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El Sunami que viene

Felipe lo ha dicho con esa visión profética que sólo tienen algunos políticos de altura y los auténticos poetas: el primer oleaje del sunami económico ya arrasó y cuando aún la devastación nos ha dejado como en Babia, debemos prepararnos para otro más gigantesco, quizás con peores intenciones, que no se sabe como saldremos de él. La catástrofe ya se percibe en el ambiente. Hay en el aire cierta  intranquilidad, un desasosiego que se traduce  en   provocaciones, en  desconfianza, en ira. La gente ya no sabe que hacer, aunque lo griten esos miles de rebeldes, indignos que logran, al fin,  asustar a alcaldes y alcaldesas, como a la  fallera Barberá (¿será verdad que esta walkiria usa también  lencería  roja?) y a presidentes de comunidades, los que llevan años trincando y los recién llegados, pero  que se disponen a aprender rápido el arte de Monopoly, por si acaso. Lo escribe Gala y nunca estuvo más acertado: como  siempre ganan los mismos, aunque se disfracen de pitufos, seguirán desnudando al pueblo en connivencia con la Banca, esa que, también asustada, está poniendo sus alcancías (lo  ha hecho la familia Botín), en paraísos fiscales. Ante tanto sinvergoncerío ¿harán que lleguemos a aborrecer la democracia?. Confiemos en  que no, aunque, como advertía el cordobés, aquí ya falta el pan para tanto chorizo.
Y para colmo, en medio de la tempestad, se hace público un posible reparto de los bienes de la casa de Alba, donde a cada uno de los seis hijos de la duquesa, le corresponde, como mínimo, ciento diez millones de euros (les dejo que lo multipliquen por 160 para que la resultante sea más escandalosa en  pesetas),  un montante al que deben agregarse otros dos mil millones para la Fundación Casa de Alba, cuyo fin es proteger el inmenso patrimonio de la familia y que preside el mayor de la prole. Pero es que a esta suma hay que unir otros millones de euros de la mismísima Cayetana que con ellos mejoraría la herencia de algunos de sus herederos, como pueden ser sus nietos, el Alfonso de su alma y hasta algo podría ir para la “Arrimá”, tal como llaman en  ciertos círculos sevillanos a Carmen Tello, la mujer de Curro Romero, la que cientos de veces vemos tan pegadita a la señora que otros, con peor leche, la denominan “la muleta peruana”.
¡Vaya panorama!. Lo que nos queda que pasar. Y en lontananza, otra vez  las papeletitas y antes que ellas, los santos predicadores, con menos credibilidad que nunca, pero que el pueblo, al menos parte de él, persiste en eso de mostrarse bobo del carajo, votando porque  creen que de esta manera ahuyentan el  miedo que unos y otros les han metido hasta el tuétano ¡Y vaya panorama ver, en los mercadillos domingueros (tengo junto a mi casa uno que estuvo siempre dedicado a monedas y sellos), pero que ahora, como si fuera el del Charco la Pava, exponen hasta los desperdicios y trapos recogidos de los contenedores de basuras, como si fueran gangas de marca! Sobre la esterilla de uno he visto diez o doce tomates, un montón de pepinos, limones que se han resistido a caer del árbol y junto a las verduras, un reloj de cucú, sin el pajarito; un candelabro mohoso y la estampita de Sor Angela de la Cruz, momificada, introducida en un marquito de IKEA. Según el que los vendía, lo más valioso era la monja.Pedía por ella, y te daba los pepinos gratis, diez euros. Lo mínimo, explicaba, para coger el autobús y volver a casa. No le quedaba ni para una caña de cerveza.   
Todo se está yendo al garete. Eso de que a la Virgen del Rocío se le haya caído un varal, ya está siendo interpretado, no como  que la brutalidad almonteña alcanzara su cenit, sino como un deseo de la Blanca Paloma de volar de país e irse a tierra de infieles y convertirlos, sin tanto fandangos y carretas. Hasta puede que sea un aviso divino para advertirnos que la Magdalena no está para tantos tafetanes y que ya está bien esas martingalas de los que dicen oir voces que les conducen hasta la ermita, atravesando caminos, disfrazándose de señoritos antiguos e  invertir en comida, según  dice mi amiga Eva Díaz (les recomiendo su libro “ El polvo del camino. El libro maldito del Rocío”), como si tuvieran que vivir siglos en las Marismas. Allí nadie piensa en  lo que está  ocurriendo. Allí el primitivismo, la simpleza y la ingenuidad es lo que brilla. Allí sólo se canta, se come, se bebe, se duerme y se folga, por decirlo de una manera fina, ¡ Ah, y también se reza y se llora! Nunca lo entendí: ¿por qué si es una fiesta, hay tantos llorones y lloronas?. ¿Serán sus conciencias?. Lo siento por mi amigo Alberto, el choquero, que este año sólo pudo estar en la aldea cuando todo empezaba a desinflarse, percibiendo miles de sartenes a medio fregar, docenas de fiambreras sin tortillas ni filetes empanados, colchones desvencijados donde el pecado se hizo carne y cientos de tubos de escape que envolvían todo aquello como en una nube mágica y asesina para los asmáticos y alérgicos. A mi amigo Alberto le gusta el camino y pisarlo con sus botas camperas de Valverde, su camisa del cocodrilito y su Levis auténticos. El disfraz oficial, vaya.

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