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El triángulo Abarrán, Annual, Igueriben

En honor del cabo Alonso Sanchez Rodríguez y del soldado Bartolomé Moreno Barroso. Montañeses del macizo de Líbar, sierra de Ronda. Dos de los trescientos de Igueriben.

Allí murieron sin comprenderlo.
En Jimera de Líbar, en su pueblo, en la calle principal, en una lápida blanca sobre la pared encalada, sin distinciones dice “A los Mártires de Igueriben”.

Parece casualidad, pero estoy escribiendo un fin de semana en Jimera de Líbar, en la casa pequeña y preciosa de mi prima Natuchi. Es una aldea de la Sierra de Ronda que limita, en el río Guadiaro,  con el parque natural de Grazalema.
Sus montes son el espejo de los picos rifeños.
Una plaza recogida en lo alto por la Iglesia y el antiguo ayuntamiento, da origen a la calle principal que desciende larga, estrecha y encalada. Le pone el fondo, como un cuadro, el macizo de Líbar. Despunta el Pablo, de 1.400 metros.
La calle se llama “Mártires de Igueriben”. Dispone, en sus dos esquinas altas, con sendas conmemoraciones. Una antigua, de 1927. Es blanca, de mármol y tiene bien tallada la letra. Dice: EL AYUNTAMIENTO DE JIMERA DE LÍBAR. A LOS MÁRTIRES DE IGUERIBEN DEL AÑO 1921. EL CABO ALONSO SANCHEZ RODRÍGUEZ Y EL SOLDADO BARTOLOMÉ MORENO BARROSO. AÑO 1927.
La segunda es de cerámica moderna. Un mozo con hatillo se despide de la madre que llora. Tres soldados uniformados, fusiles en mano, esperan pacientes para llevarlo. Es una obra firmada por María Guillén en 1995, con comentario en el pié que titula: LOS INOCENTES. Dice que los mártires de Igueriben fueron notorios soldados jimeranos que murieron en la guerra de África, allá por los años 20.
Volvamos al hotel de la playita de Alhucemas que contempló el desembarco en 1.925. Se llama Hotel Chafarinas. Tienen que disculparme por el retraso, pero he elegido este momento adrede para las presentaciones. Es un comedor de amplias cristaleras. La oscuridad de afuera confunde el mar que tan solo se escucha.
Sentados en una larga mesa empezamos a cenar. Estamos Chema, el de Haití, e Isabel, su mujer. Marta y Enrique, su marido. El Funci o Manolito, como quieran. Alfonso,  mi cuñado. Herminia mi mujer, los cuatro niños, Quique, Chemita, Yeyo y Daniela. Dejo el último a José María por respeto a su condición de experto, estudioso y autor de obras sobre el Protectorado Español en Marruecos.
Estamos sentados medio liados con las ensaladas, entre tragos de cerveza muy fría y aparece el “extraño”. Surge de repente como de la playa que está ahí abajo, o eso me parece, al oír llegar su voz detrás de mi oreja derecha en este hotel solitario:
- ¿Es usted José María?.
Vuelvo el cuello y lo veo plantado.
-Soy Manolo, encantado.
¡Vaya! Este es el “nieto”. Y lo miro curioso.
Hace muy poco salió la segunda edición corregida de “ Abd el Krim y el Protectorado”. Es un libro de José María que lees igual que sorbes un espagueti. El “nieto” se hace con el libro en su pueblo de Alicante. Manuel no conoce a José María, nunca ha estado en Ceuta y tampoco ha visitado Marruecos. Se trata de un abogado alicantino que no llega a los cincuenta, padre de cinco o siete chiquillos no recuerdo bien cuantos dijo, una barbaridad y nieto de otro Manuel, soldado valenciano que sirvió a España en el escenario del desastre de 1.925. A su abuelo el destino no quiso dedicarle una lápida en la calle mayor de su pueblo: “A los mártires de Novelda” hubiera dicho.
A internet no le importa que sean dos perfectos desconocidos. Manuel se introduce en el correo de José María:
-Mi abuelo estuvo allí y salió vivo. Conservo algunos documentos, cartas familiares y fotos que quizá puedan interesarle
Un pequeño tesoro para un especialista que a José María no se le escapa.
-Mi abuelo Manuel fue especial en mi vida. Murió hace pocos años.
