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En memoria de Francisca Serrais Benavente: Pakiki, un amor del Neolítico

Después de haber pasado por el trágico, amargo pero a la vez reconfortante trance de la despedida de mi querida compañera puedo escribir estas líneas para recordarla. Desde que volví del infierno que me provocó el shock por su repentina enfermedad llegué capacitado para asumir en mejores condiciones el final de la vida y el tránsito al otro lado. Nuestro amor era antiguo e inusual, no diré único porque sería una imbecilidad sabiendo la cantidad de parejas enamoradas que pueblan el ancho mundo, pero sí que tenía un sabor ancestral y neolítico; me explico. Desde que nos conocimos, hemos caminado juntos en todos los medios y circunstancias compartiendo los retos que nos ponía la vida; siempre imaginé el neolítico como una etapa muy fértil para la humanidad en la que hombre y mujer lo compartían todo y se realizaron descubrimientos sorprendentes en relación a los alimentos y la domesticación. Además mi rubia, que es como la llamaba a veces desde que le dio por teñirse el pelo de amarillo pollito tenía un cuerpo fuerte y recio, con un trasero bien proporcionado y piernas y hombros poderosos que le permitían subir montañas sin grandes dificultades y nadar amplias distancias en el mar. De hecho justo antes de detectarse su problema oncológico estaba buceando y haciendo excursiones de montaña sin aparentes dificultades; un buceo o subida a otro volcán más en la preciosa isla de La Palma y se me hubiera quedado muerta en el camino que es como pienso que debían de producirse fallecimientos en los tiempos ancestrales cuando aquellos hombres y mujeres hacían travesías, enfrentaban retos importantes y morían sin más cuando les tocaba dejar su avatar corpóreo. Menudo carácter tenía mi niña, era tan generosa y de amplio corazón como recia y cabezona en sus planteamientos. En fin, auténtica y genuina, un sol de persona que es también como me imagino a la gente antigua, franca y sin extraños dobleces. Antes de continuar profundizando en la personalidad de mi Pakiki me gustaría decir que son muchos los amigos que han estado con nosotros en este duro camino de la enfermedad y que han ayudado enormemente a pasar por este áspero periplo que no estuvo exento de alegrías y momentos inolvidables. Sería demasiado largo y creo que innecesario nombrarlos con sus apellidos así que me limito a hacer una rápida referencia con agradecimiento eterno a su cercanía durante todo este tiempo; excluyo a la familia pues creo sinceramente que se merecen una mención particular en otro momento. Gracias a Genoveva; Paula; Mariló; Lola; Ramón; Carlos; Ana; Paco; las Cristinas; Juan Carlos; Ferdi; Hana; Leo; Rogelio; los Rafaeles; Juanillo; Krishna; Inma;  Diego, Olga; Jose; Silvia; Patri; Maripi; Juan; Santi, Enrique; Eugenia; Carmela; Clara; Aitor; Alfonso; Rosita; Rabea; Naima; Mochi; Alfredo; Samira; Fatima; David; Jorge; Checho; Alberto; Oscar; Luis; Isabel; Sergio; Lolo; Santi y a todos los que no he podido retener en mi mente. Me niego a recordar a mi amada con dramatismo infectado de tufo funerario así que voy a comentar brevemente algunas etapas importantes de nuestra hermosa vida en común. Mi mujer ha tenido una vida impresionante y viajera, hartamente significativa y llena de proyectos y retos a los que ha sabido hacer frente con insólita resolución y eficiencia. Nuestra amiga holandesa Hanna Kayk, con la que pasamos temporadas en su casa de Leiden, mientras me formaba en el estudio de los corales, la llamaba graciosamente “tresorito” por sus dotes resolutivas y capacidad de gestionarlo prácticamente todo con un punto de niña hiperactiva que siempre ha tenido. Me gusta dividir nuestro periplo como si hubieran sido distintas vidas: la primera vida corresponde al enamoramiento súbito que se produce en nuestra querida Ceuta, los pinos y la luna llena de verano son testigos eternos de nuestra profunda pasión amorosa, la relación cuaja definitivamente en la bella ciudad de Granada (mi mentor holandés Jacobus Cornelius den Hartog me decía que era la tierra más hermosa que nunca había conocido y les puedo asegura que mi querido maestro viajó mucho por el ancho mundo a lo largo de su vida científica); flechazo y pasión a raudales como correspondía a nuestros cuerpos