Categorías: Carta al director

En la desembocadura del verano…

Ha muerto Pepe Ferrero. Nos conocimos hace casi treinta años, cuando pusimos en marcha la APA del colegio Lope de Vega. Trabajamos en ella mucho y bien, en sintonía con los profesores y con el director, Rodríguez Ferrón. Mantuvimos luego una amistad que se diluyó con mi marcha de Ceuta hasta que en el 2005 volvimos a vernos. Pepe había venido a Málaga, la ciudad donde vivo, y había rescatado mi número de telefónico para ofrecerme un rato de charla. Los dos, viudos y jubilados, amantes de los viajes y de la música, encontramos numerosos motivos para seguir en contacto. Primero fueron los conciertos para los que yo le reservaba entradas y una habitación en mi casa. En 2006, una escapada a Lisboa inició unos viajes cada vez más ambiciosos. Entre aviones, trenes y hasta un barco por le Danubio fuimos aprisionando, en las retinas y en las fotos, imágenes de nuestra Europa. Pepe era un excelente fotógrafo y yo aprovechaba su buen gusto para casi no usar mi propia cámara.
Las visitas a los museos eran gustosamente obligadas. Del “Mucha” de Praga, al “Van Gogh” de Ámsterdam; del “Albertina” de Viena al “Louvre” de Paris; de los “Uffizi” de Florencia al “Centro del cómic” de Bruselas, yo miraba los cuadros un poco al bulto mientras Pepe los escudriñaba hasta las firmas. Dábamos paseos sin fin por calles y jardines, bajo los olmos y los tilos, contemplando las gentes y los edificios. Escuchábamos conciertos en pequeñas iglesias o en grande salas. Hacíamos catas sabias de las cervezas belgas, checas y húngaras. Aprendíamos las líneas de metro para desplazamientos baratos y rápidos. Entrábamos destocados en las iglesias y con kippa en las sinagogas. Y a la noche descansábamos, felices y derrotados, tras horas de camino por tantas hermosas ciudades. Y todo ello de común acuerdo. Asumiendo que ambos participábamos de los mismos pequeños placeres: el arte, la música, el color de las flores en los parterres…
Este año no hubo viajes. Pepe luchaba contra el mal que venció antaño y que ha terminado por vencerlo en segunda intentona. Y ha dejado malherida a su familia, un poco huérfano a sus compañeros de Aulace, algo vacías las páginas de “El Faro”, inconclusa la historia de Ceuta en verso que publicaba en la revista “Renacer”.
Dentro de unos días quiero hacer un recorrido que hace tiempo planificamos juntos: la ruta del castellano. Pepe no estará conmigo, pero, en el claustro de Silos, notaré –estoy seguro- su presencia y su sonrisa de aprobación.

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