Opinión

Emigrantes

Los emigrantes sabemos lo que significa la lucha diaria, la resistencia. Cómo se produce y cómo nos devora. A veces, a causa de nuestra propia ignorancia, nuestra precaria naturaleza, hasta nuestras limitadas fuerzas, que nos dan el aliento suficiente para poder decir ¡BASTA! Hoy quiero ser otro. Quiero aprender y ser diferente. Quiero defenderme y que dejen de engañarme”. José López Benítez, In Memoriam.

José López se marchó de Dílar, mi pueblo, a los 12 años. Desde entonces llevó en la memoria su geografía, variada, entre la vega y la alta montaña. Viajó, con sus padres, hasta la rica Argentina, allá por los años 40 del pasado siglo y acabó de emigrante, nuevamente, en Ginebra, en donde combinó su actividad laboral como taxista, con la que se ganaba la vida, con la de artista, lo que realmente le entusiasmaba y le llenaba. Pintaba, escribía, viajaba. Alguna de sus obras llegó a exponerse en la sede la ONU, a propósito de alguna de sus conferencias. Pero, nunca se olvidó de sus orígenes. De la bella y pequeña localidad de Sierra Nevada en la que nació.

Yo le conocí en plena batalla. Sí, literalmente, batalla. Porque eso era lo que librábamos hace casi 30 años los vecinos de Dílar, agrupados en torno a una coalición de auténticos “descamisados”, contra las distintas Administraciones. Locales, provinciales y nacionales, que por entonces estaban en manos del Partido Socialista. Esto era lo que más nos dolía a las gentes de izquierdas que liderábamos el movimiento. Luchar contra aquellos que percibíamos como de los “nuestros”, y a los que, incluso, habíamos votado unos años antes, pero que ahora nos habían traicionado. Sí. Nos habían traicionado en temas medioambientales. Porque, la lucha a favor del medioambiente no se está librando sólo ahora, cuando el calentamiento global nos aprieta a todos. Ya entonces, en Dílar, se desencadenó un interesante movimiento medioambiental, que consiguió importantes victorias, de las que podemos disfrutar hoy día. Fue cuando conocí a José López.

Él solía venir casi todos los veranos a pasar sus vacaciones junto a su familia en el municipio. Nuestro movimiento había conseguido paralizar la construcción de dañinas urbanizaciones y el trasvase de agua de regadía para campos de golf. Incluso se paralizó el ilegal trasvase de agua desde el río de Dílar hasta la estación de esquí de Sierra Nevada, para suministrar agua a los cañones de nieve artificial. Para ello tuvimos que expulsar del Ayuntamiento a los que gobernaban desde hacia años, del Partido Socialista, y ocuparlo nosotros con mayoría absoluta. Esto nos permitió cambiar las Normas Subsidiarias, para evitar construcciones en terrenos del Parque Natural y paralizar las obras ilegales de la “todo poderosa” Cetursa, empresa pública que gestionaban la Estación de esquí.

Todavía recuerdo el día en el que nuestro alcalde, uno de nuestros queridos “descamisados”, ya desaparecido, llegó a la Estación de esquí, acompañado del único policía local del municipio, también desaparecido, llevando como guardia pretoriana a un grupo de “descamisados” voluntarios (algunos todavía vivimos), a entregarle el decreto de paralización de las obras de trasvase a esta empresa pública. Las caras de asombro e incredulidad eran dignas de ser recordadas. Nunca, nadie, se había atrevido contra esa empresa pública que, supuestamente, traía el maná a la provincia. Nosotros lo hicimos. Y tuvo que ser el mismísimo Consejo de Ministros, con Alfonso Guerra en la Vicepresidencia, el que aprobara un decreto por el que asumía la competencia de conceder dicha licencia de obras, que el alcalde de Dílar había denegado por ilegales.

Esta gesta, que ha quedado para la historia, pese a muchos, la celebramos junto a nuestro querido José, que, como seña de reconocimiento, donó alguna de sus más importantes obras pictóricas al Ayuntamiento, entonces gobernado por los “descamisados”.

En su honor, hace una semanas, se representó la obra de teatro “Emigrantes” en las antiguas escuelas, en las que yo recibí mis primeras enseñanzas. El grupo teatral AWTURA, junto a un grupo de artistas noveles locales, puso en escena lo que escribió José en los últimos años de su vida, que quiso pasarlos en su Dílar natal. Confieso que no pude contener mi emoción, cuando representaba las idas y venidas de emigrantes desde la plaza del pueblo allá por los años 60, y mucho antes, la de su propia familia. Me vi reflejado plenamente, porque yo recuerdo cuando mis padres, como muchos otros vecinos, tuvieron que emigrar para poder conseguir una vida mejor para sus familias.

Unos años antes, yo había escrito y defendido mi tesis doctoral, en la que mostraba que los emigrantes llegados a España no eran los causantes del incremento de la delincuencia. Dicho trabajo se publicó y defendió en algunos congresos científicos. Actualmente está en fase de revisión y actualización. Lo que yo decía, y demostraba, era que los emigrantes no eran delincuentes. Sólo buscaban un futuro mejor. Ahora, con el paso de los años, sigo defendiendo lo mismo. Y lo hago con datos que avalan lo que digo. Mi amigo José, lo hacía a través del teatro. Pero, finalmente, es la misma historia, aunque contada de diferente forma.

En Italia, los neofascistas criminalizan a los que rescatan a seres humanos en el mar. En los Estados Unidos de América, el actual presidente Trump, en sus orígenes, descendiente de emigrantes, quiere construir un muro para defenderse de los pobres latinoamericanos que huyen de la violencia y de la miseria. En Francia, la candidata del Frente Popular también tiene como discurso principal la expulsión de los emigrantes. En España, los neofranquistas que apoyan la coalición de gobierno de Andalucía también quieren expulsar a los emigrantes y prohibir los rescates en Alta Mar. Y los candidatos populares quieren legislar para que nos quedemos con los hijos de aquellas emigrantes que los dejen en adopción, a cambio de no ser expulsadas.

Mi padre y mi madre, emigrantes durante largo tiempo, cuando veían a un pobre inmigrante vendiendo productos en la calle, siempre le compraban algo. Mi padre siempre decía lo mismo: ¡pobrecillo!. Mi amigo José, dijo antes de morir, ¡no os quedéis con los brazos cruzados!. Y yo, siguiendo a estas personas queridas, también quiero manifestar: aunque solo sea por humanidad, ¡no os dejéis engañar!.

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