Categorías: Opinión

El síndrome marroquí de la ocupación

Terminaba recientemente de publicar una serie de cuatro artículos en El Faro de Ceuta bajo el epígrafe “Estudio histórico-jurídico de Ceuta española”, en cuyo análisis acreditaba de forma fehaciente y exhaustiva, por un lado, el copioso acervo de títulos tanto históricos como jurídicos con que España cuenta para legitimar su plena soberanía sobre Ceuta; y, de otra parte, la absoluta carencia de título alguno marroquí en virtud del cual el vecino país pueda hacer valer su pretensión anexionista sobre la ciudad, cuando de nuevo irrumpe un alto dignatario marroquí, de forma inesperada e intempestiva, con un nuevo exabrupto sobre las ciudades que llama “ocupadas” de Ceuta, Melilla, peñones, etc.
Ese tan recurrente y orquestado sainete de la pretensión anexionista a que ya estamos tan acostumbrados, parece enmarcarse dentro del contexto de lo que podría llamarse el “síndrome de la ocupación”, esta vez protagonizado por el primer ministro Abbas El Fassi ante el Parlamento de su país, aunque ya antes se había ideado y promovido a través de medios propagandísticos en una pancarta desplegada en la frontera de Beni-Anzar con Melilla, en la que ésta era anunciada como “ciudad ocupada”. Y no se dan cuenta quienes tanto se obcecan en mantener tal pretensión que si, aun sin poseer Marruecos título legítimo alguno, de forma tan terca y osada se atreve a reclamar ambas ciudades españolas, pues con ello no se hace sino reafirmar y fortalecer aun más la posición de España en el sentido de hacer a ambas ciudades todavía más suyas, ya que tiene en sus manos todos los títulos históricos y jurídicos que le amparan. O dicho de otra forma, si el país vecino sin poseer ningún título, reclama Ceuta y Melilla, pues España, que los posee todos y, además, está amparada por su posesión, titularidad dominical y el Derecho de los tratados bilaterales e internacionales, pues parece más que razonable y lógico que con mayor motivo se sienta así aun más firme, más fortalecida y más cargada de razón para no acceder a tan absurda reivindicación.
En medios oficiales se ha respondido esta vez que España no tiene nada que negociar sobre Ceuta y Melilla, porque son ciudades españolas. Y nuestros medios de comunicación se han hecho amplio eco de la noticia aunque tratando, en general, de quitar importancia al asunto dado que suele ser la coartada a la que de forma recurrente el país vecino nos tiene ya acostumbrados, o bien cada vez que necesita desviar la propia opinión pública de sus problemas internos, o cuando tiene necesidad de conseguir un mayor montante de dinero español. Pero…, ¡cuidado!, que esta vez la ilegítima reivindicación de siempre ha sido formulada en el Parlamento y nada menos que por el primer ministro que, además, es un alto representante del conocido partido nacionalista del Istiqlal, que desde 1975 tiene por uno de sus objetivos hacer realidad el viejo sueño del imperio Almohade de los siglos XII y XIII, o Gran Magreb, que por el Norte de África, comprende parte de Argelia, Ceuta, Melilla, los Peñones, y hasta el mismo Al-Ándalus, o España. Y más hacia el sur las el Sahara, las Islas Canarias y territorios de Mauritania, Senegal, Malí, etc.
Por lo que respecta a Ceuta - cuya causa me atañe como español y como residente en ella más de 25 años - en uso del legítimo derecho a la libre expresión que en España sí existe, opino que aquí no hay nada “ocupado”, sino que lo que en Ceuta hay es un territorio de plena soberanía española, transmitido por Derecho sucesorio por Portugal al haberlo aprobado así en un plebiscito los propios ceutíes, cuya soberanía está también cimentada en una dilatada historia de más de mil años de presencia española y plasmada en múltiples tratados y convenios tanto bilaterales como internacionales, que tengo ya expuestos, firmados por sultanes y reyes alauitas desde que el país vecino se constituyó en Estado, y que de forma expresa y solemne admitieron, reconocieron y ratificaron la soberanía española sobre Ceuta. Aquí no hay nada a lo que pueda seria y sensatamente llamarse “ocupación”. Esa es una afirmación completamente falsa y engañosa, porque nunca España ocupó Ceuta ni nunca ésta perteneció a Marruecos desde que el vecino país nació al mundo jurídico como Estado y como sujeto del Derecho Internacional. Prueba de ello es que tampoco  nunca Ceuta fue incluida en la Lista de territorios ocupados ni a descolonizar de las Naciones Unida; es decir, no ocurre aquí como en algún otro territorio que la ONU por sendas Resoluciones de hace ya 30 años mandó descolonizar y, sin embargo, continúa “ocupado”.
