El temporal no amaina. Más bien todo lo contrario. Arrecia por momentos ante el espanto de la sensatez, la perplejidad de la indiferencia y la algarabía de la inconsciencia. El PP se encuentra sumido en un estado de nervios que no sabe gestionar. Están demasiado acostumbrados a la victoria. Cada uno de los procesos electorales que han afrontado en los últimos veinte años era una fiesta. Antes de votar ya se sabían vencedores. Las urnas en realidad solo servían para confirmar, puntual y reiteradamente, que el PP de Vivas era electoralmente imbatible. Gracias a esta cómoda posición, hegemónica y dominante, Vivas había logrado apaciguar, silenciar e invisibilizar el racismo impenitente de un sector más que considerable de la ciudadanía.
Aunque el racismo haya estado, y está, siempre presente e impregnando todas las relaciones sociales en el ámbito privado (con mayor o menor intensidad), al menos se había logrado pergeñar un discurso oficial democráticamente aseado inspirado en la inclusión y la convivencia. Es verdad que desprendía un fuerte e inevitable olor a cinismo. Pero al menos existía un planteamiento teórico desde el que diseñar una estrategia de aprendizaje social que pudiera germinar en un futuro en una sociedad intercultural basada en una identidad compartida exenta de racismo. Esta era la gran “Aventura de Ceuta”, el reto de los ceutíes en el siglo corriente. Un camino plagado de obstáculos, trampas y enemigos. La fidelidad a esta causa obliga a todos cuantos participan en la vida pública a preservar el consenso sobre la necesidad eludir cualquier asunto o controversia que pueda deteriorar la convivencia, provocar la división o instigar el enfrentamiento. La aplicación práctica de esta voluntad no resulta nada sencilla. Se han cometido errores casi a diario. Pero un cierto sentido de la responsabilidad, no unánime pero sí suficientemente extendido e influyente, ha permitido corregirlos, curar heridas, y seguir… Vivimos en un estado de inquietante fragilidad. Un equilibrio precario permanentemente amenazado.
El truco dialéctico está en identificar a Caballas como partido musulmán”
En este contexto la legitimación social que ha adquirido la extrema derecha en nuestro país supone un terrible factor de desestabilización para Ceuta. Lo que parecía superado, la identificación de los términos musulmán y marroquí, ha entrado con excesiva fuerza en el debate político reanimando a los profetas de la exclusión. Apoyados en el lógico recelo de los ceutíes hacia Marruecos (por sus pretensiones anexionistas) difunden un mensaje ambiguo y malintencionadamente equívoco que está provocando una grieta muy preocupante: “ser musulmán hace imposible ser auténticamente español”. Esta breve frase encierra la clave de bóveda de nuestro proyecto de Ciudad. La obligación de todos los ceutíes que queremos a esta tierra es comprometernos con la erradicación este pensamiento del imaginario colectivo. La españolidad de Ceuta es nuestra seña de identidad por excelencia. Es una absoluta barbaridad pretender despojar de esta característica a la mitad de la población de manera absolutamente irracional e injusta. Los musulmanes ceutíes demuestran su afección a España diariamente de manera tan evidente y contundente como los compatriotas de otra (o ninguna) confesión religiosa. Y las excepciones, que lógicamente existen, ni son privativas de este colectivo ni pueden adquirir una categoría definitoria. Acusar a nuestros conciudadanos de religión musulmana de “no ser españoles por convicción sino por interés” equivale a escribir el epitafio de Ceuta.
El presidente Vivas ha decidido introducir en la campaña electoral el factor étnico”
Por ese motivo es tan reprobable el papel que está desempeñando el PP en este tiempo tan convulso. Y especialmente su Presidente, Juan Vivas, autoerigido en mascarón de proa de este viraje hacia el desierto ético provocado por el miedo a perder las elecciones. Al mínimo zarandeo electoral (de momento sólo reflejado en las encuestas) se han descompuesto. Lo que parecía convicción y defensa de valores democráticos, en realidad no era más que una forma habilidosa de servir a sus propios intereses. La posibilidad, sólo la posibilidad, de una derrota ha borrado de un plumazo todo atisbo de responsabilidad. El Presidente Vivas, consciente de la fuerza mediática de sus declaraciones (por razón de su cargo y de la generosidad institucional), ha decidido introducir en la campaña electoral el factor étnico. Con el riesgo que ello comporta. Siguiendo la estela de Vox y de su Presidente nacional, ambos compitiendo por ver quién es más anti-islámico, se las ha ingeniado para sumarse con entusiasmo a ese bando de manera sibilina (como hace habitualmente). Y para ello se sirve de Caballas al que acusa de hacer el “trabajo sucio al PSOE”. Cruel paradoja.
Caballas ha centrado su participación en estas elecciones generales en pedir a la ciudadanía que “no vote a la derecha”. Desde un mínimo rigor intelectual es imposible descender desde este postulado a un hipotético conflicto entre culturas. Y sin embargo lo ha hecho. El truco dialéctico está en identificar a Caballas como un partido musulmán y a partir de ahí atacar a Caballas. Así sus electores más racistas (tentados por Vox) lo verán como un combatiente activo contra el islam. Eso sí que es hacer un trabajo sucio. Pero no contra un partido, sino contra Ceuta. Y es que parece que la histeria ha llevado al otrora paradigma de la bonhomía a practicar una especie de eutanasia activa a la Ciudad a la que tanto decía amar.
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