Opinión

Elogio de la compasión

Para entender con claridad la compasión hay que colocarse al otro lado, al extremo opuesto donde se sitúa la soberbia, el orgullo, el engreimiento …. la supremacía. Todos son sentimientos, emociones o estados del ánimo; generalmente fugaces y a veces persistentes, hasta el punto de que marcan carácter. Y como todo aquello que es distintivo y que forma parte de la esencia del ser humano, tiene su origen en su capacidad de relacionarse; y esta singularidad de buscar la relación es una de las bases de la supervivencia de la especie humana.

Creo que es una tendencia para la buena comprensión el remontarse al origen de lo que se cuestiona; y en este caso habría que colocar a la compasión entre las emociones básicas como la sorpresa, la tristeza, el miedo, la ira o el desprecio; y estos sentimientos irían apareciendo desde el umbral difuso en que podemos referirnos al Género Humano, ya distanciado del resto de los homínidos.

Es la arqueología y la antropología forense la que a través de los restos humanos fósiles permite apreciaciones tan sutiles y asombrosas que son capaces de discernir los detalles más minuciosos, hasta interpretar incluso, los sentimientos de aquellos humanos tan lejanos en la Prehistoria. Y es por la interpretación de los indicios que aparecen en esos restos de sus esqueletos cómo los antropólogos deducen, por las huellas observadas en sus huesos, por sus fracturas y deformaciones, cómo secuencian eventos violentos o enfermedades, sus padecimientos, el sufrimiento causado, incluso, la inhabilitación, y de ahí la necesidad de ayuda demandada u ofrecida por sus congéneres que provocaría el sentimiento de compasión sin el cual no hubiese sido posible la prolongación de sus vidas.

Las técnicas forenses actuales permiten confirmar si a un Neandertal de hace 200.000 años le dieron un garrotazo que le abrió la cabeza, y si le cuidaron de su dolencia y si se recuperó de las heridas; o si a un anciano desdentado le dieron dieta blanda durante el último tramo de su vida; o si un niño desvalido por alguna enfermedad fue transportado en brazos de su madre durante su constante peregrinar.

Miles de episodios que podemos imaginar a lo largo de esa evolución biológica y cultural de superación de la adversidad y que en nuestros días se encuentran matizados por las condiciones de bienestar alcanzado, y donde la compasión siempre ha estado en el fondo de los corazones y que enseguida, al menor síntoma de su necesidad, surge de improviso a flor de piel y se expresa en toda su grandeza.

Cuando el hombre fue madurando y se dio cuenta de su ignorancia (parece un contrasentido), en esa situación tan irresoluta, fue siendo consciente de sus límites, y ante la imposibilidad de solucionar sus problemas, inquieto, sorprendido y admirado por la naturaleza que le rodeaba, a veces tan hostil, presa del miedo ante circunstancias que aún no comprendía y que superaban sus posibilidades, se inventó un origen sobrenatural de las mismas. Todas las adversidades eran pasajeras menos una que nunca llegó a comprender que era la muerte. El mayor de todos los sufrimientos posibles fue la desaparición de los seres queridos que provoca la ruptura, la interrupción para siempre de un sentimiento que en su aspecto filosófico es esencia de la compasión junto con el afecto y la bondad y que forman parte de la mayor de las virtudes, que es el amor ….. amor que sólo quien lo probó sabe lo que es. Es el amor la experiencia más sublime, más intensa y profunda, más transformativa, a veces incluso, dolorosa e inquietante ….. Desde el origen, la piedra filosofal de la vida. Quien padece esa pérdida del ser querido necesita la compasión como paliativo. Nadie supo explicarles a aquellos seres primitivos y atolondrados el sentido de la vida ni de la muerte (tampoco lo sabemos todavía). Así, ante la incomprensión apareció la Religión como sustituto del conocimiento aún no adquirido, y producto de la imaginación….. sin límites. Y donde hay una religión aparecen figuras sobrenaturales a las que se arrogan carácter divino, que son los dioses.

Harían falta unos cientos de miles de años para situarnos donde la compasión fue para los trágicos griegos una emoción distintiva, sólo humana, que sus dioses no podían ofrecer, tal vez el único modo en que los humanos, incluidos los de hoy, somos superiores a los Dioses: no es el poder sino nuestra capacidad y voluntad de compartir el dolor. Los griegos no esperaban que los dioses fueran compasivos.

Si nos alejamos de la Antigua Grecia, apartándonos de la Filosofía como Ciencia de la Vida, nos entregamos a las religiones monoteístas como el Judaísmo, el Islam o el Cristianismo, donde este último, el Cristianismo no es una tradición ya creada que se inserta en el paganismo heleno, sino que se desarrolla dentro de la cultura greco-romana y en continuo diálogo y convivencia con ella. Así se manifiestan los vaivenes, no sólo los que tiene la liturgia judeocristiana con las religiones venidas de Oriente en los comienzos de su existencia sino en los contenidos de la moral por la influencia posterior al contacto inevitable con las distintas filosofías adyacentes.

Muy notable en cuanto a la compasión fue la influencia del estoicismo (siglo IV a.C.–VI d.C.). El estoico, el hombre sabio busca la imperturbabilidad, la impasibilidad, la inmutabilidad como fuentes de paz espiritual, erradicando todas las pasiones que perturben el ánimo.

El Cristianismo en su doctrina de pacto establece un mandato que también erradica las pasiones, y por tanto frente a la naturaleza exigente del hombre en cuanto a la satisfacción de los sentidos, crea la figura del pecado, que lo hace débil y por tanto necesitado de compasión. El estoicismo busca sólo la virtud a través de la razón; el Cristianismo busca a su Dios a través de la fe.

En la tradición Judeocristiana a diferencia de la griega, el Dios Cristiano se muestra compasivo y misericordioso, es decir, que expresa sus sentimientos, cosa que por otro lado se contradice porque parte de su esencia es la inmutabilidad. La compasión del hombre griego, que sus dioses no le ofrecían, en el Cristianismo se cambia el término por el de caridad y misericordia.

El Cristianismo evita la individualidad y promueve la fe de masas, donde la forma más familiar de invocación es la plegaria: ¡”Señor, ten misericordia de nosotros”!

Nuestras calles, nuestras plazas y en todos los lugares apartados, deambulan cientos de chavales, que el vecino islamita nos mandó como muestra de su insolvencia y de su impiedad, arrojándolos hacia la compasión; pero no hay Dios ni Cristiano ni de otra índole que los compadezca ni los ampare por mucho que lo invoquen. Sólo sienten la compasión humana, esa que como herencia permanece en los corazones desde aquellos lejanos Neandertales…..

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