sanos y la profunda conexión espiritual y sensual que tuvimos desde el principio. La segunda vida transcurrió en Canarias cuando me fui a estudiar biología marina y ni corta ni perezosa mi Pakiki se apuntó sin pestañear a la aventura en el barco J.J. Sister donde embarcamos las botellas de buceo junto el resto de nuestro modesto equipaje de estudiantes rumbo a nuestro nuevo mundo llevando con nosotros a un cachorro de perro que mi hermano había encontrado abandonado a su suerte en Granada. Lo llamamos Frodo en recuerdo del Señor de los Anillos, la principal y más conocida obra literaria de Tolkien que más tarde se haría tan famosa con las producciones cinematográficas; fuimos tremendamente dichosos con nuestro perrito y haciendo buceos, excursiones y correrías miles por la maravillosa isla de Tenerife; teníamos amigos pero nuestro amor neolítico solo requería de nuestra mutua compañía la mayor parte del tiempo; siempre fuimos dos planetas girando en armonía. La Universidad de La Laguna y el museo de historia natural de Leiden fueron centros de formación y ejes neurálgicos de mi carrera de investigador durante aquellos años; el doctorado se rebeló como un proyecto de ambos pues Pakiki se entregó conmigo a una ardua tarea de edición con un resultado sorprendente debido a su gran capacidad para estos menesteres; tuvimos una casa de alquiler en la vetusta ciudad de La Laguna y luego nos fuimos a vivir a la sin igual villa de la Orotava donde terminamos comprando un pisito que fue nuestro feliz hogar durante muchos años hasta el regreso a Ceuta por razones laborales y de índole personal. Sin embargo nunca abandonamos del todo Canarias y siempre volvíamos como aves migratorias para excursionear, bucear y realizar saltos al mar desde pequeños muelles y puertecitos del norte de la isla, esto último se convirtió en un pasatiempo habitual durante las vacaciones de verano en Tenerife; finalmente decidimos cambiar de isla y rehabilitar una preciosa vivienda en la bellísima isla de La Palma de la que nos enamoramos los dos perdidamente. La tercera vida la pasamos en el norte de África pues aunque residíamos en nuestra querida Ceuta necesitábamos ampliar horizontes y para ello adquirimos una vivienda en la preciosa ciudad azul y santa del norte de Marruecos más conocida por el nombre de Chauen donde poder realizar excursiones de montaña y descubrir unos parajes salvajes y muy desconocidos. Mi niña, además, puso en marcha unos apartamentos turísticos singulares con el fin de proteger la autenticidad de la medina chauní y ofrecer algo de trabajo a la par que un producto con mucho encanto para viajeros con inquietudes. Los viajes por Marruecos y otros muchos lugares (Córcega; Canarias; Cabo Verde; Escocia; Francia; Polonia; Dinamarca etc….) se sucedieron y publicamos dos libros divulgativos sobre la montaña y el litoral marroquí donde la compleja labor de edición general y confección de las visitas y excursiones estaban a cargo de mi querida mujer. Entraron a forma parte de nuestras vidas nuevos amigos y juntos formamos la asociación Septem Nostra en defensa de nuestro patrimonio y el medio ambiente. Creamos igualmente el Museo del Mar y comenzó un periplo de trabajo intenso en beneficio de nuestro litoral y del medio marino ceutí. La revista Alidrisia Marina empezó su andadura y mi Pakiki seguía editando y creciendo como naturalista aficionada tanto en el mar como en la montaña, el litoral o el desierto. En Beliones desarrollamos otro proyecto romántico con la rehabilitación de una vivienda con terreno donde mi niña se empeñó en crear un pequeño huerto ecológico y así completar nuestras ansías de conocimiento del mar y la montaña norteafricana. La cuarta vida se ha truncado inesperadamente y los planes que teníamos en común tendré que llevarlos a cabo sin su presencia física; de momento pienso completar un periplo de visitas por lugares que teníamos en mente y seguir en contacto con familia y amigos con los que hemos afianzado lazos aun mas fuertes de los que ya teníamos. He dado todo el amor que podía a una mujer, de tal guisa que se puede decir que mi reserva de este importante sentimiento hacia el género femenino está agotada. Es Pakiki la que custodia la bolsa de mi amor, siempre fue de ella y solo para ella y puedo asegurar que tiene el recipiente bien anudado