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En recuerdo de don Rafael Peñalver

Echamos de menos a Don Rafael de nuestras calles y, sobre todo, de las instalaciones del C.N. Caballa. Él es, por méritos propios uno de los grandes referentes de la tenacidad por mantener la cultura deportiva hasta el final de la existencia vital. Conocer a Don Rafael no era asunto fácil ni estaba al alcance de cualquiera, sin embargo, su trato era a la antigua usanza, es decir, con esmerado vocabulario y modales correctísimos. Algunos fuimos creciendo en las instalaciones deportivas de nuestro querido club a la par que don Rafael mantenía su férrea y anticuada disciplina deportiva a la que dedicaba una parte de la mañana en una repetición ritual y armónica que divertía a aquellos mozuelos aspirantes a jugadores de waterpolo y a otros deportistas variopintos que habían iniciado su andadura entre piraguas o que, simplemente, eran atraídos por el ambiente de recreo y camaradería que se vivía.
La sinfonía minimalista de Don Rafael los penetraba con el lento y pausado destilar de sus gotas morales que producía su obstinada persistencia inclinada de modo muy favorable hacia la cultura deportiva. La cultura deportiva, que decir de tan magno ámbito del saber humano, tiene muchos valores y ofrece unas recompensas inmensas a nuestra especie que tiene en ella una de sus más reconfortantes bazas civilizatorias. Es un despliegue necesario de vivacidad que nos pone en contacto con la parte más desarrollada de nuestra naturaleza sensitiva, tenerla es vivir plenamente porque nos sentimos muy adentro de nosotros mismos y al mismo tiempo desde el interior hacia fuera. Es, en definitiva, poseer inteligencia motriz. Moverse con fluidez por el espacio, coordinar los movimientos necesarios para nuestra actividad diaria, entendernos también a través de la necesaria actividad física que nos reclaman nuestros cuerpos de simios en una llamada atávica y biológica, son nuestros ancestros los que nos reclaman para que podamos reconocernos a nosotros mismos. Los actos motrices se convierten por tanto en reflejos necesarios, en una actuación diaria de encuentros que hermana a los compañeros de faenas físico-deportivas para recordarnos a todos y entre todos que somos un grupo variopinto de seres humanos con un nexo común, una especie de marca que nos hace reconocernos a nosotros mismos como iguales. Durante ese tiempo no hay distancia socioeconómica ni intelectual entre unos y otros, muchos volvemos de repente al juego y, con este, a la juventud y la niñez, disfrutando de pequeñas bromas y tontadas sin maldad, sin duda somos hermanos plenos por un rato, unos corren, otros hacen gimnasia, otros nadan, otros disfrutan de la sensación del sol en sus pieles durante el invierno mientras se discute amistosamente de tonterías futbolísticas o incluso de política y de otros asuntos menos edificantes. A lo largo del tiempo, nuevos iniciados son bienvenidos a nuestro pequeño pero edificante círculo. El tiempo urbano se detiene en estos ratos caballescos de a diario y nos ayuda a recomponernos con nuestros quehaceres y monotonías aniquiladoras. En este lapsus de tiempo, hasta los más recalcitrantes imbéciles lo parecen menos, y como por arte casi de magia cósmica, la tolerancia en ese espacio sagrado emerge y se extiende como un velo de vaho que cubre nuestras miserias y mezquindades gracias al gran ritual de los movimientos de los cuerpos humanos yendo y viniendo de aquí para allá, el trance deportivo traza un tregua sacra a la que todos nos sometemos. Quienes tenemos la suerte de participar de estos ambientes sabemos de los valores de los que estamos hablando y de las magníficas aportaciones de la actividad físico-deportiva frecuente.
