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El tapicero inspirado

Una de las almas alegres de mañanas soleadas ceutíes ha dicho adiós a esta existencia, y se nos escapó para emprender otras rutas, acaso más desconocidas, y de las que los legos de estos otros lares sabemos más bien poco. Por mi parte, descarto completamente que se nos fuera en pos de la gran biblioteca de los inmortales de Borges donde sus chanzas, expresiones y salero no creo que tuvieran el eco que se merecían entre entes tan sosos y aburridos. Personalmente, me quedo con una travesía más del estilo de Tom Bombadil que alumbrara el genial Tolkin, es decir, una representación de la antigua y sabia naturalidad en la actuación diaria y cotidiana sin esfuerzo, remilgos o complicaciones innecesarias.

Roberto siempre me ha dado la sensación de venir de vuelta de casi todo en la vida, de ser un alma antigua, pero en el sentido de la solera y no de lo vetusto. La vida ya ofrece demasiadas complicaciones para que nos la compliquemos más entre todos. Para empezar, su vestimenta apropiada a su alma bohemia y deliciosamente descuidada era el signo de su necesaria felicidad o satisfacción por si algunos encuentran el primer término demasiado exultante. La atenta observación de Roberto paseando con su mujer me trasmitía un júbilo contagioso que reconfortaba y personalmente me anclaba más a esta tierra que tanto siento y que no sé si merezco.
De la misma manera, evoco una de esas mañanas de domingo en las que te sorprendía paseando en un precioso coche de época pero del que sonaba un histriónico y divertido sonido que podía ser el relincho de un caballo, o también el característico silbido de gustosa sorpresa al paso de una mujer hermosa que con tanto derroche se usaba hace treinta o cuarenta años. Él, metido en el asiento, se reía con una risita que acompañaban sus ojos chispeantes de granuja inocente. Así se me aparecía Roberto, mundanidad y magia fusionadas en la correcta proporción, esas que dan lugar al personaje que, obviamente, superan al simple mortal por más méritos que este otro haya cosechado en vida. Y por supuesto el personaje transciende al viaje póstumo de la persona y queda en el halo de la mentalidad de una época concreta de nuestra ciudad.
Roberto era un personaje tremendamente popular y conocido que me gustaba encontrarme y saber que existía dando sus rutinarias vueltas de un lado para el otro sin un lugar fijo, en fin deambulando por aquí y por allá. Hasta cuando trabajaba parecía que no lo estaba haciendo, menudo crack. No, mojigato no era Roberto y su proverbial agresividad verbal llegado el caso lo dice todo al respecto de su capacidad de defensa y de su amor propio y dignidad personal. “La vida hay que vivirla” me decía alguna vez y ahí lo dejaba para que se sacaran conclusiones y vaya que han tenido su eco estas palabra en mi, porque todavía las tengo grabadas y sigo como en un acto de hermenéutica interpretativa, intentando descifrar el más profundo significado o enseñanza del aserto.
La clave está no en la frase sino en la pasión que se pone al decirla, que influye en la emotividad que va directa al alma y, por tanto, al lugar más sensible y especial que podemos poseer en nuestra humanidad. Por todo ello, aquellas palabras dichas como se dijeron por un auténtico apasionado de la vida se ajustan perfectamente a mi entender con una obra de arte, porque trasmite y llega al fondo del meollo humano, y por esto creo que podríamos decir que se ajustaba a la expresión de Bauman sobre que la vida es una obra de arte y que cada ser humano es una obra de arte en sí misma. Otra cuestión será si los seres humanos sabemos o no encontrar esto que nos hace diferentes entre sí, como las obras de arte y si llegamos a ser tan geniales como para hacer de nuestras vidas una obra de arte.
Yo digo que Roberto era un artista vital y que representa bien el ideal expresado por Bauman, aunque en boca de los envidiosos esto no fuera nunca bien interpretado sino más bien enturbiado. Las relaciones que establecemos con el espacio común dicen mucho de nuestra personalidad y, desde luego, la postura corporal propia de cada uno y los desplazamientos también son bien indicativos de cómo somos. Podríamos asignar a cada persona que veamos pasar por la calle un tipo de música que le fuera al pelo en relación a su caminar y postura corporal y seguro que sacaríamos un gran repertorio musical con mirar a unas cuantos transeúntes. Jazzístico era el andar de nuestro personaje, despreocupado y algo errático en apariencia pero con un ritmo trepidante oculto que aguardaba en la siguiente esquina o paso de peatones para elevarse sobre el asfalto, de la misma manera era muy capaz de tocar un solo de saxo más intimista si la ocasión se le daba o incluso andar con sordina si se tomaba esa parte del día con más cautela.
Una interpelación cualquiera sobre un determinado aspecto podía desembocar en un solo de batería de altos vuelos o incluso con el estrépito de una big band. Al igual que el jazz los ritmos vitales del deambular ceutí de Roberto eran difíciles de seguir pues derrochaban intensidad y variedad, y mirados en clave musical terminaban enganchándote y disfrutar de ello si se sabía estar en el plano adecuado con el fin de no sufrir una impresión demasiado fuerte, en cierta forma Roberto tenía una personalidad arrebatadora. A mí me alegraba verlo hasta con escayola, no he visto a nadie lucirla de la manera que él lo hacía, en pleno paseo del Revellín y sentado al sol con las piernas estiradas en uno de los bancos mientras la muchedumbre pasaba y lo asediaban con la típica pregunta sin que Roberto perdiera la compostura y mantuviera un discreto ritmo melódico intimista y sin altibajos.
Sin embargo, debo indicar que mi relación con Roberto siempre fue muy discreta y en realidad formo parte de los observadores complacidos por sus rituales cotidianos y su forma de estar en el mundo. Entonces quizá deberían hablar otros más doctos que yo sobre el Robertismo, pero como la ignorancia es atrevida y yo aúno las dos cosas, qué más puedo decir sino que me disculpen por mis torpes palabras los que lo conocían mucho mejor. Francamente, solo he sido un modesto pero aplicado observador de Roberto lo cual no deja de ser también en parte una deformación de naturalista, sin embargo, el nexo que me unía realmente a Roberto era realmente el amor a los perros, o al menos a ciertos perros, no es fácil olvidar a su magnífico can negro empañolado, con el que siempre deambulaba, ni tampoco las estampas de los dos en la vespa como dos amigos inseparables o también como padre e hijo, aunque ambos pertenecieran a categorías taxonómicas distintas compartían un espacio de humanidad común que los unía inexorablemente y hacía de ellos un dúo tan conmovedor como reconfortante y yo diría que totalmente imprescindible para la felicidad cotidiana de los de cierto tipo de sensibilidad, entre los que me encuentro.
Desde que vio por primera vez a mi perro cuando era cachorro todavía quedó graciosamente prendado y quiso regalarme los pañuelos de colores que lucía su perro atropellado fatalmente por un tecno-bárbaro que no contextualiza su velocidad a los distintos entornos de la ciudad. Quedó tan afectado por el suceso que me comentó poéticamente su íntima despedida con el león negro que tan profunda huella dejó en el alma de nuestro deambulador jazzístico. Estos sentimientos sí que los comparto con este vate sobre el que ahora hablo en voz alta para que se escuche bien y resuene en toda Ceuta y que en cada rincón de nuestro terruño se reparta la esencia de un hombre que fue sobre todo voz costumbrista y genio de la vitalidad y del saber vivir.

