El Virrey

Jueves, 2 de septiembre de 2010. Día de mi cumpleaños. También de eso que llaman Autonomía de Ceuta, pero que sólo es un sucedáneo. Me disponía a leer los titulares de la prensa local, tras una noche 'inolvidable'. Primer sobresalto. El delegado  Chacón nos deja su titular: 'A cartonazos nadie puede ir a la península'. En la foto se veía a un pobre inmigrante delante de la policía, con las manos levantadas al cielo, clamando justicia. Divina, supongo yo.
La noche había sido un tanto movida. Confluían en las calles dos tipos de gentes especialmente molestas. Por un lado los que nunca tienen nada que hacer durante el día y aprovechan la noche para 'joder' a los demás. Estos son permanentes. Por otro, los que aprovechan cualquier festividad para vivir la noche como si nunca hubieran vivido. Ambos colectivos no se conforman con beber y bailar hasta la madrugada en los lugares de ocio, muchos de los cuales no cumplen las medidas adecuadas de aislamiento acústico, sino que cuando salen de ellos tienen que ir cantando a coro, o gritando como locos. A eso de las seis de la mañana, cuando parecía que iba a conciliar algo el sueño, llegaron los de la empresa de limpieza para baldear la marina. Así que, como el guardia del sonómetro no aparecía, sólo me quedó la opción de levantarme, pasear por la playa, y leer la prensa. Inmediatamente después comenzaron los subsaharianos con sus cartonazos a despertar a todos los que aún no lo habían hecho.
Quedará para los anales de la historia local el comportamiento del actual delegado del Gobierno en Ceuta como ejemplo de incapacidad, por calificarlo de forma suave. Especialmente en dos temas. El asunto de los parados y el de los inmigrantes subsaharianos. En el primero, estuvo alargando el problema durante meses, con la clara intención de que se diluyera por aburrimiento. Mientras tanto buscaba que la opinión pública se volviera contra los manifestantes y, de paso, contra el sindicato que los apoyaba. Fue entonces cuando, de golpe, cambió el criterio. Y lo que hasta ese momento había sido legal, pasaba a ser asunto de orden público ante la llegada de las fiestas patronales. En el caso de los inmigrantes, va por el mismo camino. Así entiende él su 'poder discrecional'. En ninguno de los dos casos le ha interesado, para nada, solucionar el problema.  
Cuando España tenía un imperio en el que no se ponía el sol, la figura de los virreyes era muy importante, pues la enorme acumulación de territorios y la dificultad de las comunicaciones, hacía que no se pudieran gestionar de forma eficaz desde el poder central. Eran los representantes del Rey y se les trataba con toda solemnidad, contando con guardia personal y siendo recibidos bajo palio. También ejercían su poder con total impunidad. Y aunque aún no había llegado la Ilustración, ni la Revolución francesa, para someter su actuación al imperio de la Ley, los Reyes tuvieron que frenar sus abusos y desmanes mediante leyes especiales.  Fue la forma que el poder absoluto utilizó para controlar y reprimir lo que, en términos jurídicos actuales, se llama arbitrariedad y desviación de poder, o lo que es lo mismo, el ejercicio de potestades administrativas para fines distintos de los establecidos por el ordenamiento jurídico. Es decir, si una actuación es ilegal, el gobernante tiene la obligación de impedirla inmediatamente. No cuando la opinión pública le es más o menos favorable.   
Ceuta, que sigue dependiendo del poder central para casi todo, también cuenta con su Virrey particular en la figura del delegado del Gobierno. Apenas tiene relación con las gentes del lugar, salvo con unos cuantos elegidos. Sigue a rajatabla los dictados de los sectarios e incompetentes dirigentes del Partido Socialista local, que ya han dicho que lo importante no es ser Comunidad Autónoma, y que la inmigración ilegal se soluciona reforzando nuestros lazos con Marruecos, es decir, dándoles más dinero. No se reúne con los agentes sociales. Tampoco con los colectivos especialmente perjudicados por la crisis, como los parados o los inmigrantes. Es más, le importan un rábano las propuestas que hagan para solucionar sus problemas. Su política es dejar pasar el tiempo hasta que los problemas se pudren. Y cuando le parece oportuno, cambia el criterio aplicado de forma discrecional. Sin más.  
Lo grave no es que esta política se pudiera calificar de arbitraria por parte de algún Tribunal de Justicia. Lo realmente peligroso es que degenere en enfrentamientos y crispación entre ciudadanos. Especialmente en el asunto de los inmigrantes subsaharianos. Primero, porque ellos se creen con unos derechos legales que posiblemente no tengan (todo dependerá de cada caso particular). Nadie se lo explica. Segundo, porque la gente se siente invadida en su tierra, y esto puede dar lugar a reacciones xenófobas y racistas muy comprometidas y difíciles de controlar en el futuro. Y tercero, porque la Ley de extranjería es clara y diáfana. Al inmigrante irregular, o se le expulsa, o se le deja en libertad. No se le puede retener en un centro. Y mucho menos en una Ciudad, que aunque no sea Comunidad Autónoma, tampoco es una cárcel, aunque muchos de sus enemigos así lo quieran.
Cuentan las malas lenguas que al ya fallecido ex presidente francés, François Miterrand, le gustaban mucho los experimentos sociológicos, y que por este motivo fomentó la formación de una derecha racista y xenófoba en su país, para así dividir a la oposición. ¡Habladurías!. Lo que sí es cierto es que en Ceuta no estamos para muchos experimentos más.