Categorías: Política

Ellas tampoco se esconden

La cita era en un cine como cualquier otro, en la plaza del barrio Beni Makada, comuna urbana adosada al sur de Tánger. Antes de la hora fijada la zona estaba vigilada. No eran sólo las fuerzas de seguridad las que estaban alerta. Era una vigilancia mutua entre policías de uniforme o de paisano y ciudadanos de a pie que se observaban mutuamente en una suerte de baile -ora la policía desalojaba el centro de la plaza, ora se volvía a llenar-, en el que la aparente calma no era más que una máscara.
La intensidad, la tensión del momento, se veía en cada esquina, en cada rostro. Rostros todos ellos, -en los dos bandos-, de hombres. Salvo las mujeres que iban y venían con la compra del zoco que hay junto a la plaza y las madres que acompañaban a sus pequeños en los columpios, el lugar estaba rodeado de hombres: en los cafetines, calle arriba, calle abajo, junto al cine, sentados en los bancos, en las furgonetas policiales, dirigiendo el tráfico... sólo rostros masculinos con gesto acechante a la espera, dependiendo del caso, de una orden o de una consigna lanzada al aire para que toda la tensión se transformase en algo, un 'algo' que parecía no llegar nunca.
Y de pronto, una voz masculina, -como todo hacía prever-, se alzó entre los tangerinos animándoles a manifestarse por la democracia.
Pero lo que vino después, teniendo en cuenta todo lo anterior, no me lo esperaba. Dos chicas, dos mujeres jóvenes que desentonaban totalmente con la estampa de esa mañana en la plaza, y que fugazmente nos habíamos cruzado sin reparar en ellas, tomaron las riendas de la situación. Sus voces, dos voces femeninas, resonaban en las calles de Beni Makada llamando al resto de ciudadanos congregados allí para que se unieran a sus gritos en pro de un Marruecos mejor.
Y éste es justo el punto en el que me quiero detener. Dos chicas, dos mujeres llevando las riendas.
Día tras día, en las noticias que nos llegan de otros países árabes, podemos leer que el papel de la mujer en estas revueltas, manifestaciones, revoluciones o cómo queramos llamarlas, es importante. Vemos algunas que enarbolan la bandera de la democracia en lugares en los que la historia y los estereotipos nos hablan de un mundo dominado por hombres. Pero los tiempos están cambiando, si no han cambiado ya.
Las lágrimas de una madre por su hijo inmolado y el ímpetu y la constancia de una joven bloguera fueron el gérmen en Túnez; otra joven convocó al pueblo egipcio  con un video publicado en youtube, de manera que ahora se la conoce como ‘la mujer que vale por cien hombres’ o ‘la muchacha que aplastó a Mubarak’;  El eco de este mismo video se escuchó e hizo retumbar el reino de Barein; la detención de una activista fue la gota que colmó el vaso en Yemen...
Y a los rostros femeninos sobresalientes se tienen que sumar todos los rostros anónimos que podemos ver en telediarios, medios digitales y prensa escrita. Mujeres que alzan su voz pero que también muestran su lado menos amable portando palos si hace falta: para demostrar que van a por todas, que son una más, que son el pueblo, que no quieren esperar en sus casas, que no quieren tener más miedo, y que quieren luchar por las cosas en las que creen. Y que esas cosas en las que creen van más allá de los debates vacíos de occidente sobre velos o imposiciones.
No están solas al frente, no son las protagonistas, no son las impulsoras en exclusiva, pero las mujeres árabes se han hecho presentes enarbolando la bandera de su pueblo. Piden la caída de los dictadores, piden  justicia, piden libertad, piden dignidad. No he estado en la plaza de Tahrir en El Cairo, tampoco he estado  en Bengasi (Libia). Pero ayer estuve en Tánger. Y ver a esas dos chicas, esas dos mujeres, a la cabeza de la manifestación, fue esperanzador e inspirador a partes iguales. Esperanzador por ver a nuestros vecinos y hermanos luchar por un futuro mejor. Inspirador por ver a esas dos chicas, esas dos mujeres demostrando cuál es el papel que quieren jugar en una sociedad del siglo XXI.
Esas dos chicas, esas  dos mujeres enarbolaban la bandera de la dignidad, de la libertad y del futuro.
Una niña y dos mujeres, el 20 de febrero en Tetuán.

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