En el mismo discurso parlamentario se hacía una llamada a la “amiga España” para abrir un diálogo y poner fin a lo que de nuevo volvió a llamar “ocupación” de las dos ciudades que dijo “son marroquíes”. Pues, en cuanto a esa invocada “amistad” entre los dos países, efectivamente, ambas partes firmaron en 1991 el Tratado de Buena Vecindad, Amistad y blackjack Cooperación, que entró en vigor en 1995, cuya amistad se debe basar en el respeto a la integridad e intangibilidad territorial y de las fronteras existentes al tiempo de su firma, subrayándose en el acuerdo la importancia de los vínculos como el mejor aval para hacer frente a los desencuentros y malentendidos que eviten el deterioro de las relaciones, además de otros principios consagrados en el Derecho Internacional, como el respeto a la legalidad internacional, la igualdad soberana, la no intervención en los asuntos internos de un país en el otro, la abstención de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza para resolver las controversias, el arreglo pacífico y la cooperación para el desarrollo. Y, siendo como es Ceuta española, formando parte de su territorio nacional, y habiendo sido así expresamente suscrito y reconocido por numerosos reyes marroquíes anteriores en múltiples convenios y tratados, lo menos que debe hacer un país que se hace pasar por amigo y que sea mínimamente serio y leal es no interferir en los asuntos internos que afectan al propio territorio del otro país, y menos para hacer de forma pública y solemne una reivindicación unilateral y en momento que más hubieran necesitado de la solidaridad que conlleva esa “amistad” que se pregona, pero que luego se materializa a modo de enemistad hostil.
En cambio, pruebas sinceras de esa amistad pactada y que las relaciones de buena vecindad exigen, llevada a la práctica de forma extremadamente generosa por parte de España son, por ejemplo, el apoyo tan resuelto y decidido dado a Marruecos, aprovechando la Presidencia española de la Unión Europea, para la conclusión del Estatuto Avanzado de socio privilegiado de dicha Organización, habiendo para ello promovido nuestro país la reunión de alto nivel recientemente celebrada en Granada. Ello va a suponer una cooperación reforzada en materia económica que prevé la conexión de Marruecos a las grandes redes europeas del transporte, comunicaciones, energías, agricultura, mercado liberalizado, etc, que pueden suponer la modernización del vecino país en todos los órdenes, y que los medios de comunicación han cifrado nada menos que en la importante cantidad de 654 millones de euros a favor del país vecino. De haber puesto España, como Estado miembro de la Comunidad, cualquier objeción o reparo, con alguna declaración tan poco amistosa y hostil hacia Marruecos como la que este país acaba de hacer contra España por el asunto de Ceuta y Melilla, pues posiblemente dicho acuerdo comunitario no hubiera podido prosperar. Lo que significa que la reivindicación marroquí, a tan poco tiempo de haber obtenido de España tan importante ayuda, pues supone una clara ingratitud y deslealtad que es inconcebible en el campo de la reciprocidad y buenas prácticas que proceden entre países serios.
Y lo anterior, no tendría tanta importancia si no fuera porque tan desleal comportamiento marroquí hacia España, normalmente, ha sido una constante en la mayor parte del devenir de sus relaciones con el nuestro, a la vista del reiterado incumplimiento de numerosos tratados y convenios. Y ahí están otras numerosas pruebas de amistad española, con la importante ayuda a Marruecos en materia de lucha contra las drogas y la inmigración, con cientos de vehículos “todo terreno” que le regalara hace unos años, con la osadía de ni siquiera permitir que le fueran entregados por la frontera del Tarajal, sino a través de Tánger. Y siguen siendo pruebas de verdadera amistad, las numerosas inversiones españolas en Marruecos promovidas e impulsadas por nuestro país; y el modernísimo Hospital construido al lado de la frontera y con las puertas abiertas de par en par a los enfermos y cientos de mujeres del otro lado que pueden dar a luz gratuitamente en España; y los Centros de acogimiento españoles para cientos de niños marroquíes que por no tener el amparo y la protección de su país llegan solos y hambrientos a Ceuta y aquí se les acoge solidariamente.
Ésas, y otras muchas que el corto espacio de un artículo no permite exponer, sí que son pruebas evidentes y sinceras de la verdadera “amistad” y relaciones de buena vecindad españolas; que luego, una y otra vez, no hacen sino toparse de frente con la ingratitud, la incomprensión, la deslealtad y la falta de respeto hacia dos muy dignas ciudades españolas: Ceuta y Melilla, que, sin embargo, con España al frente, persisten en su difícil empeño de seguir siendo amigas de verdad de Marruecos, en bien de ambos pueblos, que tanto tienen en común y tan provechosas y útiles pueden mutuamente resultar las buenas relaciones.

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