Desde unos meses para acá, el SARS-CoV-19 nos ha dejado a todos desconcertados, pero, mucho más, a los virólogos, epidemiólogos y médicos en general, que son a ciencia cierta, los que conocen de primera mano junto a los profesionales sanitarios, los trastornos que origina en el sistema inmunológico.
Definitivamente, el coronavirus es un mal que persiste desplegado en cualquier rincón del planeta, aguardando su momento oportuno a que decaigamos en su acechanza. Hoy por hoy, se agrandan más los entresijos que las certezas, porque, si acaso, muchos de los infectados lo advierten, otros, irremediablemente los condena a la muerte más atroz.
Desde que en las postrimerías de diciembre por vez primera se localizara en la provincia de Hubei, China Central y en los primeros días de marzo comenzase a incidir en España con el primer contagio, siempre nos ha antecedido para mantenerse como especie y vertiginosamente infectar a otro huésped; de forma, que sus probabilidades de proseguir entre nosotros, quedan expuestas.
Esta sería la antesala de los meses más sombríos desde las ocho décadas anteriores, catalogados de indecisos, inimaginables y abatidos, con las unidades de cuidados intensivos colapsadas por la punta epidémica en lo más empinado y los facultativos sanitarios en estado de shock, por el envite de la transmisión y la escasez de los recursos para neutralizarlo, que han hecho más que ostensible la severidad con la que el virus nos ha azotado.
Obviamente, este escenario insólito ha trastornado las facetas de la vida en general y ahí quedan las evidencias empíricas que engloban desde las repercusiones sanitarias, hasta los aspectos económicos y sociales de la población; pero, también, de una Institución singular como la Casa Real de Sus Majestades los Reyes de España Don Felipe VI y Doña Letizia, con importantes sacrificios y el diseño de una estrategia que no ha tenido tregua, conservando una intenso calendario con reuniones telemáticas diarias, incluyendo desde los sectores de la sociedad hasta visitas a lugares claves, que posteriormente sinterizaré.
En otras palabras: confinados en el Palacio de la Zarzuela y perseverando en las recomendaciones de las autoridades sanitarias, los quehaceres diarios de SS.MM. los Reyes han dado un giro repentino al cancelar su agenda institucional: con finura, exquisitez y primor, se han dedicado en cuerpo y alma a cada una de las actividades enfocadas al seguimiento en la evolución de la pandemia.
Hasta tal punto, ha sido la entrega y dedicación exclusiva de la Monarquía Española en la crisis sanitaria actual, que no han titubeado un solo instante en volcarse y ofrecer lo mejor de sí, en pos de un Estado Social y Democrático de Derecho. Para ello, sin demora y con desvelo, han contactado con representantes institucionales, agentes sociales, unidades sanitarias y organizaciones de toda índole.
Pero, igualmente, Don Felipe ha desistido por unas horas a su confinamiento, para in situ, cerciorarse de la primera línea de combate epidemiológica y testimoniar en su nombre y de la Familia Real, su reconocimiento al trabajo de los sanitarios, como de la Unidad Militar de Emergencias, abreviado, UME, o a los operarios que han levantado a contrarreloj las instalaciones para desahogar los centros sanitarios de la Comunidad de Madrid, entre algunos.
Luego, han sido múltiples las videoconferencias como un buen aliado y antídoto y los encuentros desempeñados, para valorar un contexto complejo.
Todo ello se constata que en menos de dos meses SS.MM. los Reyes, han mantenido conversaciones con entes como el Sindicato de Unión General de Trabajadores, UGT; o la Confederación Española de Organizaciones Empresariales, CEOE; Confederación Sindical de Comisiones Obreras, CCOO; Organización Nacional de Ciegos, ONCE; Asociación Española Contra el Cáncer, AECC; UNICEF y un largo etc., que complementan más de 200 organizaciones; además, de la Presidenta del Congreso, Ministros, Presidentes Autonómicos y Alcalde de Madrid o Directores de Hospitales.
Sin ir más lejos, hay que remontarse al día 26 de marzo, cuando la avalancha de entrevistas por comunicación simultánea bidireccional de audio y vídeo alcanzó su punto máximo, haciendo mención a la presencia de Don Felipe en el Hospital de emergencia del recinto ferial de IFEMA, para reconocer la imponente labor del personal médico y técnico que hizo realidad el engranaje del centro y por el que transitaron más de 3.000 pacientes.
