Así en la vida como en el tenis de mesa. Existe un lugar hacia el que nos dirigimos; a veces imprevisto, a veces calculado.
Si hay algo que he aprendido del tenis de mesa en estos quince años empuñando una raqueta es que siempre habrá alguien que te domine, que te saque de tus pasos, bien por la velocidad, bien por el efecto endiablado. Sólo el campeón mundial podrá sonreír tras el sacrificio prestado.
En la soledad de la sala de juego los campeones dan forma a su talento, mientras la mirada inquisidora del maestro advierte de los gazapos. “No es hora de bajar los brazos, sino de esgrimir tus argumentos.”
Yo, desde bien temprano, descubrí que la victoria no estaba en mis manos, y así, me entregué al aprendizaje de los fundamentos, sin más premura que convertirme en técnico de primer nivel, por otros considerado.
El volumen de pelotas servidas me asemeja a los maestros más visitados; aquellos que habitan en China, donde son tratados como magos.
Sin embargo, como competidor soy poco recomendado; tan sólo algunas partidas en la parte baja del cuadro. Sin embargo, ahora, los sinsabores se ven recompensados. Ya no habré de inventarme historias, pues la realidad me ha señalado. Y es que el domingo debutaré como jugador en la División de Honor nacional, representando al Gabitec Ceuta de Tenis Mesa.
Habré de enfrentarme a mejores sin más ayuda que el espacio. Mi mente es experta, pero mi cuerpo se ha avejentado.
Sólo un objetivo se pasa por mi memoria: saludar la victoria del contrario como si fuera la mía propia.
Ahora habrá un antes y un después, ahora el deporte es mi aliado.
El talento despierta si es que hay trabajo. No quiero ternura en el rival, quiero su genio inusitado. Sólo así saldré airoso del lance; al que muy pocos estáis invitados.
Conozco los trabajos de este deporte, y me gusta imaginar que Ceuta es una pequeña China. Sueño con el pundonor y la humildad de los entrenadores de base chinos, quienes a cambio de un plato convierten a niños de siete años en jóvenes maestros. Caja de bolas tras caja de bolas.
Aunque sólo uno será llamado a escribir el libro del tenis de mesa, para depositarlo en los anaqueles del tiempo.
Los triunfos son efímeros. Sólo la constancia sobrevivirá al tiempo.
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