Opinión

En capilla

Días atrás le explicaba a mi profesora de inglés, que yo, al igual que unos cuantos cientos de profesores de la Universidad de Granada, y supongo que, de la misma forma, en el resto de las universidades de Andalucía, me encontraba “en capilla” y que no tenía tiempo para casi nada más. Me miró extrañada y me preguntó a qué se debía ese “arrebato” de religiosidad. Medio en broma, medio en serio, me preguntó si no estaríamos rezando por el alma del Dictador español exhumado del Valle de los Caídos. Le respondí que no. Que yo no era muy religioso. Mucho menos practicante. Pero que, si lo fuera, estaría rezando por el alma de todos los que aún permanecen sin identificar en fosas comunes, en las cunetas, o en las tapias de los cementerios. También por la del Dictador, pero simplemente como un difunto más.

Le expliqué el sentido de esta expresión, que ella desconocía, pese a llevar ya bastante tiempo en España. Le dije que, aunque en sentido literal alguien está en una capilla cuando se halla orando o asistiendo a algún tipo de celebración litúrgica menor, sin embargo, en el ámbito universitario se entendía como “… la situación en la que se encontraban los doctorandos en la Universidad de Salamanca, la noche previa a la defensa de la tesis, que velaban sus libros en la capilla de Santa Bárbara, situada en el claustro de la Catedral Vieja, preparando de este modo su defensa con total concentración”. A partir de aquí, se ha hecho extensiva, también, a los profesores que preparan su acceso a cátedra, o a la titularidad universitaria.

En las universidades andaluzas, gracias al Convenio Colectivo que hace años negociaron los representantes de los trabajadores con el gobierno andaluz, en el momento en el que un profesor o profesora contratada se acredita a alguno de los Cuerpos Docentes Universitarios (Profesor Titular o Catedrático de Universidad), la Universidad está obligada a crear la correspondiente plaza en la plantilla orgánica de la misma y a promover su convocatoria pública, para que el contratado o contratada tenga la oportunidad de acceder, en igualdad de méritos y de condiciones que otros posibles candidatos, a la misma.

El problema es que dichos procesos se habían paralizado, a consecuencia de las restricciones presupuestarias impuestas por el gobierno central. Cuando se ha decidido liberalizar la tasa de cobertura de las universidades, forzados por la edad de la plantilla y ayudados por la mejora de la situación económica, la “bolsa” de acreditados en lista de espera era de unos cuantos centenares. En la Universidad de Granada, tanto por la presión sindical, como por la inequívoca voluntad del actual equipo rectoral, se decidió “limpiar” dicha bolsa en varios años. Ahora se están convocando las últimas plazas de esta lista de espera. Por eso estamos “en capilla” algo más de un centenar de profesores contratados de la misma.

No es un proceso sencillo. Tanto si tienes competencia externa, como si no la tienes, has de preparar un proyecto de investigación y otro docente, con seriedad y profundidad. En los mismos has de hacer recapitulación de cuál ha sido tu trayectoria investigadora y docente, para poder explicar con claridad al Tribunal que te evaluará por qué consideras que eres merecedor de este nombramiento. Hablando sinceramente, en todo este proceso de reflexión, te encuentras contigo mismo. Es al único al que no se puede engañar. Y entonces es cuando llegas a comprender en toda su amplitud la famosa frase de Sócrates “solo sé que no sé nada”, o la más moderna del filósofo alemán Schopenhauer: “Hay profesores de teoría y de práctica, aunque, algunos, sólo son insoportables”.

De cualquier forma, este proceso es un autoexamen que te hace recapitular y volver a recordar cuál es tu función en la universidad. El profesor Aguado, autor de un magnífico libro titulado “La Filosofía en la Educación Secundaria”, nos explicaba que las finalidades más importantes de la educación son la universalidad (la educación debe de extenderse a todos los ciudadanos); la humanidad (la educación debe buscar el pleno desarrollo de la personalidad de los ciudadanos); la civilidad (la educación debe fundamentarse y desarrollar los principios democráticos y los derechos y libertades fundamentales); y la autonomía (la educación debe procurar que los ciudadanos puedan aprender por sí mismos). Sin embargo, a pesar de lo anterior, la educación, a todos los niveles, se ha utilizado generalmente como una “práctica de socialización adaptativa de los jóvenes a la sociedad”. A un mundo acelerado y artificial.

En 1998, tuvo lugar en París una Conferencia Mundial sobre la Educación Superior que, ha supuesto uno de los eventos más relevantes en el marco de la educación superior. En relación con cuál debe ser la función de la Educación Superior y de la Universidad, en el Marco de Acción Prioritaria para el cambio y el desarrollo de la Educación Superior que sigue a la Declaración final de esta conferencia mundial, se dice que “…A la hora de determinar las prioridades en sus programas y estructuras, los establecimientos de educación superior deberán: […] e) adoptar todas las medidas necesarias para reforzar el servicio que prestan a la comunidad, en particular sus actividades encaminadas a erradicar la pobreza, la intolerancia, la violencia, el analfabetismo, el hambre y las enfermedades, por medio de un enfoque interdisciplinario y transdisciplinario aplicado al análisis de los desafíos, los problemas y los diversos temas”.

De todo lo que he leído para preparar estos proyectos, me quedo con dos frases. La primera de D. Miguel de Unamuno: “Lo que más encadena a un discípulo a su maestro, lo que más le hace cobrar afición por lo que éste le enseña, es sentir el calor de la pasión por la enseñanza. Del heroico furor del magisterio. Cuando el que aprende siente que quien le enseña lo hace por algo más que por pasar el tiempo, por cobrar su emolumento o por lo que llamamos cumplir el deber, y no suele pasar de hacer que se hace, entonces es cuando aquél se aficiona a lo que se le enseña”. La segunda del psiquiatra Sigmund Freud: “La diferencia entre el profesor ordinario y el extraordinario consiste en que aquél no hace nada extraordinario, y éste nada sistemático”.

Espero que cuando salgamos de la “capilla”, hayamos aprendido algo más. Nuestros estudiantes y la sociedad nos lo agradecerán.

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