Algunas veces obedecemos a impulsos que nacen de esa voz interna que tiene más que ver con el corazón que con lo que creemos ser. Entonces hacemos cosas que no esperábamos. En ese corazón vive el abuelo de Manuel y lo trae inesperadamente a esta tierra. Él no perteneció a este sitio ni a ese instante. El lugar con su historia pertenecen a su abuelo. Pero a él lo encuentra allí, en la curva de un altozano de Tensamán, desde donde las harkas “insurrectas” lo mismo que ahora nosotros, contemplan allá en el fondo un triángulo mágico y trágico: Abarrán, Annual e Igueriben. Vi como sus ojos se enturbiaban y creo que su abuelo le pasaba el brazo por el hombro en ese instante. ¡Inshalá!
No sé si volveré a verte, pero disfrutaría enormemente comiéndome un arroz alicantino contigo y los tuyos en tu tierra.
Decía que, desde un altozano de la carretera, se divisa todo el escenario del desastre español como un triángulo trazado con tiralíneas. Abarrán de punta sobre el noroeste. Annual, hundida por detrás, algo plácida, adornada por hileras de arbolitos y el insólito cerro de Igueriben flanqueando el sur, esperando su fatídica hora. Imagino a Abdelkrim el Jatabi desde allí arriba. Chilaba corta, tez morena requemada por la solana, coronado con turbante blanco que deja una amplia tonsura calva en todo lo alto. “Yo estoy aquí, nazarani general”. Como queriendo rememorar al Raisunni. “¿Y tú?” se le pasaría por la frente al rifeño. Como un relámpago o como la sombra de las alas de una rapaz que sobrevuela muy en lo alto las posiciones españolas, este pensamiento planea sobre nuestro ejercito y al Estado Mayor le tiemblan las piernas. La realidad de la situación se hace evidente, tanto como ya anticipó el coronel Morales. Discúlpenme los historiadores de oficio, oficio con mayúsculas, pero el énfasis en un ejército mal entrenado, peor motivado y pertrechado, en mi opinión tergiversa las causas de la derrota. Visiten este sitio después de conocer como se desarrollaron los acontecimientos y es posible que alguno coincida con esta reflexión. El despliegue y disposición de las tropas sobre ese territorio fue  un error de estrategia militar.
Las excelentes fuerzas de choque indígenas, Regulares y Policía mandadas por los mejores y más aguerridos oficiales españoles, muertos en su práctica totalidad durante los hechos de Annual, (pregunten a los franceses si tienen estadísticas similares de jefes y oficiales caídos con sus moros), solo obedecían a una motivación. La victoria en la guerra, la obediencia al más fuerte. Fíjense bien, solo por eso cayeron como chinches frente a sus propios hermanos. Esto puede parecer brutal hoy y aquí, pero es la realidad, es historia y así se produjo. Esos eran, por aquel entonces, las gentes del Rif.  La denigrada defección de estas tropas obedeció a la inteligencia de la derrota, de la debilidad acaecida de un importante error de estrategia militar. Y entonces escupieron sobre su propia sangre derramada. Cómo fue aquello que la misma nación “protectora” pasados los acontecimientos, entiende en parte las causas e indulta y vuelve a admitir en sus filas a muchos de estos hombres.
Por otro lado, los soldados de remplazo españoles estaban sin duda mal entrenados y peor motivados, pero respondieron sin distinción alguna a la tremenda situación sobrevenida de la única manera posible. Los afectados por la orden de retirada que desde Annual determinan Silvestre y su Estado Mayor, con precipitación y falta de la coordinación necesaria, son masacrados sin ninguna piedad. Si alguien alguna vez los tildó de cobardes, falta a la verdad o que se vieran en su situación. Deben preguntar, si existe la posibilidad, que opinan desde el más allá los bereberes muertos por las manos que empuñaron bayonetas, aquellos famélicos bebedores de orina. Fueron esos los españoles designados de forma trágica para representar el error de cálculo del General. Todos estos soldados pertenecían al mismo pueblo, todos eran jimeranos. Ajrus, por alguna casualidad rara, suena a Jimera. Todos fueron héroes, mártires e inocentes. Sin distinción.

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