En este contexto la figura de Don Rafael emergía siempre impoluta, inalterable, con apariencia distante pero siempre cercana a todos y a todo. Su sagacidad y capacidad para la intervención e interpelación eran inigualables hasta el punto de sorprendernos a todos con una de sus frases “es usted muy observador joven”, “no tengo inconveniente en que usted quite la música”, “ya veo que usted lo sabe todo señor…..”, “hijos míos os he visto crecer a todos….” que nos soltaba de año en año para recordarnos que su silencio no comportaba desden sino contemplación asombrosa del mundo y sus criaturas. En el ambiente caballesco, todos conformamos con nuestras imperfecciones una rica fauna de la que Don Rafael sin quererlo, o incluso sin saberlo, se había convertido en gran gurú, un referente incuestionable de todos nosotros. A la profunda mirada matemática le complacía gratamente la contemplación del mar, el sol y la diversión de la pequeña tertulia que solía desarrollarse en los días buenos después del necesario ejercicio. Pienso que de alguna manera lo caballesto tuvo que representar algo así como su Aleph de diario, que invocaba a través de su mantra físico-deportivo al estilo higiénico-sanitario de la escuela de Ling (ejercicios posturales y respiratorios muy bien ejecutados y orientados en planos y direcciones concretas en el espacio). Una suerte de tablita de ejercicios gimnásticos que según contaba se la facilitó ni más ni menos que el gran Juan Serrais Llorens, fundador del C.N. Caballa y uno de los más llorados de nuestro deporte acuático. En base a esta modesta pero digna tablita mántrica le construimos un pequeño homenaje que quizá sirvió para darle moral en un pequeño bache que estaba pasando debido al peso de la edad. A través del cual un grupo de los antaño jovenzuelos con ínfulas de convertirse al credo de la acción deportiva le diseñamos una camiseta con su tablita y un mensaje que decía “Admirable ejemplo de obstinación deportiva, con respeto, los pichones aspirantes”. Su recibimiento fue tiernamente peñalveriano y con posterioridad todo siguió como había estado hasta el momento, el equilibrio estaba recompuesto y el gran gurú ocupaba su lugar en el centro del ritual deportivo. Realmente, con la marcha de Don Rafael, todo empieza a tener sentido para nosotros; la tabla de Juan Serrais, el mantra deportivo de Don Rafael y su ejemplar comportamiento hasta su marcha, los años de bache sufridos por el deporte acuático en nuestra ciudad, la vulgaridad en la que nuestro club cayó, y su actual recuperación. Su ejemplo ayudó a mantener la moral del círculo en pié y nos llevó a nuevos horizontes deportivos, su paso del testigo es más que evidente para nosotros y su ejemplo un gran tesoro para nuestro pequeño círculo.
Quizá nos toca a algunos, más sensibles con estas exquisiteces vivenciales, intentar percibir el Aleph que Don Rafael sintió a su manera callada pero continua indicar el camino a otros jovenzuelos con ínfulas deportivas. En estos momentos en los que nuestro waterpolo está viviendo una época maravillosa de renacimiento es todavía más importante que nunca celebrar y nunca olvidar la ejemplaridad y la resistencia de los que mantuvieron siempre el tesón por las actividades físico-deportivas contra viento y marea, pues son ellos con sus modestas pero dignas tablitas de ejercicios y su presencia constante a través del tiempo los que marcan la dirección de la excelencia, cual brújula imperecedera en la memoria de los que sepamos recordarlos y trasmitirlo.
Don Rafael estaba chapado a la antigua como no podía ser de otra manera por razones de edad y de deudas con su época. En el paquete también estaba incluida la muy honrosa tradición de la buena educación que incluía un saber estar tan portentoso como amigablemente distante. Lo suyo no rezumaba ejercicio para la eterna juventud sino eterna resistencia a la decadencia física y al abandono moral de uno mismo por motivo de la edad y de las circunstancias vitales. Conrad estaría de acuerdo en novelar a un personaje tan fantástico y original como era Don Rafael.
La última vez que lo vi estaba sentado en un banco del Revellín, pensativo y ausente de todo, tuve la sensación fría de su final pero también me pareció digno y noble, como siempre, asumible y hasta reconfortante pues intuí que el pensaba que su camino vital estaba concluido. Lo saludé sin más y continúe trayecto en mi caballo rodador. Siempre que pienso en Don Rafael veo a un señor de los que siempre ha dado este género humano nuestro, de los de antes y de los de ahora también, apegado a las experiencias y los seres con quienes merece la pena ser vividas y que cuando dejan de estar ahí los unos o las otras, se marchan si más dejando atrás su memoria ejemplar.

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