Indudablemente, no pudieron faltar por parte de S.M. el Rey unas palabras de afecto que literalmente cito: “Sabíamos que tenemos un gran sistema sanitario y unos profesionales extraordinarios; a ellos, quiero dirigirme ahora: tenéis nuestra mayor admiración y respeto, nuestro total apoyo. Sois la vanguardia de España en la lucha contra esta enfermedad, sois nuestra primera línea de defensa. Vuestra profesionalidad, entrega a los demás, vuestro coraje y sacrificio personal son un ejemplo inolvidable. Nunca os podremos agradecer bastante lo que estáis haciendo por vuestro país”.
Con estos mimbres, desde que irrumpiese la virulencia epidemial, a SS.MM. los Reyes no les ha temblado el pulso en ninguno de los intervalos fluctuantes, a pesar de llevar la profesión por dentro y no han dudado un solo instante, en hacer y continuar haciendo todo lo que está en sus manos, al objeto de atenuar las circunstancias sanitarias y económicas que azota a la nación; fundamentalmente, desde que el Gobierno estableciese el Estado de Alarma que nos llevó a confinarnos en casa.
Desde entonces, la Familia Real sostiene esta eventualidad que no tiene precedentes, afectándole transversalmente y apremiándole a realizar un sobreesfuerzo añadido; me atrevería a decir, muchísimo más amplio, para adaptarse a este nuevo estilo de convivencia y en los que destacaría dos mensajes puntuales de Don Felipe, por el rico contenido simbólico que ambos representan en lo que atañe a la unidad de España y a los efectos desencadenantes del coronavirus.
Ello, conlleva ratificar en mayúsculas a los ojos del mundo, que la Corona es próxima, contigua y cercana y ni mucho menos, lejana; como algunas y algunos pretenden malvadamente inocular en las mentes y corazones de los que amamos profundamente a España, abanderando la Constitución. ¡Sí!, la Carta Magna, aquella que se convirtió en el frontispicio de las libertades y derechos que juntos nos hemos dado.
Primero, rememoremos el párrafo que seguidamente expongo y que evidencia en su condición de Jefe de Estado, el símbolo de la unidad y permanencia, cultivando su función arbitral y moderadora del funcionamiento regular de las instituciones: “Ahora, debemos dejar de lado nuestras diferencias. Debemos unirnos en torno a un mismo objetivo: superar esta grave situación”.
Y segundo, “este virus no nos vencerá. Al contrario. Nos va a hacer más fuertes como sociedad; una sociedad más comprometida, más solidaria, más unida. Una sociedad en pie frente a cualquier adversidad”.
Con lo cual, ¡que a nadie le quede la sospecha!, que el impacto epidémico ha debilitado la imagen de España y conjeturado considerables perjuicios reputacionales, unido al reflujo económico y social, con pérdidas de capacidad en la influencia de cara al exterior. Pero, a pesar de todo lo habido y por haber, nuestra Monarquía ha sabido resistir de manera irreprochable, cada uno de los envites que inexorablemente han ido incidiendo.
Hoy, ¡la impronta y ejemplaridad de S.M. el Rey, nos garantiza seguir anhelantes!
Obviamente, la casuística de la emergencia sanitaria ha obligado a SS.MM. los Reyes a permanecer en la residencia y eso ha condicionado sus ocupaciones habituales, pero exponencialmente se han multiplicado otras muchas, como algunas de las ya citadas. Esta coyuntura pandémica ha imposibilitado que se llevase a término el viaje programado a EEUU previsto para abril.
Pero, ¿cómo es ese día a día al que se ha enfrentado Don Felipe? Desde el primer momento que incidiese el virus, el Monarca decidió que los equipos de seguridad que le acompañaban integrados por el Cuerpo de la Guardia Civil y Policía Nacional, desarrollasen su servicio junto a sus compañeros en misiones de ayuda.
Con idéntico talante, inmediatamente la Guardia Real se puso a merced del Ministerio de Defensa y se incluyó en la Operación Balmis. El resto de personal que ejerce en la Casa Real, como los responsables del protocolo o de la administración, prosiguieron con sus deberes preparando con escrupulosidad como les caracteriza, las gestiones y contactos de SS.MM. los Reyes.
