Todos temíamos lo peor respecto a la retirada de EEUU del Acuerdo de París sobre la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Sus razones son, fundamentalmente, económicas y electorales. Reducir las emisiones es más costoso a corto plazo que no hacerlo. Sobre todo, se perderá empleo en aquellos sectores e industrias más contaminantes, que son los que lo han aupado a la Casa Blanca. De esta forma, el señor Trump muestra al mundo la cara más cruel del capitalismo americano. Simplemente se trata de un exacerbado y patológico egoísmo. Miseria humana en el más amplio sentido de la palabra. Pero también lo adorna de unas razones pseudocientíficas, al insinuar que no estaría demostrada la relación entre el cambio climático y la intervención humana. Veamos.
En 1995, el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), dependiente de la ONU, advirtió de los graves problemas que acarrearía a la salud humana el cambio climático. En su cuarto informe de 2007, este mismo Panel Intergubernamental señaló taxativamente que: “está demostrado científicamente que la causa principal del calentamiento del Sistema climático que está teniendo lugar actualmente son las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), que tienen su origen en causas naturales, pero sobre todo en las actividades humanas”. El informe confirma que el dióxido de carbono (CO2) es el GEI antropogénico más importante, y que sus emisiones aumentaron en torno a un 80% entre 1970 y 2004, aunque la disminución a largo plazo de estas emisiones por unidad de energía suministrada invirtió su tendencia a partir del año 2000.
En 2010 es el Banco Mundial quien indicó que durante los próximos 100 años, el crecimiento de los gases de efecto invernadero podría representar un incremento global de 5° C respecto al periodo preindustrial, lo que haría muy difícil la actividad humana en el planeta. Y el quinto informe de 2014 del IPCC vuelve a hacer hincapié en los perjudiciales efectos sobre la salud humana, así como en los beneficiosos efectos que tendrían las acciones sectoriales de emisión de partículas contaminantes en el transporte o en los precursores de los aerosoles. Por estas y otras razones, la adopción del Acuerdo de París en diciembre de 2015 fue tan importante. Más de 190 naciones reconocían que el cambio climático representa una amenaza global y se comprometieron a reducir sus emisiones en un corto plazo de tiempo.
En la década de los años 70 del pasado siglo, un biólogo y un físico, Ehrlich y Horldren, hicieron una formulación matemática simple y elegante para descomponer el impacto que sobre el planeta tenían las emisiones de gases de efecto invernadero a consecuencia de nuestra actividad económica. Ellos pensaban que este efecto global se podía visualizar mejor si poníamos en relación el total de personas, con lo que cada uno consume y con lo que se contamina por esta unidad de consumo. Pues bien, partiendo de esta formulación y con la serie de datos que publica el Banco Mundial desde los años 60 sobre emisiones de CO2, hemos hecho algunos cálculos, que han sido presentados y validados en Congresos estadísticos y medioambientales. Esto es lo que resulta, después de actualizar los datos.
Desde 1960, el mayor impacto ambiental se produce en los países de altos ingresos. En 2013 cambia la tendencia. Ahora son los países de medianos ingresos, globalmente hablando, los que más contaminan, tanto en términos absolutos, como en términos relativos de emisiones por unidad de producto. Esto es consecuencia de su tecnología poco eficiente. Si elaboramos un ranking por países para 2013 (último dato publicado por el Banco Mundial), los dos que más contaminan en términos absolutos son China, con un 28,5% del total de emisiones mundiales y EEUU de América, con el 14,5%. Les siguen India (5,7%) Rusia (4,98%), Japón (3,5%) y Alemania (2,1%).
Si ahora vemos lo que pasa en términos relativos de emisiones de CO2 respecto a unidad de producto (medido por el PIB), evidentemente, los primeros puestos corresponden a países en menos desarrollados, que son los que tienen tecnologías más contaminantes en sus industrias. India y China están incluidos. EEUU ocupa una posición intermedia en este caso (121 respecto al total de 218), dada su más moderna tecnología, pero a una inexplicable distancia de otros países desarrollados, aunque no tanto como ellos, como Canadá (142), Japón (155), Alemania (173), España (184), Reino Unido (188), o Suecia (209).
También hemos puesto en relación el total de emisiones de CO2, y cada uno de sus componentes, con la mortalidad en el mundo. Nuestra preocupación surge a raíz de estudios como el de la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer (IARC), que en su informe de 2013 concluía que la contaminación del aire exterior es cancerígena y que el aumento de partículas en la atmósfera está estrechamente relacionado con el rápido incremento de cáncer en el mundo, que no puede deberse a factores genéticos.
Los resultados son sorprendentes. A nivel global, el total de emisiones de CO2 por unidad de producto (PIB), ejercen una influencia estadísticamente significativa sobre la mortalidad en el mundo, que, sin embargo, no ocurre con los otros componentes del índice de impacto, como el PIB per cápita, o la población. Por países, los que están sufriendo este impacto sobre la mortalidad de forma más alarmante son, además de China, India y Rusia, entre los países en desarrollo, también EEUU, Alemania, Dinamarca o Suecia, entre los más desarrollados.
La conclusión de todo lo anterior es que hay razones suficientes, económicas y de salud, avaladas por la comunidad científica internacional, y por los datos disponibles, para continuar profundizando en los Acuerdos de París. La contaminación y el cambio climático son globales. Y los efectos sobre la salud humana, también comienzan a ser globales. Esperemos que sea el pueblo americano el que acabe con esa pesadilla lo antes posible. Aunque, también los demás países tendrán que emprender acciones globales para contrarrestar, en la medida de lo posible, las poco meditadas decisiones de un señor inculto, engreído y maleducado, representante de la industria más sucia y contaminante del planeta.
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