Estoy metido en la lectura del pequeño, pero intenso y profundo libro de la escritora israelí Eva Illouz “La vida emocional del populismo”. En el título del mimo se añadía “Cómo el miedo, el asco, el resentimiento y el amor socavan la democracia”. Es un libro aparentemente corto, pero, como digo, muy intenso, que es necesario leer con tranquilidad. En un artículo de las pasadas semanas hacía mención al mismo y a una frase muy preocupante. “No es fácil destruir una democracia, pero sí parece bastante sencillo dañarla”. Es lo que está ocurriendo en casi todo el mundo, que veremos con nitidez este domingo en Madrid.
Como se informa en la prensa (Público del 18/05/2024) este domingo 19 de mayo se reúne en Madrid lo más granado del fascismo internacional. A la cabeza de este elenco siniestro aparece el presidente argentino, JAVIER MILEI, que llega tras el asesinato por odio de cuatro lesbianas, quemadas vivas en Buenos Aires: Andrea, Pamela, Roxana y Sofía. Junto a él, la ultraderechista MARINE LE PEN, el ministro de Asuntos de la Diáspora de Israel AMICHAI CHIKLI, el ex primer ministro polaco MATEUSZ MORAWIECKI, el líder del ultra chileno JOSÉ ANTONIO KAST y el presidente de la extrema derecha portuguesa de Chega! ANDRÉ VENTURA. También participarán, online, la líder fascista italiana GIORGIA MELONI, y el primer ministro húngaro, VIKTOR ORBAN.
En el libro al que hago mención, Illouz se refiere a lo que ella entiende por las emociones de una sociedad decente, frase que he cogido prestada como título del presente artículo. Nos recuerda que el populismo vive tanto de la realidad (nombrando males que han transformado la vida de la clase trabajadora) como en la imaginación. El miedo proporcionaría una motivación convincente para nombrar e inventar enemigos repetidamente, para desplazar la política de la resolución de conflictos a un estado de vigilancia constante contra las amenazas, incluso a costa de suspender el Estado de derecho.
Nos recuerda que no debemos subestimar la relación profunda que el nacionalismo mantiene hoy con la religión y la tradición. Los supremacistas blancos de Trump, Giorgia Meloni, Orbán, y otros que participan en esta reunión internacional de Madrid, sostienen que es un deber de sus países y naciones defender al cristianismo (tal como ellos lo entienden) contra los ateos y los no cristianos. También reclaman un retorno a los valores familiares tradicionales y se oponen a las políticas de género y las reformas que traerían igualdad para las personas homosexuales. Es lo que estamos viendo a diario en los gobiernos locales y regionales que sostienen los dos partidos de la derecha y la extrema derecha españoles, PP y VOX.
La escritora nos habla de la solidaridad y la fraternidad como valores que deberían recuperarse en las sociedades democráticas para evitar la deriva fascista que las mismas están tomando. La solidaridad serían el conjunto de obligaciones que sentimos hacia quienes comparten con nosotros un territorio o una historia, hacia quienes vemos como semejantes a nosotros mismos. La fraternidad, que no debe confundirse con la solidaridad, según Illouz, pues la solidaridad se basa en el mutuo acuerdo, pero la fraternidad es una concepción moral y legal de la justicia dentro de la comunidad política. Sin embargo, añade un ámbito más a la fraternidad, como es el de la fraternidad universal, necesaria para evitar que la democracia sucumba a las tentaciones populistas y nacionalistas.
La fraternidad no presupone familiaridad, cercanía o pertenencia al mismo grupo primario, nos dice la escritora, sino que incluye la compasión. El universalismo parte de de que la naturaleza nos ha hecho a todos de la misma forma y, según parece, con el mismo molde, a fin de que nos reconozcamos todos como compañeros, o más bien como hermanos.
Creo que es urgente que comprendamos que el fascismo se está adueñado de la situación. Pero también, que entendamos lo importante y necesario que es en estos momentos, no dar ni un paso atrás frente a los que odian la democracia. Y esto es urgente porque, como constata Eva Illouz, la izquierda ya no está en el centro del discurso de la protesta. La rebelión y la transgresión se han desplazado a la derecha. Debemos romper este circulo vicioso y recuperar los auténticos valores de la solidaridad y la fraternidad universal, como esencia de nuestra democracia.
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