Como ya se ha mencionado, la activación de la Zarzuela con todo un mecanismo perfectamente engranado de llamadas e iniciativas, no llegó hasta alcanzarse el 26 de marzo: jornada en la que S.M. se dirigió al Hospital de IFEMA y la Reina Doña Letizia inició un sinfín de coloquios telemáticos encaminados al ámbito social, como entidades contra el cáncer, la drogadicción, enfermedades raras o de atención a mujeres explotadas sexualmente, entre algunas.
En cada uno de los marcos concurrentes y en las vías virtuales expresas, era imprescindible contar con la información directa de lo que fehacientemente estaba sucediendo en instantes de incertidumbre. Una praxis decidida, cuidadosa y esmerada que supuso nada más y nada menos, ser la correa de transmisión: forjando equilibrio y entereza, mediando, cooperando y entretejiendo complicidades para orillar las cuantiosas dificultades de los 48 millones de personas que conformamos el país.
O, lo que es lo mismo, la cristalización de la honorabilidad, honradez y ejemplaridad que, como siempre, han caracterizado a nuestro Rey y que no es negociable.
En las intervenciones que ha realizado a lo largo y ancho de esta crisis, el Rey, sin perder la más mínima oportunidad, afanosamente ha procurado transmitirnos una declaración de intenciones cargada de positivismo y convicción: “Estamos viendo la luz al final del túnel”.
Pero, tampoco, ha escatimado con sus ilustres palabras en hacernos ver la severidad y el rigor de la confirmación epidemiológica que en estos largos meses hemos soportado: “Hemos perdido a muchas personas, muchas han sufrido o sufren especialmente; y hemos perdido también mucho de lo logrado en años”.
Valoremos la reflexión materializada por Don Felipe el pasado 18 de mayo, con ocasión del evento de la Fundación para la innovación COTEC, de la que S.M. es Presidente de Honor: “Vivimos en esa complejidad; un mundo continuo, con fronteras difusas en muchos ámbitos, en el que hasta el organismo más simple, apenas un puñado de genes es capaz de desencadenar efectos catastróficos que ponen en jaque a la propia civilización. Se nos estaba olvidando ese ‘efecto mariposa’ del que tanto hemos oído hablar, pero hemos tenido que recordarlo de forma especialmente dura”.
Ciñéndome al mensaje dirigido a la ciudadanía cuatro días más tarde de decretarse el Estado de Alarma, o séase, el 18 de marzo y enclaustrados en los hogares por las directrices sanitarias, he de referir, que España ya contabilizaba 623 óbitos y más de 13.910 contagiados.
Amén, de convertirse en la emisión más vista de la Historia reciente de España, con 14.613.000 oyentes, según los datos proporcionados por la Consultoría Audiovisual y Digital ‘Barlovento Comunicación’. Prioritariamente, S.M. nos interpeló a la unión y adhesión, trasladándonos a la entereza y el aliento, para sobreponernos a unos acontecimientos realmente insólitos.
Aquel miércoles, recordado amargamente por el azote frenético del COVID-19 y por el curso inusual que a duras penas tolerábamos: confinados y vislumbrando el cariz luctuoso de unos hechos que nos trasegarían a la irresolución existente, entre las 21:00 y 21:07 horas de dicha jornada, el Rey cautivó al 70,3% de los españoles y se retransmitió por veintisiete cadenas de televisión.
De pie, tras un atril y con incontrastable semblante de preocupación y las banderas de España y Europa acompañándoles, S.M. se dejó llevar por el espíritu de la concordia, bebiendo una vez más del jarabe amargo para afrontar ante el Pueblo otros de las etapas más arduas de su reinado, era su segundo discurso extraordinario, porque en octubre de 2018, el separatismo catalán puso en riesgo la unidad territorial de España y promovió la fractura de la soberanía nacional. Sin titubeos y yendo al origen de la cuestión, Don Felipe, enfatizó la amenaza de una crisis “muy seria” que perturbaba “de forma muy traumática” el bienestar de todos.
Así, en nombre de la Familia Real, declaró sus profundos sentimientos a los allegados de cuántos difuntos había arrebatado el patógeno: “Cariño y afecto a tantas familias en toda España, que desgraciadamente han sufrido la pérdida de alguno de sus seres queridos. También, lo hacemos a todos los que estáis especialmente afectados, tanto en lo personal como en vuestro entorno, por este virus y sus consecuencias. A todos vosotros, mucha fuerza y mucho ánimo”.
