Ya he dicho y escrito en algunas ocasiones a lo largo del año pasado que esta cita con los premios del cine español me interesa más que la de los del estadounidense, por la competencia feroz debida a las altas cotas de calidad y variedad de las películas de manufactura propia o asimilada. Y para una vez que de verdad hay expectación por mi parte, no voy a dejar de comentar lo ocurrido el pasado sábado 4 de febrero entre aplausos, alabanzas y agradecimientos.
Volvió Dani Rovira, temerario, a hacer de maestro de ceremonias tras quedarle regular el trabajo el año pasado, pero esta vez, aunque sin alardes, la cosa ha ido mejor. De más a menos, tuvo una apertura de fiesta fresca y descarada, pero luego se fue diluyendo el efecto.
En lo referente a la gala, se dejó de una vez la política de lado (aplauso para el presentador, que le dedicó “el mismo tiempo que los políticos le dedican a la cultura”, zasca y ahí lo dejó definitivamente) y la austeridad envolvió la puesta general en escena. El tema del bajo presupuesto no me pareció mal, que conste en acta, pero el escenario se quedó tan pequeño que los protagonistas daban la sensación de tener que pedir permiso para transitar entre la nutrida orquesta (Film Symphony Orchestra), otro de los aciertos del evento con una estupenda música en directo y primer plano. Eso y que la nuevamente pobre realización no tiene la falta de dinero como excusa.
Pero no nos desviemos de los premiados y centrémonos en citar que Tarde para la ira venía como clarísima favorita para ganar el Goya a la Mejor Película (de un total de cuatro) y así lo hizo. Los premios precedentes y las injerencias externas deslucieron algo la emoción que este año sí podía haber con tanto buen candidato, una pena, pero sin restar mérito a una cinta de Raúl Arévalo perfectamente merecedora del premio. Enlazando con Arévalo y otro premio cantado: el de Mejor Director Novel, que agradeció acordándose de los realizadores que le han enseñado a hacer cine.
El Goya de Honor fue para Ana Belén, cuyo vestido la hacía parecer en ciertas tomas una señora en pelotas detrás de un arbusto, el éxito de la taquilla fue premiado con nueve goyas que no desentonan (8 de ellos técnicos y el gordo a Mejor Director) para Un monstruo viene a verme de J. Bayona, y Alberto Rodríguez rascó otro reconocimiento con su guión de El hombre de las mil caras. Pedro Almodóvar o Antonio de la Torre tendrán que esperar su segura próxima oportunidad.
En lo actoral se le concedió a Anna Castillo, tan natural como atacada, y a Carlos Santos los de Intérprete Revelación, Emma Suárez ganó el de Mejor Actriz de Reparto y Manolo Soto el de Mejor Actor de Reparto. Los platos fuertes en este campo llegaron algo después. Roberto Álamo desplazó a Eduard Fernández como Mejor Actor Protagonista con su también merecido papelazo de bestia parda en Que Dios nos perdone y se mostró zafio, como acostumbra, en sus agradecimientos. Y luego fue el momento de ella, de una Emma Suárez que daba el sorpresón cuando Almodóvar desveló que se llevaba el Goya a Mejor Actriz Principal. Y la sorpresa no fue que lo ganara por este papel, pues era favorita, sino que hiciera doblete y se llevara a casa dos premios interpretativos, algo que no ocurría desde hace casi treinta años.
Y poco más que mencionar, quizá que la presidenta de la Academia es una valiente por aceptar un puesto que nadie quiere, pero es un papelón que tenga que salir acompañada porque su “britishpanglish” no le da para un discurso ni siquiera cortito, o que los premiados fueron muy buenos chicos y no se pasaron en sus intervenciones del tiempo otorgado, lo que agradece el ritmo del evento. ¡Ah!, y si no lo digo me sale una úlcera: ¿de verdad no hay en España, ya que va a repetirlo hasta la saciedad durante tres horas, nadie que sepa decir “monstruo” en vez de “mostro” para que haga de voz en off?
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