Cómo hemos llegado hasta aquí? Es la pregunta que se hace el mundo educativo local, visiblemente conmocionado. Nadie acierta a explicarse por qué se ha consentido, desde la más absoluta irresponsabilidad, un continuo y progresivo deterioro de nuestro sistema educativo, a pesar de las incesantes advertencias y denuncias de todos los miembros de la comunidad educativa.
A la coincidencia absoluta de la representación sindical del profesorado, se suma la voz de las asociaciones de padres y madres, los alumnos y alumnas, y toda la sociedad civil representada en el Foro de la Educación. Por si no fuera suficiente, y finalmente rendidos a la evidencia, hasta el Gobierno de la Ciudad se ha posicionado contra la sinrazón. No menos significativo fue el pronunciamiento unánime de todos los directores de los centros públicos de Ceuta reclamando un cambio en la gestión educativa. Este es un hecho sin precedentes. Y sin embargo, el PP, soberbio y pertrechado en su mayoría absoluta, mantenía imperturbable tan errático rumbo hacia el precipicio. Hemos tocado fondo. ¿Por qué? Tenemos una cierta obligación de averiguar la respuesta a esta pregunta.
Una de las causas de este insufrible desastre es directamente imputable a la política aplicada desde el Ministerio por el equipo de Wert. Por un lado el cambio de modelo educativo propugnado por el PP (especialmente beligerante con la escuela pública). Para ellos, profetas de la concepción elitista de la enseñanza, todo lo relacionado con la diversidad son “cuentos chinos” de pedagogos progresistas. Al alumnado lo que le hace falta es tarima y reglazo, y “el que vale para estudiar que estudie, y el que no, que aprenda un oficio”. Esta retrógrada forma de pensar, practicada (sin anestesia) en un lugar como Ceuta es una catástrofe. Todos los instrumentos para abordar una gestión adecuada de la diversidad, se han precarizado o desmantelado en la creencia de que ninguna de estas “zarandajas” tiene incidencia en la calidad de la enseñanza (esto siempre se apoya con el típico y patético: “cuando yo era pequeño estudiábamos en aulas con cuarenta alumnos y lo hacíamos divinamente). Por otra parte, la opinión tremendamente negativa que tiene de Ceuta el equipo ministerial designado por el ministro de infausta memoria, también ha influido muy decisivamente. Los sesudos cargos ministeriales han mostrado en todo momento un absoluto desprecio al conjunto de los docentes ceutíes. Piensan que el profesorado en Ceuta es un colectivo indolente que sólo se preocupa de cobrar el plus de residencia y disfrutar amplias vacaciones, sin implicarse debidamente en su tarea. Así justifican que teniendo una ratio alumnos/profesores inferior a la media nacional (según ellos), seamos la región con más fracaso escolar. Todas las explicaciones que se les han ofrecido, de manera exhaustiva y reiterada, sobre la complejidad de la realidad educativa de Ceuta, las han desdeñado considerándolas meras excusas. Incomprensiblemente ofuscados, desde Madrid no hemos recibido más que un hachazo detrás de otro.
Este problema, ya de por sí morrocotudo, se ha visto multiplicado exponencialmente con el incalificable equipo que han puesto al frente de la Dirección Provincial. Su máximo dirigente es un sujeto estrafalario, absolutamente ignorante de todo lo concerniente al sistema educativo, y cuya única ocupación durante todo este tiempo ha sido gestionar sus intereses en la Universidad de Granada. Para ello, ha depositado toda la responsabilidad de sus competencias en un individuo oscuro y acomplejado, que recaló en Ceuta por la proximidad de Marruecos, y que se ha dedicado, desde su atalaya de consentido poder omnímodo, a experimentar sus peregrinas teorías y saldar sus frustraciones y aledañas deformaciones psicológicas. El resto de la cuadrilla, con la personalidad justa para obtener el DNI, se ha limitado a mover la cabeza como los simpáticos perrillos que adornaban la bandeja trasera los automóviles. El cuadro lo completa algún descerebrado, con alma de bufón, que se mueve como las amebas intentando encontrar un sentido a la vida. ¿Qué se podía esperar? Nada mejor de lo que ha ocurrido. Para mantener su inmerecido estatus decidieron sellar una férrea e indecente alianza con “Madrid”; y así se afanaban en reforzar, ampliar e intensificar cuantas medidas llegaban desde allí por nocivas o descabelladas que fueran para Ceuta.
Todo esto que acabo de describir no es un secreto. Es de general conocimiento. No en vano se ha suministrado abundante información al respecto por todos los canales posibles. Sin embargo, desde Juan Vivas (presidente de la Ciudad y del PP), hasta los parlamentarios, pasando por la Delegación del Gobierno; todos se mantenían en una irritante connivencia pasiva. Parece difícil de entender. Sólo existen dos posibilidades a cual más terrible. Una. El PP ha hecho prevalecer sus intereses de partido (defender a ultranza sus nombramientos) por encima de los intereses de toda la ciudadanía, aún a costa de degradar conscientemente un servicio público esencial. Dos. La víctima que ha sufrido este dislate en toda su plenitud ha sido la escuela pública. La escuela privada a penas se ha visto afectada. El PP se ha mostrado contemplativo y omiso porque las élites a las que defienden, y para las que gobiernan, estaban blindadas, convenientemente refugiadas en la escuela privada. Convertir la escuela pública (que concentra a la población humilde) en una escombrera, no tiene para ellos la menor importancia.
Sin embargo, el relevo en la Delegación ha supuesto un punto de inflexión. La indignación social ha alcanzado tal magnitud, que las alarmas electorales se han encendido. Los resultados cosechados por el PP en las elecciones recientes (40% en elecciones europeas y 45 en las municipales) están muy lejos de la época dorada. Afrontar las generales con el pesado lastre de tener a toda la comunidad educativa soliviantada, era asumir un riesgo (de derrota) muy elevado. Aunque haya sido por este motivo, bien venido sea un cambio que se antojaba tan urgente como necesario. Es hora de trabajar para recuperar las condiciones que permitan al conjunto del profesorado abordar con ilusión el difícil reto que supone cada nuevo curso.
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