Opinión

El tormento deplorable con incierto destino

Los conflictos bélicos han estado, están y seguirán formando parte de la condición humana. Cuando en alguna ocasión nos hemos dispuesto a sondear en lo inescrutable de la Historia, o, más bien, cómo un estado ha llegado a poseer las peculiaridades que actualmente ostenta, resultaría ilusorio que no se citara o mencionase algún ejemplo de contienda armada, internacional o civil en la que no hubiese participado.

Sin ir más lejos, el sistema internacional del momento, no es ni más ni menos, que el engendro de una guerra mortífera, cuya consecuencia ha obligado a las naciones del planeta a adherirse a la institución de una organización mundial, como es el caso concreto de las Naciones Unidas, que tiene entre sus propósitos principales conservar la seguridad y la paz mundial.

Pero, a pesar del progreso y el establecimiento de organismos y entidades que pudiesen extinguir cualquier indicio bélico, el ímpetu de la violencia continúa siendo el procedimiento más primitivo que el hombre ha vaticinado para lograr sus fines políticos. No ha existido un solo intervalo en la historia contemporánea, en que la humanidad haya disfrutado de una paz perfecta, por lo que, con toda probabilidad, los seres humanos codiciamos reconocer algo que jamás hemos logrado y que tampoco hemos tenido al alcance de las manos. No obstante, estas inclinaciones por la paz, no dan la sensación ser tan dinámicas y persistimos observando como países y agentes no estatales, ven las armas como la única escapatoria para atrapar sus metas.

Las guerras, por el rastro espantoso que no cesa, son cambiantes y los adultos y niños deben pagar un alto precio que no les corresponde, aunque la debilidad de ambos, no sean similares.

La ingenuidad, sencillez y la falta de madurez de estos niños, los convierte en blancos directos y en las operaciones ofensivas son forzados a transformarse en pequeños adultos que pretenden resguardarse como pueden, no solo de la angustia y el daño frecuente que todo conflicto armado conlleva, sino, además, de los excesos atroces.

Estos niños, gradualmente irán transitando al encuentro doloroso del secuestro por parte de milicias y Gobiernos como soldados, encandilados a grupos terroristas como combatientes y lo que es más execrable, víctimas de acosos crueles.

Ni tan siguiera el más perverso enfoque del abismo, podría equipararse con las afrentas a las que se reprimen los niños del autodenominado Estado Islámico de Irak y el Levante, también conocido como Estado Islámico de Irak y Siria o EIIL, oficialmente Califato Islámico, consabido igualmente como Estado Islámico, ISIS o EI, o como Dáesh.

Poco o tal vez, apenas nada, persiste de aquella última superficie que dominaba por entonces el califato, que Estado Islámico declaró en 2014. Actualmente, este escenario destila un fuerte olor a muerte y muestra carros de combate incinerados, construcciones demolidas, tenderetes improvisados que dan albergue como buenamente pueden y miles de elementos dispersos entre los que figuran cinturones explosivos o granadas que asoman por doquier, en el territorio de Al-Baguz Fawqani de Siria, donde hace pocos días los extremistas islámicos han perdido su último reducto territorial.

Lo cierto es que más de sesenta y cinco mil personas, incluidos más de treinta mil civiles que las milicias de ISIS habían obligado a retroceder hasta este lugar apocalíptico, consiguieron salir de esta zona en las semanas anteriores por un corredor habilitado al respecto, para quienes estuvieran dispuestos a entregarse.

Como es indiscutible, entre ellos se encontraron veintinueve mil mujeres y miles de niños afines a Estado Islámico.

En la medida en que este grupo terrorista ha ido dilapidando su poderío sobre el terreno, unido a la decadencia que ha dejado el curso de esta batalla, miles de familias no han tenido otra alternativa que retroceder hasta el sureste de Siria, para acabar enclaustrados en la región más al sur de Al-Baguz Fawqani, donde la situación es abismalmente vulnerable.

