Esta semana es la última de mis relatos cortos. A partir de la próxima me incorporo a tiempo completo a mi actividad docente y ya, mi estancia en nuestra panadería familiar será más esporádica. Mis artículos volverán a ser los acostumbrados. Pero, el destino ha querido hacerme un regalo especial en esta semana, pasados solo dos días de mi cumpleaños. Ha venido al mundo mi segunda nieta. Por tanto, es del mismo signo del zodiaco que yo.
Se llama Elaia. Este precioso nombre es de origen vasco. Su abuela Rosa nació allí. Significa golondrina, como Ainara y Enara. Se dice que las que tienen este nombre, para sentirse seguras emocionalmente, necesitan sentirse arropadas. Ella lo está. También, que son sensibles, discretas y amables, además de observadoras, prácticas y atentas. Y que le dan mucha importancia a la vida sentimental. Pero, esto no son más que cosas bonitas que se escriben, y que gusta leer. Con solo cuatro días de vida, es algo prematuro aventurarse a predecir cómo será de mayor.
Elaia ha nacido unas semanas antes de lo que estaba previsto. Pero, la gestación ha sido suficiente para que pueda desarrollarse con normalidad. Sus dos papas, uno de ellos nuestro hijo menor, están con ella en Vancouver desde el mismo día del parto. Nosotros la vemos todos los días a través de videoconferencia. Pese a que en la mayoría de recién nacidos aún no se distinguen bien sus rasgos principales, lo que conlleva que no sean especialmente bonitos, en este caso, sin embargo, a mí me ha parecido que mi nietecita tiene la carita muy linda. Su abuela Rosa estará pronto con ella allí, y se quedará hasta que se ultimen los trámites necesarios para nacionalizarla española y retornar a su país.
Como ya habrán podido entender, nuestra nieta tiene dos papas legales, que la fecundaron con el óvulo de una donante ajena al proceso, a través de reproducción asistida. Después, mediante la técnica de la gestación subrogada, en un país en el que está legalizada, como es el caso de Canadá, se ha hecho posible el milagro de que nuestra nieta venga al mundo, a través del vientre de una señora de dicho país. Para mí, se trata de un milagro de la ciencia, que se pone al servicio del amor.
Nuestro hijo y su pareja querían tener una hija (o hijo) propia. Esta opción la preferían a la de la adopción. Evidentemente, ellos no pueden engendrar otro ser. Pero la ciencia pone a nuestra disposición una serie de técnicas, que, reguladas adecuadamente, y con las prevenciones éticas necesarias, ayudan a dos personas del mismo sexo, que forman una familia legal, a ver cumplidos sus sueños. Evidentemente, en todo este proceso, nuestros hijos han tenido el pleno apoyo de los padres (abuelos) de ambas partes. También de sus compañeros y compañeras de trabajo. Sin embargo, no ha sido así del sistema legal español.
Recuerdo los años de plomo en España, en los que, por puros prejuicios ideológicos, el aborto no estaba legalizado. Lo que hacían las jóvenes españolas que, por las razones que fuese, se quedaban embarazadas sin desearlo, era ponerse en manos de clínicas semiclandestinas, o viajar a países cercanos en los que el aborto estuviese consentido. El resultado de todo este embrollo eran las situaciones escandalosas a las que se llegaba por abusos cometidos por clínicas clandestinas y médicos sin escrúpulos, muchas veces con riesgo para la propia madre.
En el caso de la maternidad subrogada ocurre algo parecido. España legalizó el matrimonio entre personas del mismo sexo. Esto supuso un gran avance para el respeto de los derechos de todas las personas, independientemente de su condición sexual. Sin embargo, no se ha dado el paso siguiente, que, coherentemente, es el de la gestación subrogada. Si se pueden formar familias del mismo sexo, lo lógico es pensar que estas familias, en algún momento de su vida, querrán tener descendencia. En este caso, necesitarán ayuda de la ciencia y de personas de otro sexo, ajenos a la familia, que le cedan lo que a ellos le falta. Las donaciones de órganos se desarrollan bajo el mismo prisma ético.
En una ocasión, cuando trabajaba de gestor de un gran hospital público, el doctor encargado de realizar las operaciones de corazón a través de guías intravenosas me invitó a presenciar una de ellas. El paciente era un joven agricultor de Almería que tenía varias válvulas coronarias obstruidas. Tanto que, si no se le limpiaban, o se le practicaba un bypass coronario, el joven moriría. La operación tardó poco más de media hora. El paciente, al día siguiente salió andando por sus medios para su casa. Lo que el doctor me quería explicar era que, gracias a los avances científicos, personas como este humilde agricultor, podían vivir muchos años más.
Es lo mismo que ocurre con la reproducción asistida. Los avances científicos, con los debidos controles éticos, si se ponen al servicio de los ciudadanos, puede ayudar a muchas personas a ser felices. Y no solo me refiero a personas del mismo sexo que quieren tener hijos. También a familias de ambos sexos, en las que alguno de los dos está impedido para poder engendrar hijos. La ciencia actual hace posible resolver estas situaciones.
El caso de nuestro país, es todo un síntoma de falta de generosidad y de prejuicios ideológicos, que no se haya regulado aún la gestación subrogada. Las consecuencias son que personas como nuestro hijo, tengan que viajar a países muy lejanos para hacer realidad su sueño. O que otras personas, con menos recursos, tengan que hacerlo a otros países en los que la seguridad jurídica es prácticamente inexistente. Hace pocos días ha saltado a la prensa el caso de las decenas de familias españolas atrapadas en Ucrania, a consecuencia de estos problemas jurídicos.
Lo que me sorprende es que, algunas organizaciones feministas y otras similares, supuestamente progresistas, se opongan a esta legalización, al argumentar que la subrogación se hace siempre por dinero. ¿Es que no se dan cuenta que si estuviera legalizada, precisamente se evitarían estos abusos?
Preocupados por cómo se podía explicar esta situación a nuestra otra nieta, hemos adquirido un libro de la editorial Chado, de Cristina Castro, titulado ¿Por qué tengo dos papás? El libro se lee rápido. De hecho, nuestra otra nieta se lo ha leído ya dos veces. Aconsejo a mis lectores que lo busquen y lo lean. Me sigue haciendo reflexionar uno de sus párrafos, que dice así: “David vive feliz con sus dos papás Pablo y Daniel. Juega feliz con sus amigos y aprende de ellos. Un día su maestra Lynsey le explicará a él y a sus compañeros cuál es el significado de la familia y cómo todas son igual de válidas si contienen el ingrediente principal: EL AMOR”.
Nuestra nieta Elaia vive feliz con sus dos papás Diego y Edén en sus primeros días de vida. La cuidan con el amor infinito de los padres. Pronto, sus abuelos podremos abrazarla. También sus tíos, primos y demás familia. Y más adelante, le explicaremos que nació fruto del amor de sus papás y del avance de la ciencia.
Pero, seríamos más felices, si nuestros amigos y amigas de las distintas organizaciones sociales que pelean por la igualdad reflexionaran y comprendieran que, al amor, como al campo, no se le pueden poner puertas.
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