A la par, Don Felipe, expresó su agradecimiento a cuantas personas y servicios públicos se debatían ante un enemigo infernal, esencialmente, por el personal sanitario, al que transmitió su “total apoyo”. Sabiendo que los españoles darán ejemplo de “responsabilidad, civismo (…) y, sobre todo, de solidaridad hacia los más vulnerables, para que nadie pueda sentirse solo o desamparado”. Incidiendo en cumplir las pautas y criterios de las autoridades y expertos, porque cada una de las actitudes y acciones “por pequeñas que sean”, contribuyen al esfuerzo común.
Invocándonos a “dejar de lado las diferencias” y unirnos para contraponer la enfermedad epidémica “con serenidad y confianza, pero también, con decisión y energía”.
De la misma manera, no podríamos soslayar de este texto, una de las citas más queridas y esperadas por el Monarca, me refiero a la conmemoración del Día de las Fuerzas Armadas, rememoradas el 30 de mayo.
Las condiciones contraproducentes en cuanto a la realización de actos, han impedido como es tradicional, las diversas ceremonias afines a esta celebración: desde el Mando de Operaciones en la Base de Retamares en Pozuelo de Alarcón, popularmente conocida como el Pentágono español, S.M. ha presidido una videoconferencia hasta los lugares más remotos de la geografía internacional, para todas y todos que bajo una misma bandera combaten por amortiguar la estela de la pandemia.
Recalcando el incansable protagonismo de los Ejércitos ante la epidemia que no tiene fronteras y otorgándole el mérito a los militares que han estado en la primera línea, “como en hospitales, centros y residencias, e incluso trasladando fallecidos y acompañando su soledad con la mayor dignidad posible, con profesionalidad y eficacia, con respeto y humanidad”.
Haciendo hincapié en el empeño a destajo y sin descanso, “para traer material sanitario desde lugares remotos”, así como otras tareas imprescindibles para contrarrestar el SARS-CoV-19.
Don Felipe VI ha indicado al pie de la letra: “Desde el principio de esta crisis, en una situación dramática y compleja, los hombres y mujeres de los Ejércitos de Tierra y Aire, de la Armada, de los Cuerpos Comunes y la Guardia Civil, demostrasteis, una vez más, vuestra capacidad, preparación y disponibilidad, así como los valores y virtudes que os distinguen y lleváis como divisa; siempre, con el firme deseo de ser empleados en las ocasiones de mayor riesgo y fatiga, como dicen nuestras Reales Ordenanzas”.
Finalmente, ha concluido su alocución reportando un recado de ilusión y optimismo: “Me siento muy orgulloso de la profunda identificación del pueblo español con sus Fuerzas Armadas que, en esta ocasión, más que nunca, las ha sentido como suyas y a su lado. (…) Aún quedan por superar tiempos difíciles, tiempos que nuevamente nos ponen a prueba, pero somos un gran país que encara siempre de frente las dificultades, por importantes o graves que sean”.
Consecuentemente, S.M. el Rey Don Felipe VI accedió al reinado con un compromiso ineludible e inapelable de regeneración, sin sujeciones emocionales y con la prioridad de honrar su deber a cualquier otra deferencia o privilegio. Y así resplandece magistralmente, con una recuperación sobresaliente en el índice de confianza de la Corona.
En una aldea global post coronavirus que se entrevé inconstante y confusa y en la que España emerge como excepción europea por las tensiones políticas y cada vez más desamparada de liderazgos, como desdichadamente lo corroboran las distintas fuerzas del arco parlamentario ante unas eventualidades de inapelable convulsión para la salud pública, queramos o no queramos reconocerlo, ahí está el meritorio y digno encaje de S.M. el Rey que cultiva con rectitud, mesura y aplomo.
Como lo reveló en su proclamación: “La Corona debe velar por la dignidad de la Institución, preservar su prestigio y observar su conducta íntegra, honesta y transparente, porque solo de esa manera se hará acreedora a la autoridad moral necesaria para el ejercicio de sus funciones”.
En estas más de cuatro décadas de democracia, el Reino de España le debe muchísimo a la Monarquía Española. Y seguirá debiéndoselo en años futuros, porque S.M. el Rey Don Felipe VI no hace más que robustecer, tonificar y mejorar la Institución Real que es el espejo donde los españoles nos contemplamos.
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