De ahí, que este no haya sido su último destino en este apesadumbrado episodio, porque, tras siete horas de duro transitar en dirección al norte y franqueando una amplia franja desértica, allí les aguardaba el campo habilitado de Al Houl. Un paraje que nada más llegar, escenifica a mujeres ocultas por abayas negras y el niqab que Estado Islámico imperativamente ha convertido en la prenda de vestir.

Muchas de estas mujeres, de procedencia siria e iraquí, conviven con una cantidad ingente de extranjeras desterradas en tramos especiales, donde únicamente pueden moverse con una autorización exclusiva.

Según fuentes analizadas, esta área ha sido preparada para unas veinte mil personas, pero en la actualidad viven más de setenta mil. Con estos datos se confirma una realidad inaudita, el 90% de los residentes son mujeres y niños, de los cuales, el 23% no llegan a los cinco años de edad. Entre ellos y ellas, se han identificado cerca de dos mil quinientas mujeres y seis mil quinientos niños emparentados con Estado Islámico y que con anterioridad habían escapado de Al-Baguz Fawqani.

Los semblantes que prevalecen en los ojos y en el tono de la piel de estos niños, no pueden dejar entrever la pesadilla que personifica Estado Islámico, porque, entre ellos idénticamente pretenden sobrevivir también estadounidenses, rusos, alemanes, australianos, franceses, chinos o kazakos, etc…

Quizás, en apariencia, el califato haya dejado de actuar diabólicamente, porque, sin más, se han cerrado algunas de las cientos y cientos de páginas de esta larga historia que todavía queda por asomar, donde, aún persisten muchas heridas de quiénes malviven en estos campos de desplazados y que todavía se interpelan, que será en el futuro de su existencia.

Será en este mismo renglón, fusionado a lo que se ha fundamentado inicialmente, desde donde continúe este relato estremecedor, que nos ubica en lo que representa a duras penas una enfermería circunstancial, al menos, así podría denominarse. Un local colindante a la demarcación donde el califato se iría extinguiendo, y entre los que se encuentran bebés en calidad de hijos de yihadistas fallecidos, o de otros condenados al destierro en lugares desconocidos.

Hago mención a niños, que han llegado al mundo durante la invasión yihadista y que proceden de casamientos forzados, pero, que también han ido creciendo en el reducto del califato bajo los tentáculos de Estado Islámico, donde en el abrupto desierto sirio limítrofe con Irak, se ha librado la última batalla por las milicias kurdo-árabes.

Torturas, inmolaciones, asesinatos, secuestros y prácticas múltiples de violencia selectiva, serían algunas de las barbaridades que han padecido estos hijos del horror a manos de Estado Islámico y en las que habría que incluir, pactos de venta, crucifixión y sepultura de menores con vida, por el hecho de pertenecer a algunas de las minorías étnicas o religiosas contrarias a este grupo armado.

Menores, que, además, han sido empleados como terroristas kamikazes o escudos humanos, con la premisa de impedir agresiones aéreas de la coalición internacional.

E incluso, muchos han sido adiestrados como cachorros del califato, es decir, para ser guerreros entre sus filas y materializar matanzas continuadas, pero, del mismo modo, niñas emplazadas a ser esclavas sexuales.

Unos y otras, han experimentado la abominable expresión de la violencia: a ellos, les han administrado un aborrecimiento extremado; a ellas, un miedo terrorífico. Por ende, estos niños y niñas han sido sobrevivientes de algunas de las situaciones más adversas vividas que les podría suceder a un ser humano: han sido desamparados, hipotecados a la amenaza, explotados y espectadores de fatídicas crueldades.

Estas criaturas con facciones tanto europeas, como africanas o asiáticas, han ido siendo evacuadas a los campos de acogida donde se encuentran algunas de sus madres, que en años anteriores polarizaron el llamamiento del líder y autoproclamado califa de la organización yihadista Abu Bakr al-Baghdadi, para que repoblaran la nueva comarca.