La personalidad del tapicero inspirado es humanizante y su singularidad y su capacidad para la sonrisa profunda fueron absolutamente únicas. Su habla era algo muy particular, genuino y muy caballa, ese lenguaje costumbrista que utilizaba era popular y fresco y siempre muy suyo. Cuanta sorna llevaban sus mensajes y que placer disfrutar de esos pequeños momentos diarios que él regalaba por aquí y por allá salvando del hastío a no pocos elementos sociales aburridos. Ese vacío social que hemos creado entre todos se llenaba o al menos a mí se me llena cuando escucho este tipo de expresiones populares que denomino libremente “pichoneo”. Me sirven además para no perder pie ante el vértigo que me produce esta vida de locos y para reír plenamente, tanto por lo qué se dice, como especialmente por cómo se dice, en esto Roberto era definitivamente un gran artista.
“A este perro le hemos dado de mamar mi hijo y yo……., que te piensas tú”; asimismo el relato del día que el perro se subió por primera vez a la Vespa es hilarante y magnífico en su género cuando termina con la lapidaria frase: “me miró se subió a la moto y ya fue mío”, nunca olvidaré sus expresiones tan vívidas reflejadas en el brillo de sus ojos y sobre todo en las expresiones de su boca. En esos museos de lo cotidiano que propone Orham Pamuk, personajes como Roberto tendrían una sección muy rica con todos sus mundos bien representados a través de los objetos y de sus pasiones vitales. “Lo llevé al lugar y allí lo dejé”, es otra de las frases de Roberto que no puedo olvidar otra vez por la fuerza de su carácter y el arte de su trasmisión, me dijo recordando la despedida a su perro león o león perro, pues nunca supe que primaba más en el alma de su compañero de deambular cotidiano. Su expresión transmitía tanto una profunda tristeza como la gran satisfacción del tiempo vivido con él. Donde estés, de alguna manera u forma, yo te imagino deambulando con tu magnífico compañero negro zaíno en la noche universal y espero que le puedas gritar a las estrellas y a los mares que eres antiguo pero no vetusto y que entiendes el valor de la lluvia y que tu habla es un verso sin serlo, que continuas siendo opaco a la maledicencia ahora más que nunca pues por algo eras el señor del Revellín y nadie igualaba tu porte y hechura, aunaste finura y estridencias como todo buen jazz, te importó bien poco tu aspecto exterior pero los detalles de coleccionista delataron tu clase. Al igual que Bombadil siempre fuiste un espíritu extraño y alegre con difícil ubicación, más que morirte, siento que huiste por las rendijas del universo sin apenas despedirte.

 

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