Si hace unos años el paso de los actores del cine a la televisión suponía un salto hacia atrás en sus carreras y/o un retiro dorado. Ahora sigue siendo dorado el color de las cuentas corrientes de los protagonistas de las series de éxito, pero nada más lejos de la vergüenza o el desdén de los compañeros de profesión si tu trabajo puede apreciarse desde la pantalla (cada vez menos pequeña) de los televisores. Y es que los tiempos están cambiando, los hábitos y horarios favorecen el consumo de las series y se está apostando claramente por invertir en ellas.
Cierto es que el modelo estadounidense es algo distinto que el nuestro. Mientras en España se trata al género como el negocio que es, y si no se consume masivamente se maltrata o cancela sin rubor (además, a cada cadena le corresponde según estudios por tipo de espectador fórmulas distintas de conquista de parrilla), en USAlandia las grandes cadenas, cada vez más reforzadas con capital externo de visionarios procedentes del cine, además de por espectadores, también compiten por premios y por la hegemonía del prestigio televisivo, casi tan cainita como la de los índices de audiencia. A fin de cuentas, el prestigio es publicidad, y ésta se transforma en dólares, por lo que todos los caminos llevan a Benjamin Franklin.
Los rostros más conocidos se alternan cine y televisión y las cadenas cada año se superan cuando ya no parecía posible. Hoy, seguida estrechamente por sus rivales, el ejemplo de lo mencionado, número uno del ranking de “sinónimo de buena manufactura y guión de excelencia” es la neoyorkina HBO (Homme Box Office), y se ha ganado el cetro a pulso y con mano de hierro. Puede que no todo el mundo reconozca las siglas tras las que se sitúa Time Warner como propietaria, pero si mencionamos una larga lista de nombres propios entre los que están Sexo en Nueva York, A dos metros bajo tierra, Carnivale, Los Soprano, un poco las que abrieron esta tendencia, True Blood, todo un fenómeno de masas e icono del frikismo con Anna Paquin y una banda sonora estupenda, The wire o Deadwood, la cosa cambia y se nos pone rostro de sorpresa al saber que ésta cadena es la mano que mece la programación de nuestro día a día antes de acostarnos.
Roma rompió con aquello de que una serie no podía ser de esta época y mostrar credibilidad (los presupuestazos hacen milagros), y Hermanos de sangre, con Steven Spielberg y Tom Hanks metiendo las zarpas en la producción hizo lo propio con el mismo tópico sobre la ambientación bélica.
Pero eso no es todo, y lejos de conformarse con haber hecho historia, los de HBO siguen mirando hacia abajo con títulos tan ilustres como los ahora en cartel Boardwalk Empire, un proyecto multipremiado de Martin Scorsese con Steve Buscemi en el papel de un mafioso con muchas aristas en la época de la ley seca, o Juego de Tronos, serie ya de culto basada muy fielmente en los relatos de George R. R. Martin. Ambas van por su segunda temporada y prometen un largo sendero de gloria, aunque se acerque el invierno…
Y el caso es que no están todas las que son, ya que sería imposible no dejarse en una revisión como ésta bastantes nombres en el tintero, que me perdonen los seguidores de En terapia, Hung y tantas otras. Definitivamente algo ya ha cambiado y los vientos favorables soplan de otro costado.
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