Algunos de estos niños y niñas con escasos meses de vida que han quedado ingresados en este insólito lugar kurdo, al noreste de Siria, padecen la seña de la desdicha, porque son huérfanos; otros y otras, de vez en cuando, reciben la visita inesperada de sus madres que están recluidas en esos campos y que, en palabras literales de una yihadista a una de las enfermeras, decía: “Cuidad de mis hijos, porque, aunque yo muera, ellos son las semillas del califato”.

Con corta diferencia, ninguno de estos bebés marcados por ser descendientes del ISIS, supera los tres años, su compleja supervivencia suscita un verdadero reto para los estados de origen de sus padres.

Aunque, existen algunos países que han comenzado a interesarse por el talante a la hora de actuar con ellos, otros, incluidos europeos, todavía no han tomado cartas en el asunto. Únicamente Rusia, en pleno debate sobre quién debe juzgar a los yihadistas detenidos, ha repatriado a un pequeño grupo de menores indefensos; en cambio, existen quiénes no se hacen cargo de unas vidas que penden de un hilo.

De igual forma, hay que puntualizar, que los milicianos kurdos se oponen a hacerse cargo de estos niños, ante la sospecha de no poder demostrar sus culpas.

Consiguientemente, desde los lechos donde actualmente yacen estos pequeños, no pueden por la inocencia que aún les vence, difundir arengas o proclamas yihadistas, sino, que, en una imagen que se reproduce a diario, sólo se tiene oídos a hálitos enronquecidos, toses altisonantes o gemidos conmovedores.

Docenas de pares de ojos despuntan de unos pálidos rostros con cabecitas rasuradas, algunos, con indudables puntos cosidos o erosiones. Marcas que no pueden dejar de ocultar los muchos indicios que se descubren en estos bebés, que a duras penas han subsistido a esta guerra infernal y, que ahora, arrastran indudables signos de desfallecimiento, hipotermia o graves dificultades respiratorias.

Numerosos de ellos y ellas con esqueléticos bracitos, ahora tienen su combate particular entre la vida y la muerte, una lucha frenética con tan solo una minúscula conexión de vía; otros, permanecen quietos, pasivos y con reserva, pero en estado permanente de alarma.

También los hay que ni tan siquiera sollozan, o no desean revelarse ante este extraño escenario que les rodea, si acaso, la apreciación de algún aspaviento que repentinamente pudiera surgir. Concurriendo una tragedia de mayor dimensión: la de aquellos pequeños y pequeñas que carecen de identidad, porque aún no tienen nombre, ni están oficialmente registrados con los hechos y actos que se refieren a su estado por ley. Han sido el producto de heridas individuales, como colectivas y del éxodo de atrás, una conjunción que demanda ir más allá de significaciones nuevas de atención integrada.

Hoy, se tiene la opinión, que en el siglo XXI el número de guerras ha ido disminuyendo. Pese, a que los números en las cifras de niños afectados por estas contiendas no han tenido el mismo resultado. Aun así, no siendo responsables, los niños son los más dañados, porque, no solo se disipan sus miras del mañana, sino que se convierten en meras marionetas de un juego en el que se les victimiza con sadismos indescriptibles.

Las guerras, al mismo tiempo que quebrantan los derechos básicos de los niños, les deja secuelas definitivas. Las estructuras familiares y comunitarias que trazan el sendero de sus vidas quedan aniquiladas, siendo violentados a dirigirse a campos para refugiados o desplazados internos, donde tienen que aguantar largos periodos en circunstancias inhumanas y en multitud de momentos, exigidos a aceptar servidumbres propias de los adultos para contrarrestar los inconvenientes aparejados al conflicto.

Evidentemente, el capítulo infranqueable para estos menores se evidencia en las monstruosidades a las que se exponen.

Escasas, por no decir minúsculas, son las expectativas que les quedan a estos niños en territorios de conflicto, porque las políticas del Derecho Internacional Humanitario dan la sensación, que están concebidas para acatarse en guerras ficticias en las que los elementos contendientes, apenas tienen un mínimo interés por salvaguardar el bienestar.

