Cuando llega el día de descanso semanal se suele aprovechar, por cada persona, para hacer lo que en los otros días no puede hacer, por falta de tiempo o por cualquiera otra razón. Sabido esto, la sociedad procura tantos cuantos medios de distracción suelen interesar a la gente, bien por bloques familiares o individualmente. Hay para todos los gustos y necesidades, si bien en algunas de esas ofertas puede estar encubierta alguna ocasión de peligro, como son los accidentes en las carreteras, los aludes en las montañas, las insolaciones en las playas y alguna que otra indigestión por comer demasiado durante esas excursiones a cualquier lugar tranquilo y con espléndido paisaje.
Nuestra vida, la de cualquier mujer u hombre, está sujeta a peligros de muy diversa índole y de muy distinta importancia que se van conociendo poco a poco, bien sea por advertencias ajenas o porque se han conocido directamente, aunque sólo haya sido por el susto que nos hayan producido.
De alguna de esas experiencias, por desgracia, no se puede dar noticia personal y sólo queda la posibilidad de unas líneas en la página del periódico dedicada a sucesos de alguna importancia.
En estos tiempos que vivimos hay un espectáculo que tiene bastante público - casi todo él de obligada asistencia - y que se adorna con profusión de banderolas que no cesan de estar en agitación, como muestra de entusiasmo.
Hay verdaderos expertos en oratoria de ocasión que se encargan de ocupar esos escenarios y dar motivos, muy numerosos y sucesivos, de que el público portador de banderolas las agiten con todo brío. El espectáculo tiene un gran colorido y hasta fuerte sonoridad en algunos momentos cumbres, bien escogidos.
Suele ocurrir, en esos espectáculos, que los que agitan las banderolas son los mismos que, en otras ocasiones, las tremolan en contra de lo que en ese espectáculo parecía que era la gran solución para los problemas de la sociedad.
Es el poder de seducción del actor en el escenario, cuando interpreta un papel preparado para producir un determinado arrastre de entusiasmo, más por el enunciado que por el contenido de lo que se presenta.
Se ha dicho que el actor puede llegar a vivir una fantasía; a creer que lo que está diciendo forma parte de un hecho real en el que él es el protagonista, generalmente como salvador de cualquier tragedia, mientras más grave y profunda mejor.
Salvador de las patria se proclama en esa función preparada para el día de descanso, que los medios afines se encargarán de presentar, una y otra vez, para hacer llegar a todas partes la calidad del actor principal.
El actor, cuando baja del escenario, es posible que siga queriendo actuar de la misma forma, pero no podrá; la realidad es muy otra, más dura, más exigente con la verdad del necesitado de trabajo, de la familia deshecha, del futuro amenazador para la gente joven que tiene derecho a trabajar para triunfar.
Ay de ese actor que en el día de descanso no aprovecha el tiempo para entrar dentro de sí, con humildad, para recapacitar sobre su labor y procurar enmendar algo que pueda haber hecho mal en los días anteriores.
Ay de nosotros mismos que, con frecuencia, nos dejamos llevar por las apariencias y nos alejamos de la verdad, para ir a caer en el absurdo laberinto de la vida de ficción cantada por un actor de buena dicción y gesto, pero nada más.
Treinta inmigrantes fueron rescatados este jueves de madrugada por Salvamento Marítimo después de que la…
Decenas de aspirantes a desempeñar puestos en régimen de interinidad en plazas de los cuerpos…
La ola de solidaridad que se ha desatado en toda España ha alcanzado también a…
Quieren manchar sus manos de barro. Ponerse en marcha y ayudar en todo lo posible…
El Ministro del Interior, Abdellatif Loudiyi, reveló los resultados del censo general de población y…
La Jefatura de la Policía Local de Ceuta ha hecho balance de las actuaciones llevadas…