El triste arte de desenmascarar mansos

El manual de un columnista notable debe destacarse, entre otra virtudes, por la habilidad de saber encabezar un artículo con un titular corto y que de pie al lector a sumergirse en los pensamientos o ideas vertidos por el autor. Hoy no ha podido ser así, pero permítanme la licencia, quizás antes de una buena faena siempre fue imprescindible un buen cartel (aunque en él compartan espacio desde las grandes figuras del escalafón al espectáculo del bombero torero).
Hoy es uno de esos días donde los símiles taurinos se me aparecen y confunden con la realidad, pero acéptenme que sólo me ayude del vocabulario pues si mi intención fuera emular a los grandes críticos taurinos más de uno y de dos se tendrían que cortar la coleta y enterrarla bajo el albero de sus vergüenzas.
Suerte tienen muchos que la agudeza y la destreza del uso de la palabra queden en nada, artículos embarrados por la arrogancia y el temor de quienes no les conviene verse reflejado en la tinta de toda la verdad.
Son muchos que desde la grada me piden que me acerque al burladero y pida los aceros para hacer rodar sin puntilla al ganado de nuestra particular feria de la realidad, pero créanme, para dar estocada de muerte a ejemplares que deberían haber vuelto a los corrales o directamente no haber entrado en la lidia, no me merece la pena hacer el paseíllo ni enfundarme en el capote de paseo.
Y al igual que en la plaza los mansos nunca quieren morir, demostrando una pasividad extrema, sin acudir a “los engaños” (para no destacarse y demostrar la falta de fuerza y de trapío…) y buscando las tablas que lo eximan de la lidia porque ellos nacieron para aparecer en la plaza (obteniendo el favor de la presidencia y manteniéndolos, aun con el riesgo de poner en juego la vida de grandes toreros y perjudicando a otro tipo de ganado mucho mejor criado y de superior encaste). La desigual presidencia de la plaza transforma los tendidos en un manicomio de incomprendidos, no haciendo caso a la vehemencia de quien pagó por un buen espectáculo y sólo recibe toros mal presentados, faltos de juego y en ocasiones astillados.
Lo peor es ver a esos toros ocupando los corrales, pese haber hecho méritos para cerrarle todos los cerrojos de los pasillos de los toriles siguen cabeceando y gimiendo, haciendo o simulando una bravura nunca demostrada. Aun así, están presentes otros toros de la misma ganadería que pretenden envestir disimulando su procedencia con la única intención de mantenerse en un nivel para el cual no tienen condiciones.
Curiosas son las tientas de machos que se repiten cuando hay que elegir los toros que serán el futuro de las grandes ferias, lugar idóneo para ganaderos y mayorales para separar sus mejores ejemplares de aquellos que vienen marcados por la descendencia de un semental que sólo dio disgusto y malas tardes a los empresarios y presidencias de plazas que esperaban mucho de ellos y obtuvieron la decepción y el fracaso como resultado.
La determinación de la autoridad pertinente de acabar con el encaste de origen de una forma tajante debe ser realizada de una manera ejemplar, eliminando y cerrando una etapa aciaga para la imagen y la fortaleza de la fiesta.
Mientras tanto seré fiel a mis principios y a esa expresión tan castiza… “Al toro por las astas y al hombre por la palabra…”, manteniéndome firme en la opinión pero sólo a quien la merezca.