencia, otros por excesiva confianza y también por una fuerte injerencia en los asuntos políticos, así comenzó la disgregación progresiva del homogéneo cuadro de las poblaciones que antes habían estado todas unidas como una piña, pero que, después, fueron emergiendo partidarios de cada etnia, más el alzamiento general de los andaluces, cuyo levantamiento a principios del siglo XI dejó el país agotado debido al secesionismo y a la politización de la vida pública, como casi siempre sucede. En 1009 el Califato de Al-Andalus estaba ya muy resquebrajado. Su unidad califal se desplomó en cuanto se declararon independientes varios emires. Rápidamente, cundió el ejemplo en los demás territorios y todos fueron cayendo por el mismo efecto que las fichas de dominó cuando una de ella se cae y arrastra a todas las demás. De la férrea unidad con Abderramán III, Alhakén II y Almanzor, se pasó en poco tiempo a la creación de multitud de pequeños estados, llamados "reinos de taifas". Varios emires fueron asesinados por sus propios hijos o hermanos en la lucha por el poder. Así, desde 1031, tanto Córdoba como otras muchas ciudades pasaron a estar bajo jurisdicción de una veintena de "reyezuelos". En la caída del Califato cordobés influyó también la depravación moral en la que cayó aquella sociedad pervertida. Los altos dignatarios, tomaban a las cristianas como concubinas y esclavas, con las que formaban su harén. Algunos califas llegaron a tener hasta 5.000 mujeres a su servicio, entre esposas, concubinas, favoritas, amantes, asistentas, administradoras, etc. Tal grado de promiscuidad conllevó luego que buena parte de príncipes musulmanes fueran de origen semi cristiano. Por ejemplo, al morir Al-Hakén II el año 976, su hijo Hixám tenía sólo once años. Se encargó de su tutela y gobernación Almanzor. Y todo ese ambiente liberticida, al igual que antes sucediera con la caída de Roma y Grecia, fue lo que puso fin al califato cordobés. Se dice que el rostro con frente redondeada, la tez y cabellos negros, ojos rasgados que, en general, suelen ser los rasgos que más caracterizan a los cordobeses, se deben a aquel cruce forzado entre ambas etnias musulmana y cristiana. Ejemplo de aquel mestizaje se tiene en la viuda madre del joven príncipe Hixam, que fue cristiana de origen vasco-navarro que, al convertirse al Islam, pasó a llamarse Sum Umm Walad. Fue primero amante y después esposa de Alhakén II. En palacio era conocida como "señora de señoras". Al enviudar, fue también amante forzada de Almanzor, tutor del niño Hixam, hasta que ella misma se dio cuenta de que este general árabe tramaba proclamarse él mismo nuevo califa en perjuicio de su hijo, momento en que rompió con él las relaciones de concupiscencia que mantenían. Aquella súbita caída del Califato de los Omeyas nos pone claramente de manifiesto que la causa principal de su ruina estuvo en la impotencia del poder central frente a la desunión interna, la disgregación y posterior independencia. Ejemplo parecido más reciente, se tiene en la rápida disolución de bloques tan sólidos como fueron la Unión Soviética, tras la "guerra fría" con Occidente hacia 1992 que, en cuanto el poder central comenzó a debilitarse, algunos territorios que habían estado fuertemente unidos, enseguida empezaron a declararse independientes, como las numerosas repúblicas que habían venido formando la Federación de la vieja URSS, de la que se independizaron Ucrania, Estonia, Letonia, Lituania, Georgia, Bielorrusia, Armenia, Acervaiyán, Kazakistán, Kirguistán, Tayilistán, Uzcebikistán y Moldavia. Igual sucedió en los Balcanes de 1992 a 2006. En cuanto el dictador yugoslavo, Josep Broz Tito, comenzó a ponerse decrépito y falleció, lo que había venido siendo la aparentemente sólida e inquebrantable República Federal de Yugoslavia, empezó a debilitarse y se fueron independizando Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Serbia, Montenegro y Macedonia del Norte y Kosovo, en procesos sangrientos de triste recuerdo para quienes sean ya de mi madura edad. De lo anterior tenemos también buena prueba en la fiebre separatista cantonal que se vivió en España durante los años 1873-1874, cuando llegaron a formarse hasta 27 cantones independientes (Valencia, Murcia, Cartagena, Andalucía, Cádiz, etc), declarándose la guerra y bombardeándose unas regiones y ciudades a otras; o la efímera declaración de independencia que volvió a exacerbarse en 2017 en Cataluña y que algunos continúan amenazando con su "lo volveremos a hacer". Ya llevan hasta cinco intentonas fallidas.