Categorías: Opinión

El último que apague la luz

Un escalofrío recorrió la espina dorsal de no pocos ceutíes no musulmanes cuando el sociólogo Carlos Rontomé, en la presentación de su tesis doctoral convertida en libro “Ceuta, convivencia y conflicto en una sociedad multiétnica”, anunció la “islamización” de Ceuta en un futuro cercano. Pero no deja de ser llamativo que un hecho que es evidente tan sólo con mirar a nuestro alrededor haya removido las conciencias adormiladas y adocenadas de los mencionados ceutíes. Ha sido como un aldabonazo en las conciencias de los ciudadanos incautos e ingenuos. Qué se podía esperar del desmesurado crecimiento vegetativo de los musulmanes ceutíes, muchos de los cuales van a buscar pareja a Marruecos, pareja que se trae consigo a parientes cercanos; de los empadronamientos irregulares o tal vez ilegales de marroquíes; de los asentamientos de ilegales en nuestra ciudad, que andando el tiempo han tomado carta de naturaleza; de los dichosos MENA, que no son expulsados al cumplir la mayoría de edad; de las paridoras marroquíes que inscriben a sus neonatos en nuestro Registro, lo que es altamente peligroso para nuestro futuro como ciudad española, y, por qué no, de los que a mediados de los ochenta fueron obsequiados por el PSOE con la nacionalidad sin haber nacido aquí y sin tener la mínima relación con la ciudad, ya que tan sólo se instalaron al socaire de la concesión de la nacionalidad. ¡Ah, y no olviden la quinta columna! Total, un cúmulo de despropósitos que evidentemente nos va a pasar factura dentro de un escaso número de años.  Según siembras, según recoges, dice el adagio.
Pero, en puridad, ¿qué quiere decir Rontomé cuando alude a la “islamización” de la ciudad? Pues ni más ni menos que la difusión o adopción (aún más) de la religión (¡ahora hay 47 mezquitas!), las costumbres o la cultura musulmanas. En otras palabras, que Ceuta se verá, en pocos años, como una ciudad perteneciente a cualquier país árabe-musulmán, con cada vez más escasa presencia europea en su paisaje y en su paisanaje. Esta islamización de la que habla Rontomé constituiría lo que se llama ‘identidad islámica’, cuya reivindicación cultural sería el derecho a la diferencia. En una ciudad en donde el número de habitantes de procedencia musulmana sería cada vez mayor, se percibiría la identidad a través de la identidad étnica en detrimento de la identidad nacional, o de esta última en relación a la identidad religiosa. Podría decirse que la religión forjaría una ‘identidad nacional’ manteniendo la cohesión de la sociedad musulmana, en tiempos de descomposición de identidades nacionales. Esta ‘hiperidentidad religiosa’ haría estragos en la actual sociedad ceutí de talante ilustrado y liberal en costumbres de todo tipo, sociedad ceutí –como la europea– que depositó hace tiempo sus esperanzas salvíficas en la ciencia y en el estado del bienestar. Configurándose como tibia en su relación con las prácticas religiosas, no meramente folklóricas.
Sabemos que la identidad es una forma de definirse en relación con los demás, y también sabemos que es evolutiva y cambiante como categoría histórica que es y que, asimismo, no excluye la diversidad de pertenencias. Todo eso lo sabemos, pero en un contexto musulmán, como en los países arabo-musulmanes, como lentamente se irá configurando la sociedad ceutí, la ‘identidad religiosa’ se constituye como una ‘hiperidentidad’, ya que el islam, como sistema cerrado, es un sistema socio-político, socio-religioso, socio-educativo, socio-económico, socio-jurídico. A todo lo descrito más arriba habría que añadir los tejemanejes de las diversas sectas islámicas que se han asentado (y otras que lo harán) en la ciudad con la intención de islamizar aún más a los habitantes de Ceuta, inculcándoles un temor a la modernización, a la secularización de la sociedad. Rechazo a todo tipo de ilustración, a la novedad, a la preeminencia del individuo en contraposición del grupo, y, sobre todo, alusiones a una identidad imaginaria.   
Rontomé alude a la islamización de Ceuta, pero apresuradamente hace hincapié en excluir la posibilidad de una ‘marroquinización’ de la ciudad, cuando es muy posible que la primera, la islamización, conduciría inequívocamente, por proximidad, a la segunda, a la marroquinización. Todo ello –número suficiente de habitantes de origen magrebí, costumbres, la lengua hablada, religión, frontera virtual– proporcionaría a Marruecos la oportunidad de impulsar su reclamación sobre Ceuta en los foros correspondientes con evidentes y claras posibilidades de que fuera oída por quienes son afines a sus tesis anexionistas.
Sabemos que nos ha correspondido vivir en una época tremendamente cambiante y que las certidumbres duran lo que un parpadeo, y que este mundo, sin duda, se va construyendo y reconstruyendo a través de la acción del hombre. La historia –nos recuerda Manuel Cruz– es el relato de la permanente irrupción de la contingencia en el previsible curso de los acontecimientos. Pero también es cierto que “en otras épocas más viriles” el ciudadano de a pie no hubiera tolerado estas invasiones con las perversas intenciones de subvertir la cultura, las tradiciones, la religión, las costumbres y hasta la historia del pueblo español. Habría habido auténticas revueltas y sublevaciones populares. A este respecto, parece que la suerte de Ceuta ya está echada, y no será porque no hubo quien lo advirtió (entre ellos, el que esto escribe). Nuestro pecado ha sido que nos hemos dejado gobernar por necios, y, por tanto, nuestra penitencia ha sido renunciar a nuestra libertad. Así que, por favor, el último que apague la luz.

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