Hoy estaba muy triste mi viejo amigo el marinero. Bastaba mirarle a la cara para recoger el dolor que había en su alma. Antes que cualquier palabra suya se recogía la hondura de su mirada, cargada de recuerdos, que te envolvía y te llevaba hasta su corazón para, allí juntos los dos, sentir en un mismo latido ese especial cariño que se siente por todo compañero de la mar que desaparece de la vida y que se une, para siempre, al rumor de las olas que llegan hasta la costa.
Por eso esta mañana estaba allí, en esa pequeña caleta de fondo aplacerado - que se recoge en el abrazo de unas escolleras que la defienden - para poder oír las voces de los hombres de la mar que se unieron a las olas para siempre, llenándolas con sus ilusiones y también con sus dolores, haciéndolas bellas y suaves unas veces o violentas y rotas en otras ocasiones.
Hoy estaba allí porque quería dar un abrazo a esos cuatro hombres de la Armada que perdieron la vida el día 16 de Abril, en acto de servicio en Haití.
No los conocía porque eran mucho más jóvenes que él, pero eso no importa para su sentir hacia todos los marineros, los hombres de la Armada en ésta ocasión, que mueren mientras llevan a cabo un acto de servicio; que dan su vida en cumplimiento de su deber.
Él estaba allí, en esa pequeña caleta de la costa, para mantener un diálogo similar al que, en la Base de Rota - la Base de esos cuatro marineros- va a mantener con ellos el Rey de España., que sabe bien del sentir de los marineros porque ha convivido con ellos y que entiende muy bien el mensaje de las olas, el de ese hablar sin palabras que sólo se puede entender cuando el hombre sabe escuchar con la mente y el corazón abiertos a la inmensidad de la mar.
Mi viejo amigo, el marinero, vive así - en la sencilla pequeñez de esa caleta a la que suele acudir con frecuencia - los más sugerentes hechos que hablan de la entrega del hombre al ideal de servicio a la Patria, en éste caso en las filas de la Armada.
Ahí, en lo recogido de esa caleta, abre su alma a esos pequeños detalles que cada día van cobrando vida, con el signo fuerte y profundo del cumplimiento del deber, en el quehacer del soldado de cualquier Ejército y que mi viejo amigo, el marinero, conoce más los que se refieren a los que hay que cumplir en la mar; hoy día por gente más nueva que él, a la que le desea fortaleza de espíritu y gran cariño hacia lo que en verdad es su misión, servir a la Patria.
No puede dejar de pensar mi viejo amigo, marinero, en las necesidad de apoyo, moral y material, que esa gente necesita para poder cumplir su misión.
Por eso le dice a las olas, desde la serenidad que se vive en su pequeña caleta, que hagan llegar a todas partes esa necesidad, encareciendo su solución.
Conocer bien a las Fuerzas Armadas de la Nación es un deber, ineludible, de todo ciudadano. Vivir junto a ellas hace sentir el latido de los corazones de sus gentes, que se mueve por afán de servicio noble, que no pide nada personal sino poder cumplir mejor, en cada momento, con su deber.
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