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El timo de la austeridad

Austeridad se ha convertido en la palabra de moda. El PP nos martillea los oídos hasta el hartazgo con el dichoso vocablo. Según se desprende de su discurso en materia económica, la austeridad constituye la piedra angular de su esotérico plan para superar la crisis económica. Es otro claro ejemplo de la falta de respeto con la que se trata a la ciudadanía en nuestro país desde el acomodaticio y displicente bipartidismo. No se puede elevar a la categoría de argumento económico un concepto abstracto y, por tanto, de arbitraria ejecución, imposible fiscalización e inevaluables consecuencias. En realidad es un ardid para legitimarse sin necesidad de asumir compromisos concretos. Basta con añadir a lo que se haga, aunque sea un dislate, el adjetivo “austero”, a modo de mantra, para obtener la conformidad de la opinión. Es el timo de la austeridad.
Lo correcto y exigible en una coyuntura económica extremadamente difícil, cargada de incógnitas e incertidumbres, es una reordenación cuantificada de las prioridades que informan el gasto público. Cada formación política tiene la obligación (al menos moral) de explicar con claridad, cifras y datos objetivos sus criterios a este respecto. Pero esto implicaría considerar que los ciudadanos son políticamente mayores de edad, que nuestra sociedad es madura y responsable, y que el sistema democrático funciona. Demasiadas utopías desbaratadas por el oligopolio del poder que ejercen de manera tiránica el PP y el PSOE. Las reducidas dimensiones de nuestra Ciudad  y la consecuente proximidad a las instituciones, nos permiten observar con mayor facilidad el funcionamiento de esta dialéctica truculenta. Los ceutíes también somos victimas propiciatorias del timo de la austeridad.
El Presidente del Gobierno de la Ciudad se ha apresurado a imbuirse del discurso pergeñado por el PP queriendo mostrarse diligente en el acatamiento de la disciplina de partido. Así que no dudó en su reciente toma de posesión en pronunciar ahíto de solemnidad la palabra mágica: austeridad. Tan es así, que el nuevo gobierno inició su andadura aprobando un “Plan de Austeridad”. Ni un solo compromiso cuantificable. Ni una sola medida con eficacia jurídica. Vaguedades y lugares comunes redactados con desgana y sin convicción. Vayamos con los hechos. La primera decisión seria del Presidente. La auténtica prueba de credibilidad, era el nombramiento de cargos políticos. Hasta el momento, una nómina obscena de la que se nutren toda suerte de individuos improductivos sin más mérito que arrastrarse por el entorno presidencial mendigando una paga.
En una Ciudad de ochenta mil habitantes (once mil parados) existían hasta setenta personas percibiendo un sueldo más que respetable del ayuntamiento por razones estrictamente políticas, sin prestar servicio público alguno a los ciudadanos. Acabar de una vez por todas con este colosal despropósito hubiera sido un gesto inequívoco de que existe una voluntad cierta de racionalizar y reorientar el gasto. Pero, como ya es habitual, la cruda realidad  se encarga de vaciar por completo la huera palabrería de Juan Vivas, cada vez más en evidencia. Paradigma. Han nombrado un gerente de urbanismo. Una figura de carácter técnico, de nueva creación, que tiene un coste de setenta y dos mil euros anuales.
No han elegido para ello a ninguno de los funcionarios que desempeñan su labor en la llamada GIUCE, con acreditada trayectoria y experiencia. El seleccionado ha sido una persona externa, que no ha trabajado nunca ni en empresa privada ni en administración pública relacionada con el urbanismo.
Su único mérito es que es el Secretario General del PP. Los arreglos, líos y componendas internas de este partido, los terminan costeando los sufridos ceutíes (incluidos los parados) con sus impuestos. Este último fichaje se suma a la imperdonable nómina de “acogidos de Vivas”, a los que ha ido renovando sus contratos, sin el menor recato, en tandas sucesivas para dosificar el impacto en la opinión pública.
Y a partir de ahí, comienzan los juegos de manos con los porcentajes (auténtica especialidad de nuestro Presidente) para predicar la austeridad. Como si descender de una barbaridad a un disparate tuviera algún tipo de mérito digno de reconocimiento, anuncia una reducción del veinticinco por ciento en unos casos, y de un doce por ciento en otros. Para que les cuadren las cuentas cambian a las personas de puestos, los cargos de régimen administrativo, redefinen las estructuras,  omiten las empresas municipales y el resultado final es que los mismos (y algunos nuevos) siguen viviendo del cuento aunque, eso sí, ahora con marchamo de austeridad.

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