Categorías: Opinión

En un cajón

Los ciudadanos somos las grandes víctimas de las tropelías de nuestros políticos. Pagamos su incompetencia. Pagamos sus errores. Parece como si el sistema estuviera organizado de esta manera: no funciona, genera consecuencias negativas, nosotros las sufrimos y vuelta al comienzo. Llega un momento en la vida en que una cree que vivimos atrapados en un círculo sin salida, nos engañan como al hámster, soltándonos en una rueda de la que nunca saldremos.

La frontera es un vivo ejemplo de esta situación. Es una auténtica vergüenza lo que estamos soportando día tras día. Nuestro derecho al pataleo queda reducido a unos comentarios. De hacer lo contrario, o sea protestar, nos espera la ley que nos han fabricado para moldear hasta nuestra forma de ejercer la crítica. Ya saben, deber ser la más suave posible.
Pero no. Lo que está pasando es de tal calado que no cabe justificación. A lo inhumano de la situación diaria a la que se ven expuestos los porteadores en la playa (¿dónde están las oenegés?, ¿dónde la decencia de quiénes nos mandan?) se suma el castigo que a diario deben soportar los ciudadanos para ejercer el libre tránsito por la zona o para cruzar a Marruecos. Nos cuenta el delegado que la solución es complicada. Nos lo cuenta con la resignación de quien parece 'vendernos' la moto de que lo factible pasaría por lo milagroso. Y aquí ya saben que el PP puede hacer de todo menos milagros. Creo. Don Juan aún no tiene corona.
Esa resignación choca con la realidad. Porque aquí ha habido proyectos que se han tumbado por enemistades políticas gestadas incluso dentro del propio partido. Sucedió con el PSOE, cuyos delegados del Gobierno jugaron a ocultarse proyectos unos a otros hasta el punto de que ideas buenas como la que tuvo García Arreciado de montar una explanada para registrar vehículos fueron tumbadas por sus herederos. El PP no se escapa. Han jugado a parchear zonas y a dar luz verde a inversiones que de nada han servido. Ahora hacen lo mismo. Juegan a vendernos proyectos de difícil encuadre en la realidad. Lo que no nos dicen es cómo podrán ejecutarse. La obra de la frontera parece que quiere relevar a la del Palacio de Justicia. Llevo escuchándolas año tras año.
Mientras, soportamos unas condiciones inhumanas. Los primeros los porteadores: hacinados sin compasión en una playa al sol. Ahora jugamos a criminalizarlos, pero bien que seguimos cargando sus espaldas para mantener el comercio. Somos así de chulos. Los segundos todos nosotros: condenados a soportar un desastre de gestión política en la que las relaciones domésticas con el vecino país que deberían haberse mimado hasta el detalle desde la plaza de los Reyes, no existen. Hemos tenido asesores que lograban luz verde a proyectos fronterizos sin necesidad de ir a Rabat. Si no, que se lo pregunten a Teo. Estamos peor que nunca. Resignados y jodidos. Pero eso sí, nuestros políticos sacan pecho, buscan culpables...Ya casi no nos dejarán ni hablar. Cuestión de Estado, dirán que es.

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