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El sueño de las monedas

Sigmund Freud estudió el mundo de los sueños, incluso escribió un libro que tituló “La interpretación de los sueños” en el cual trataba de descifrar el significado de esos sueños extraños que a veces tenemos y que no podemos comprender.
Voy a explicar brevemente qué decía Freud en su interesante y ya denostada teoría. Según él, la mente humana tiene tres capas: consciente, subconsciente e inconsciente. La capa consciente es la más superficial y de más fácil acceso. En ella se encuentran los contenidos que manejamos continuamente en nuestra vida cotidiana: recuerdos, vivencias, datos, información útil de la cual somos conscientes, que conocemos y que no nos produce ningún daño.
La capa intermedia es la subconsciente. En ella se encuentran algunos contenidos del pasado que no nos gusta recordar porque al hacerlo no nos sentimos bien. Estamos arrepentidos de algunas de esas cosas pero sabemos qué son y que están ahí. Por tanto, procuramos mantenerlas sepultadas en esa capa sin tener que enfrentarnos directamente a ellas.
Por último, la capa más profunda es el inconsciente. Esta es la capa más problemática porque no sabemos su contenido, que suele estar compuesto por vivencias traumáticas del pasado (sobre todo de la infancia). El gran problema es que no sabemos qué se esconde en esa capa profunda de nuestra mente.
Entre unas y otras capas hay una especie de barreras de separación que impiden que los contenidos de las capas inferiores accedan a las superiores y nos causen problemas al tener que enfrentarnos con ellos. La barrera de separación entre el subconsciente y el inconsciente es mucho más fuerte que la que separa el consciente del subconsciente, por razones obvias de seguridad. También hay un mecanismo que empuja hacia abajo a los contenidos problemáticos para evitar que salgan a la superficie. Es la censura o represión.
Decía también Freud que estas barreras están mucho más activas, son mucho más fuertes en estado de vigilia, cuando estamos despiertos. En cambio, cuando dormimos las barreras están más debilitadas y es más fácil que los contenidos problemáticos del subconsciente, e incluso del inconsciente, accedan a la capa consciente.
Pero como tienen que atravesar (aunque debilitadas) las barreras de separación y luchar contra el mecanismo de represión, los contenidos salen deformados, casi irreconocibles de su forma original. Por eso dice Freud que esos sueños son extraños, raros, vemos imágenes absurdas que no comprendemos. No son otra cosa que contenidos que han logrado escapar del inconsciente y que ahora se nos muestran deformados.
La teoría de Freud y su aplicación terapéutica (el Psicoanálisis) es muy interesante y en otros tiempos (no ahora) tuvo mucho auge. Sin embargo, tiene el peor defecto que se puede achacar a una teoría: es indemostrable. Freud hizo una magnífica construcción con su teoría, pero no pudo demostrar que fuera cierta. Aunque eso no quita que se le reconozca el mérito de haber sabido dar la importancia que realmente tiene en la vida de la persona al mundo inconsciente y a la infancia.
Pues bien, me he servido de toda esta introducción sobre la teoría de Freud para acabar hablándoles de algo que sólo tangencialmente tiene relación con ella. Y me refiero al hecho de que a veces soñamos cosas que con el tiempo acaban haciéndose realidad.
Viene todo esto a cuento de que hace unos días mi amigo Juan Antonio me dijo que de niño había tenido un sueño que se había repetido durante años, un sueño casi obsesivo podríamos decir. Y muchos años después, siendo ya un adulto, vio cómo las imágenes que él había visto en su sueño infantil, las vivía realmente.
Me cuenta Juan Antonio que de niño soñaba que se veía en una playa. Era un cálido y luminoso día de verano y él caminaba plácidamente por la arena. La playa estaba prácticamente vacía y sólo él disfrutaba del sol, del contacto de la brisa del mar contra su cara, del sonido de las olas rompiendo en la orilla… Él caminaba sin rumbo ni dirección hasta que de pronto veía que algo brillaba en la arena. Se arrodillaba, introducía sus manos en la arena y empezaba a sacar monedas, muchas monedas.
Algunas estaban en la arena, otras caían sobre ella sin que él supiera de dónde venían. Él estaba muy nervioso tratando de sacar más y más monedas de la arena, antes de que se acabasen. Y cuando más afanado y nervioso estaba en su tarea de sacar monedas, el sueño terminaba y él despertaba.
El mismo sueño se repitió durante años a lo largo de su infancia. Con la llegada de la adolescencia, el sueño desapareció. Fueron tiempos de estudio, de conocer las primeras chicas, intereses y experiencias nuevas y excitantes. Tiempo de trasladarse fuera de casa para estudiar, el final de la infancia y la adolescencia, el comienzo de la juventud y la edad adulta.
El verano siguiente a la finalización de sus estudios universitarios, decidió hacer un viaje con varios amigos a lo largo de la cornisa cantábrica. Fue un viaje irrepetible. Con muy poco dinero y conduciendo el viejo Renault-4 de uno de ellos, atravesaron primero toda España de sur a norte y una vez allí recorrieron toda la costa del Cantábrico hasta la frontera con Francia.
Conocieron parajes únicos, hicieron nuevas amistades, comieron, bebieron, cantaron y vivieron momentos únicos de camaradería y fraternidad, propios de una edad que lleva aún consigo el desconocimiento de lo que la vida aún nos ha de deparar.
A Juan Antonio siempre le habían llamado la atención los Cristos de arena que durante el verano había visto hacer en diferentes localidades de la costa gaditana. Muchos de ellos eran auténticas obras de arte realizadas por artistas anónimos que, tras recoger unas pocas monedas, abandonaban sus obras dejándolas a merced de las olas y de lo que los veraneantes quisieran hacer con ellas.
Muchas veces se había preguntado si él podría ser capaz de hacer uno de esos Cristos de arena. Tenía buenas dotes para la pintura, y otras manualidades tampoco se le daban mal. Pero nunca se había atrevido a intentarlo. La figura de un Crucificado le producía mucho respeto y temía que el resultado de su obra no fuera digno de lo que el Cristo se merecía.
Pero en aquel viaje estaba aprendiendo lecciones que nunca olvidaría el resto de su vida: que para aprender hay que intentar, que para ganar hay que perder y que más vale arrepentirse de lo que se ha hecho que de lo que no se ha llegado a hacer.
Así que una tarde estando con sus amigos en la Playa de la La Concha de San Sebastián empezó, primero, a jugar con la arena y poco a poco fue dándole forma hasta ir haciendo la figura de un Cristo Crucificado.
Cuando su obra estaba casi terminaba, vio que algo brillaba en la arena. Se arrodilló y con suma sorpresa vio que se trataba de monedas. Monedas que llovían de la gente que desde la balaustrada que había cerca de él premiaban su trabajo.
De pronto se vio escarbando y sacando monedas y más monedas que llovían. Su antiguo sueño de la infancia se había hecho realidad.
Desde entonces, cada verano mi amigo Juan Antonio hace muchos Cristos de arena por las playas de las costas españolas y saca monedas de la arena. Monedas que luego emplea en socorrer a gente necesitada. La foto que ilustra este artículo es uno de los Cristos de arena de mi amigo Juan Antonio.

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