Falto de un tribunal internacional que haga responsables a personas por sus fechorías, hasta la Corte Penal Internacional, el único con autoridad para enjuiciar a individuos por la comisión de delitos internacionales, precisa la validación del estado donde la transgresión se ha cometido, para poder condenar y una gran mayoría de las naciones donde se realizan las mayores barbaries, curiosamente no son firmantes del Estatuto de Roma de 1998.

El deterioro progresivo de la conciencia pública por la obligación común de amparar a estos niños, parece haber hecho al mundo apático ante estas fuerzas feroces, como las que actualmente se cometen. O, lo que es más detestable, parecemos cegados ante la disyuntiva que el futuro estará constituido por sujetos, en los que uno de cada cinco niños que padecen algún trance y que han advertido de primera mano un instrumento internacional que no preserva a sus componentes más sensibles, sin embargo, permite a quienes agreden a los niños, persistir en estos actos.

La guerra de Siria ha precipitado esta frustración generalizada de la conciencia, porque la ausencia de este resentimiento manifiesto, resulta absurdo justificarlo mediante la ignorancia sobre lo que realmente está aconteciendo, ya de por sí, es una señal desoladora. La carencia de una iniciativa política eficiente, es peyorativa.

Las muchas estampas que han quedado como iconos de estas luchas y que ya forman parte de la penumbra en las tinieblas de la Historia, se hayan por doquier. Algunas de estas imágenes han sido ampliamente difundidas a través de Internet o por publicidad o envío de correos electrónicos, mensajerías instantáneas o blogs y mediante otros sitios web. Qué mejor ejemplo del niño sirio de tres años, atraído hasta la orilla de una playa mientras intentaba tocar un nuevo mundo; o de Buthaina, aquella niña de Yemen con el rostro repleto de cardenales o, de Omran, ese niño en Alepo de cinco años, apenas en estado de shock y cubierto de cenizas tras la destrucción de su casa.

Recuérdese al respecto, que en 1989 la humanidad acogió unánimemente la Convención sobre los Derechos del Niño, pero, ¿dónde ha acabado este mecanismo gubernamental? Estos ocho años desde que se diera por iniciado el conflicto de Siria, ha permanecido como una campaña sin precedentes, sobre los niños. Una persecución sanguinaria hacia el más sombrío punto de consternación, exterminio e irracionalidad.

Este país, se ha constituido en una monstruosa muestra de situación en las que los principios más elementales de la protección de los niños, han sido catapultados en cada instante. Pero, mismamente, en nuestros días existen otros conflictos o entornos extremos de ferocidad, con idénticas maldades contra estos niños indefensos.

Quienes hayan sido claramente promotores de este cerco sobre los niños, o, tal vez, los que defendieron la disputa y el terrorismo más desmedido de manera indirecta, o, probablemente, todos, han omitido los valores y las leyes con las que se rige la sociedad común: las reglas y principios de los derechos humanos internacionales y las leyes humanitarias que cuidan a los niños bajo cualquier eventualidad.

Obligaciones, que hace tiempo, numerosos pueblos de la Tierra se comprometieron a respetar.

En el mundo actual, estas leyes y principios y con ellos los valores intrínsecos humanos, deberían ser más importantes que en fechas atrás, porque se considera, que la protección de los niños no es negociable.

¡No nos engañemos! La guerra continúa bramando con su poder destructor sobre el mundo y más en concreto, sobre estos niños, donde se resiste a respetarse el principio más sagrado, la protección infantil.

Los derechos fundamentales de estos niños y niñas, muchos de ellos extremadamente traumatizados, moribundos e incluso mutilados, no hacen distinción de raza, credo, nacionalidad o religión, porque, ante todo, están emplazados a una misión universal: el derecho a la vida.

Con todo, hoy por hoy, para vergüenza de la humanidad y en beneficio de las acciones más sanguinarias y brutales que persisten consumándose, estos derechos a los ojos de todos, se repudian cínicamente.

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