Sus ‘señoras’, esas para las que trabajan y que se niegan a regularizar su situación mediante contrato, las despiden. “Ya no vienes más, no llegas nunca puntual”. Con Himo tuvieron estas palabras. Himo es una de esas ‘muchachas’, como en Ceuta se conoce a las mujeres de Marruecos que trabajan en las casas de la ciudad, que fue contratada de boquilla y despedida de igual forma. Nunca tuvo papeles. Le decían que no podían hacérselos porque eran muy caros. Cobraba en mano y el hecho de no estar regularizada le ha convertido en una de las ‘víctimas’ del bloqueo fronterizo. Si el “turno es bueno”, Himo podía cruzar el Tarajal y llegar a la casa de la ‘señora’, pero si no es así -como ocurre prácticamente a diario con una Policía encomendada a impedir la entrada de quienes no presentan visado o contrato- esa visita se convertía en un imposible. ¿Y quién paga por ello? Siempre el eslabón más débil de la cadena, el que se rompe.
Y Himo se rompió. Se rompió con esas palabras: “Ya no vengas más”. Y se quedó en la parada de autobús de la frontera, sentada, esperando para asimilar el trabajo perdido antes de regresar a Marruecos. Ella es un ejemplo real de las consecuencias de la frontera. No es un caso aislado. Como ella hay muchas mujeres que han perdido su trabajo ante la imposibilidad de cruzar si no presenta tarjeta de regularización. No son solo los porteadores los que se quedan en el camino, también lo son ellas.
Delegación del Gobierno, en este caso, avisó de las consecuencias de la falta de regularización. Incluso promovió una campaña para incrementar los contratos advirtiendo de las trabas fronterizas producto del celo aplicado en el Tarajal. Y al principio ese aviso tuvo su efecto directo: hubo un boom de peticiones, pero después, algunas de ellas no se tramitaron porque los contratadores pensaron que la presión fronteriza quedaría eliminada. No fue así.
Las empleadas de hogar suponen la mitad de las personas afiliadas en el pasado octubre. Y cada mes se cifran altas nuevas, pero sigue habiendo quienes se niegan a cumplir con lo que es una obligación legal rechazando incluso las fórmulas de contratos compartidos entre varios hogares que se reparten el pago de la cuota de la Seguridad Social. No hay explicación más allá de un concepto de que este tipo de trabajo no merece unos derechos y, por tanto, no tiene que pasar por contrato cuando desde la administración se ponen todas las facilidades posibles.
Himo es un ejemplo de despido motivado por ese cierre de frontera, pero como ella son más los casos tanto de empleadas de hogar -en su mayoría- como de otros trabajadores (los llamados ‘chapuzas’) que no pueden cruzar la frontera y que alimentaban el empleo clandestino que siempre intentó ser combatido sin éxito por la Administración.
Este tipo de situaciones, harto denunciadas por oenegés que incluso han realizado informes sobre el empleo ilegal y sus consecuencias en Ceuta, terminan haciendo siempre daño a los más desfavorecidos ante la imposibilidad de actuar contra quienes incumplen las normas más básicas.
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