Opinión

En pañales

Amarga decepción. El último Pleno de la Asamblea debatió el modelo de calendario laboral de nuestra Ciudad. La propuesta, presentada por Caballas, pretendía zanjar definitivamente este asunto acordando los cuatro días que deberían tener la consideración de festivos locales de manera permanente. En concreto se proponía que estos días fueran los de San Antonio, la Virgen de África, la Pascua del Sacrificio y el Fin del Ramadán. Dieciocho concejales votaron en contra. Lo que representa el setenta y dos por ciento de la corporación.

Las decisiones que se apartan del sentido común siempre están fundamentadas en algún tipo de patología. No voy a perder ni un instante en argumentar la obviedad que supone dotar al día de finalización del mes de Ramadán de la consideración de festivo en Ceuta. Todos los ciudadanos que viven aquí, sin excepción,  lo tienen meridianamente claro. Y sin embargo, no es así. No es muy difícil adivinar la causa.

Ceuta sigue prisionera de un racismo estructural que impide una evolución natural hacía la construcción de una sociedad intercultural. Esta concepción de Ceuta (inspirada en las antiguas generaciones) encuentra su sustento en la obsoleta idea de que la “integración de las minorías consiste en facilitar el esfuerzo individual para adaptarse a la cultura de los receptores”. De esta  forma, las culturas minoritarias (respetadas) se recluyen en el  ámbito de lo privado, dejando todo el espacio público para la férrea estructura impuesta por la cultura dominante. Este modo de pensar está ya superado en todo el mundo. Pero cuando la “cultura minoritaria” no es minoritaria deviene en esperpento. El mero reconocimiento de la paridad que existe en nuestra Ciudad debería ser suficiente para cambiar de mentalidad, si no se quiere profundizar en los argumentos (más difícil aunque mucho más importante). Sin embargo, Ceuta sigue encerrada en su propia burbuja, ajena al paso del tiempo, e indiferente a una realidad que niega con la furia de la sinrazón.

He escrito mil veces, y lo haré otras mil, que Ceuta necesita impulsar de manera colectiva, y desde la unidad, un proceso de transformación social desde la perspectiva de la interculturalidad, si de verdad quiere ser algo en un futuro cada vez más inminente. Quienes así pensamos, y trabajamos para lograr este objetivo, somos conscientes de que estamos ante un reto de proporciones gigantescas. No somos ilusos. Sabemos la dificultad que tiene cambiar aquello que está grabado en el subconsciente (como referencia, baste recordar que la mujer vota en España desde hace sólo ochenta y cinco años). Sabemos  que esta tarea requiere una paciencia y una  generosidad infinitas. Pero también sabemos que por esta causa merece la pena arriesgarlo todo en esta coyuntura histórica.

Lo que sucede es que, a veces, los reveses son muy duros. Porque los avances son tan pequeños que es imposible esquivar la frustración. En esta ocasión estábamos convencidos de que sería posible dar un paso significativo. Los partidos políticos habían mostrado públicamente su predisposición a “intentarlo”. Alejándonos de la  nociva dinámica del “ellos y nosotros”. Haciendo Ciudad todos a una. Gestando unas nuevas señas de identidad propias, que den sentido a ese proyecto de vida en común que debe ser Ceuta en las próximas décadas. Se abría una puerta a la esperanza. Durante algunos meses los partidos reflexionaron y pulsaron la opinión de sus respectivos entornos. Y la tragedia se consumó. Ceuta, según el veredicto de tres de los cinco partidos que conforman la Asamblea (los tres de ámbito nacional), no está aún preparada para asumir su propia realidad. De esta manera se produjo una votación que, lejos de unir, hizo visible una inquietante división.  El “ellos y nosotros” en estado puro. Sintomático el voto negativo del PSOE. El PP recoge en su seno a lo más rancio de la sociedad ceutí (no se ofendan, combinado con otros sectores de la derecha más modernos y racionales) y parece entendible (no compartible) que oponga más resistencia al proceso de interculturalidad (siempre es duro perder votos, apoyos y amistades); pero que el PSOE, que se autoproclama izquierdista, haya secundado al PP en esta cuestión es sencillamente descorazonador (ni siquiera una miserable abstención). La conclusión no puede ser más funesta. El racismo es mucho más transversal y está mucho más arraigado de lo que podríamos imaginar. Estamos en pañales.

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