La clase política acostumbra a dormirse ante asuntos de peso. Es norma de la casa. Hasta que no se les va de las manos, no se ponen a trabajar.
Es como si sufrieran una especie de reacción ante eso de ser valientes, de adoptar medidas contundentes, de ejercer con el mando debido sin temor a que eso quite más o menos votos. Pero Ceuta es diferente. Aquí se ha permitido tanto y se sigue permitiendo tanto... que llega momentos en los que a una le asusta realmente lo que ve. ¿Que por qué lo hacen? Por los favores políticos de turno, por no molestar a los que nos pueden votar, por no generar demasiados problemas que luego nos pasen factura... y añadan ustedes lo que quieran.
Así, por esa falta de contundencia y de actuación debida, Ceuta se ha topado con problemas cuyo origen está en la dejadez. Uno de ellos es el Tarajal. Esa bomba de relojería que se ha dejado crecer y crecer hasta límites insospechados, a la que no se le ha puesto freno a pesar de las muertes, a la que siempre se le ha tenido miedo por una falta de definición absoluta de cómo tenían que ser las relaciones con el vecino. Por todo eso y por más, el Tarajal se dejó y se dejó durante demasiados años. Así hasta que nos hemos topado con las temidas avalanchas. Esas extraordinarias fotografías de mi querido Reduan Ben Zakour y esos videos profesionales del sagaz Mauro Mancebo nos han escupido a diario una realidad tan dramática que, enquistada en la frontera, nos estaba alertando de que algo podía pasar. Avalanchas día sí, día también; guardias civiles que tenían que apartarse para no ser apabullados; noches con mujeres dormidas a ras de suelo y miles y miles de personas que habían transformado una frontera en un Biutz alternativo que no hacía sino recordar las viejas épocas del paso de Benzú, en donde a diario ocurrían accidentes. ¿Cómo creernos eso de la ‘frontera inteligente’ que vende Interior?, ¿cómo casar esa tremenda realidad con los obligados controles de acuerdo al nivel de seguridad en el que estamos (debíamos) estar? Imposible.
Durante mucho, demasiado, tiempo la Delegación del Gobierno ‘ha jugado’ a eso de que las cosas se iban a arreglar solas, difundiendo acuerdos irrisorios tras juntas de seguridad en las que se escenificaba una coordinación inexistente sobre el terreno. Con un delegado convertido en la sombra de un Juan Vivas nervioso porque la situación terminara salpicándole y una oposición cómplice asombrosamente callada con lo que estaba sucediendo, han pasado semanas de miedo, de desconcierto, de tragedia a punto de estallar que parecía no importar a nadie.
Ahora nos escenifican un dispositivo de seguridad a lo grande para empezar a controlar lo que se ha desbordado. Remiendos a última hora, pero remiendos. Confiemos en que den soluciones, queda mucho trabajo por hacer.