con un lazo tan invisible como eficaz a las fugas y escapes. He tenido tanta ternura y placer carnal con mi compañera a partes iguales que no necesito sucedáneos de ningún tipo; me basta con el recuerdo para el resto de mi existencia que ya por lógica temporal no debería ser muy dilatada. Ignoro lo que será de mi a partir de ahora pero para continuar mi camino necesito el bálsamo de la naturaleza; el elixir de la investigación y la compañía de mis amigos y familiares. Parada obligada será el sagrado monte del Buhachem, un sendero predilecto recogerá parte de tu ser, me acercaré como un marinero borracho de pena a sus sagradas laderas a gritar tu nombre hasta que se estremezcan los alcornoques y tus queridos quejigos me miren y sientan pena de mi soledad, que lloren las turberas y las pequeñas y coloridas ranitas al escuchar mi estruendoso llanto. Me lanzaré rodando ladera abajo desde los cedros inmortales y el pórtico de nuestra secreta catedral de piedra y madera en la cumbrera; igual me quedo en el sitio y me convierto en momia acartonada para regocijo de los jóvenes macacos que podrán utilizarme como piedra de paso para sus juegos, así volveré a sentir tu espíritu cerca penetrándome como la niebla levantina que refresca y vivifica líquenes y musgos. Bajaré al llano a dejar también algo de tu cuerpo entre areniscas y matorrales en ese paisaje extraño al entorno y me rozaré por las paredes de la Zauia Raisunia en busca de consuelo bajo el árbol sagrado del descendiente de Moley Abdselam. Subiré a los manantiales de L’ain Lahassen a caminar junto a ti una vez más entre el plancton aéreo y su mágica atmósfera. A Amilil llevaré la trágica nueva de tu tránsito y tomaré un te con Feddal mirando el paisaje de la selva mediterránea desde el alfeizar de la ventanita de nuestro cuarto por donde saltaba Agrom constantemente en busca de los otros perros de la aldea. El Bou Sliman frente al Yebel Lakra recibirá mi visita fugaz para alcanzar su precioso abetal y la fuente chuj l’ain con la que construimos un origen toponímico para el vocablo de Chauen. Debo volver a Córcega contigo a completar excursiones de montaña y buceos con Pascal y también hacer un recorrido por la costa bizantina que nos quedó por hacer. Ese libro sobre los macacos del norte de Marruecos está pendiente pero trabajamos lo suficiente juntos en el como para que pueda llegar a terminarlo. Espero coger fuerzas y con la ayuda de los amigos canarios completar el proyecto sobre los ríos del Sahara que tanto te gustaba. No sé si seré capaz de estar sin ti en Chauen o Beliones, y creo que puedo morir de pena si intento un viaje al sur de Marruecos sin que me acompañes, ya veremos, lo intentaré. En La Palma me gustaría completar la transvulcania en tu honor pero no sé si tendré fuerzas para semejante proyecto. Son las seis y media de la mañana y te veo tumbada y sedada ante mi, ya hace un par de horas que no lloro y estoy solo contigo y con tu querida amiga Lola que me acompaña en este duro trance. Todavía albergo la esperanza de una milagrosa recuperación, te voy dando besos por todos aquellos que me lo piden y no pueden venir a despedirse; pienso que el milagro habrá sido nuestro encuentro en esta vida. El único miedo que tengo es no poder encontrarte más allá en el mundo de los sueños y quizá por eso ahora especialmente quiero seguir haciendo pruebas deportivas exigentes por convencerme a mí mismo que puede haber alguna transferencia preparatoria cuanto me toque cruzar el umbral. Al fin y al cabo pienso que la resistencia física proviene directamente de la espiritual y así estaré más capacitado para poder buscarte arañando la bóveda del universo y arrastrándome por la materia oscura hasta dar con tu ser eterno. No creo que pueda gritar tu nombre en ese mundo desconocido pero veré como los sacerdotes y chamanes pueden orientarme. Quizá tu padre nos ayude al reencuentro y al igual que un poderoso y bello macho de Cetáceo te guie por el océano cósmico de Vishnu hasta mi. A pesar de toda la pena que me embarga solo puedo dar las gracias a los oncólogos y todo el personal del Hospital Universitario de Ceuta que te ha tratado en tu pesada enfermedad por haberme ofrecido esta bendita prórroga que nos ha mantenido juntos hasta el final.          

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