Las encinas tienen un complicado nombre técnico, quercus ilex rotundifolia, que procede de la palabra kaerques y significa árbol hermoso, bello, alto y ostentoso, de copa ancha y con espeso y verde ramaje. Su vida, en condiciones normales, suele ser muy longeva, entre 800 y 1000 años de duración. El tronco de las más antiguas, es grueso y con viejas oquedades. Es, también, un árbol de aspecto patriarcal entre los demás árboles, de raíces profundas y gruesas, que simbolizan la firmeza y la robustez adheridas a la tierra. En Extremadura, concretamente, en Zarza de Montánchez (Cáceres), se tiene la más grande del mundo, “La terrona”, con 16'40 mts. de altura, 9'4 de perímetro por la base y 26 de copa; por eso, ha sido declarada “árbol singular”. Y esa vieja estampa señera y señorial que la encina presenta ha sido la causa de que en ella se hayan inspirado escritores y poetas.
Antonio Machado exclamaba en verso: “Encinas, pardas encinas, humildad y fortaleza”. En Miguel de Unamuno, la encina está presente en sus numerosas metáforas, como cuando dice: “No puedo representarme a don Quijote sino al pie de una encina, con las bellotas en la mano”. Leopoldo Panero se jactaba de que su vida hubiera madurado bajo la sombra y los silencios de las encinas. Y, en Extremadura, el eximio poeta romántico y costumbrista, Gabriel y Galán, gustaba mucho de escribir preciosos poemas sentado bajo una encina del Guijo de Granadilla. También Jesús Delgado Valhondo, el poeta modernista de Mérida, decía que, “como mejor se inspiraba para rimar sus versos era recostado sobre el tronco de una encina”. Y el escritor y poeta contemporáneo extremeño, Luis Álvarez Lencero, presenta así uno de sus poemas: “Anchos atardeceres de nuestra tierra/ bravos campos de Extremadura/ mares de trigo y ejércitos de encinas/ y rebaños de ovejas como espumas”.
La encina es, desde la más remota antigüedad, el árbol simbólico que más representa a la naturaleza y el medio ambiente extremeño. Ya sus antiguos pobladores, los lusitanos, los vetones y los celtas, de cuya mezcla procede en buena parte el arquetipo étnico, antropológico y sociocultural de lo que podíamos llamar los orígenes identitarios de los extremeños, se sabe que en aquella época de precariedad alimenticia la población sobrevivía en gran medida gracias al alto valor nutritivo de las bellotas, exquisito producto de la encina, sobre todo si son asadas enterradas con ceniza en los rescoldos de las lumbres y “borrajos” que se hacen bajo las campanas de las chimeneas extremeñas.
Dice una de las viejas leyendas de Extremadura que, con el valioso poder nutritivo de las bellotas, fue como Viriato y sus hombres pudieron vencer en principio a todo un ejército imperial romano, habiendo sido aquellos antiguos héroes lusitano-extremeños los únicos de toda Hispania que, con su resistencia numantina frente a la invasión extranjera, fueron capaces de dejar a salvo la dignidad nacional de los hispanos. Y, como es de sobra conocido, son famosos por su exquisitez y alta calidad nutritiva que en toda España y fuera de ella tienen los ricos jamones ibéricos extremeños de pata negra engordados con bellotas, pese a que luego algunas regiones limítrofes hagan la competencia desleal a Extremadura comprándole la materia prima para luego curarlos en otros lugares y comercializarlos bajo su propia denominación de origen.
Pero lo más significativo de esos amplios y extensos encinares de la dehesa extremeña, es la extraordinaria belleza que dan al entorno en los espacios donde son abundantes las encinas, como sucede al noroeste de Mérida y en el sur de Cáceres y Badajoz. En esas amplias zonas del hábitat extremeño, donde la mirada se pierde divisando en todas direcciones lo que parece ser un inmenso mar de encinas, esos densos y extensos encinares no son sino la expresión más genuina y magistral de lo que es la vida natural y la propia naturaleza extremeña; y esos espacios adehesados vienen a ser algo así como el gran pulmón ecológico y medioambiental por el que Extremadura respira.
Por eso, se ha llegado a decir, por una comisión de técnicos israelitas que hace ya años visitó Extremadura que, los encinares extremeños, constituyen la reserva ecológica de Europa. Y es que, en esas zonas arboladas, tan llenas de exuberancia y frondosidad, sólo se respira y se siente pureza, quietud, armonía y vida sana y natural. Sin embargo, hace aproximadamente una década de años, de unos 2'5 millones de encinas que hay en toda España, unas 246.000 se secaron por falta de humedad. Y daba pena ver los efectos de aquella maligna enfermedad que en poco tiempo dejó los frondosos encinares extremeños diezmados, de manera que la tierra comienza a dar síntomas de estarse desforestando y con peligro de extinción de la especie.
Ya por la década de 1930 se arrancaron unos 9 millones de encinas sin que la incomprensión humana llegara a ruborizarse de tan brutal atrocidad de lesa ecología, que parece ya felizmente superada. Se trataba de que tales arbustos se vieron atacados por una rara enfermedad que unos técnicos llamaron herwina querciana y otros la phutophora, que empieza por presentar pequeños redondeles de hojas secas para terminar con la vida del árbol. Las encinas son uno de los patrimonios singulares de Extremadura, y es deber de todos los extremeños cuidarlo y conservarlo con esmero. De hecho, entonces se creó ya una asociación llamada Foro Encinal, para la defensa y conservación de la dehesa. Y, tanto las distintas Administraciones Públicas, como también la iniciativa privada y toda la sociedad debe cuidar de los encinares, dada su importancia ecológica y las ventajas que suponen para di biodiversidad, pudiéndose respirar entre ellos la más para naturaleza, el aire puro y limpio, alejado del ruido, de humos y la polución atmosférica.
Es por ello, que de lo que aquí se trata es que todos tomemos conciencia de la importancia que para nuestra comunidad puede representar este problema si no se le hace frente a tiempo, pues, aparte de lo anteriormente expuesto, sin encinas no podría haber bellotas, y sin ellas tampoco los afamados jamones extremeños que tanta fama, renombre y exquisitez tienen en toda España y en otros lugares del mundo, ya que dejarían de ser, junto con el resto de los productos extremeños derivados del cerdo, una de las riquezas más importante de Extremadura.
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