Probablemente porque las invasiones bárbaras en las puertas de Roma dejaron un miedo imborrable en pueblo y gobernantes, el Imperio hizo siempre todo lo que pudo para blindar sus fronteras y asegurar una Pax Romana a quienes estaban bajo la dominación/protección de los césares.
Pero no todo era tranquilidad. En el norte de la conquistada y “pacificada” Britania, los pictos no cesaban en sus incursiones brutalmente violentas y no había forma humana de pararlos por lo amplio del frente que cubrían, algo que no sólo amenazaba a la economía de la región sino que ponía en peligro la credibilidad del Poder de Roma y, por ende, la estabilidad misma del sistema. Entonces, el emperador Adriano (alrededor del año 122) ideó la construcción de un muro que sirviese de contención a los ataques: había nacido el Muro de Adriano.
Con el tiempo, obviamente, el Muro se fue deteriorando y con la retirada de las tropas imperiales de Britania, el Muro de Adriano se transformó en una construcción inútil, pasto de los libros de historia y testigo de un esfuerzo puntual que acabó en nada.
Con esa manía que tenemos los miembros del género humano de no releer la Historia (o, simplemente, leerla) acabamos tropezando constantemente con la misma y cíclica intolerancia de turno, el famoso “Muro de Adriano” ha terminado por pasar de ser un monumento tremendamente visitado para transformarse en una suerte de referente sociológico.
En Francia, la primera vuelta de las “Regionales” (lo más parecido a nuestras elecciones autonómicas, salvando las distancias y teniendo en cuenta que tenemos un estado mucho más descentralizado que los galos) el ultraderechista “Front National” de la saga Le Pen ha logrado unos resultados realmente importantes, tal y como ocurrió en anteriores comicios. Estando diseñado el sistema electoral francés a dos vueltas (siempre que un partido no consiga el 51% de los votos), en esta segunda vuelta competirán los dos mejores posicionados, y hasta los tres primeros según los porcentajes obtenidos.
Por ello, en Francia desde la noche de la primera vuelta ya se hablaba de un Frente Republicano (defiendo los valores de la República, nada que ver tampoco con el concepto español de la República) y hacer barrera al Front National. Así, en algunas regiones el partido de Sarkozy (con reticencias, todo hay que decirlo) “Les Répulicains” pedirán el voto para el Partido Socialista, y en otras serán los de Hollande los que voten a la Derecha; todo excepto que acceda al poder un partido ultraderechista que recuerda al Vichy de Pétain, al putsch de los generales de Alger o que ha justificado el Holocausto y miles horrores más. Hasta ahí, nada que objetar.
El tema se complica cuando se empieza a analizar el por qué de estos resultados.
Marine Le Pen es la líder (con mano de hierro y cabeza perfectamente amueblada) de uno de los partidos más votados de Francia, y no por un pucherazo o un amaño bananero; en absoluto, lo es porque los ciudadanos franceses (y más concretamente los de la franja de 18-24 años) así lo han querido, y ello a pesar de un programa vacío, sin propuestas concretas, sin proyecto económico (claro que los demás se ciñen a lo que marca el BCE y el FMI, para qué nos vamos a engañar) y sin nada más que odio y miedo. ¿Por qué entonces ese voto? Porque es el voto del hastío, de la inacción, del castigo a la corrupción (conste que Marine Le Pen aún no ha aclarado la aportación de una enorme cantidad de fondos desde la Rusia de Putin a su campaña electoral, no vayamos a engañarnos a estas alturas santificando a la del eslogan “Azul Marino”), de la desidia y, sobre todo, del “a los de siempre ya lo conocemos y no nos solucionan nada. Esta [Marine Le Pen] por lo menos nos promete cosas” ¿Os va sonando ya la canción?
Evidentemente, el ambiente de miedo que se vive en Francia y el desgaste de Hollande y de Sarkozy no hacen sino aumentar el ascenso de la ultraderecha.
Consignas racistas, cierre de fronteras, propuestas populistas y promesas de millones de puestos de trabajo hacen el resto.
Evidentemente, el Front National representa un peligro para la vida democrática y, por ello, los partidos de Derecha/Izquierda optan por el Frente Republicano. Aunque, obviamente, no todo este proceso es tan idílico como quisiera mostrarse –la política y sus miserias, ya saben-; el caso es que en la práctica totalidad de las regiones en las que el Front National ha ganado en la primera vuelta, el Frente Republicano se impondrá dejando a los de Le Pen en puertas del Poder: el nuevo Muro de Adriano habrá cumplido su papel y los ultramontanos no gobernarán. Pero, curiosamente, y en contra de lo que se pueda llegar a pensar, esto no va a suponer un problema para el prioritario objetivo de Marine Le Pen, ni mucho menos.
Como todo tiene un límite, si para 2017 (falta un suspiro temporal para esa cita) los del “Frente Republicano” no han podido/sabido dar respuesta a las miles de problemáticas que plantea la Doctrina del Shock (que no podrán), ese “Frente” se verá aquejado del “Síndrome del Muro de Adriano” y comprobarán como, casi sin darse cuenta, las toneladas de piedra de lo que otrora fuese una muralla infranqueable se han transformado en nada.
Evidentemente, el objetivo de Marine Le Pen no son las regionales sino las Presidenciales de 2017, porque estará en condiciones de ser la inquilina del “Palais del Elysée” aprovechando una brutal bolsa de descontento que verá en ella la última salvación, como siempre suele verse a quien promete lo que “la masa” quiere escuchar cuando los demás sólo son capaces de hacer siempre lo mismo, es decir, muy poco, además de verse implicados hasta los huesos en corruptelas y mierdas de tamaña cantidad que hasta se ven normales. El humo tiene esa fatal atracción, enmascara la cruda realidad y tiene la misión de impedir ver claro.
¿Pero, puede extrapolarse el “Síndrome del Muro de Adriano” a este lado de los Pirineos?
Va a ir siendo cuestión de comprobar si los del bipartidismo son capaces de ir más allá de los casos de corrupciones tipo “ERE” y “Luis, sé fuerte” para empezar a pensar y trabajar en los problemas que nos aquejan de verdad. Quienes nos levantamos a diario (los que tenemos esa suerte, claro está) para poder pagar la hipoteca necesitamos (¿es necesario escribirlo en mayúscula?) unos representantes políticos que nos alejen de esa nueva dictadura del capitalismo salvaje que nos condena a la miseria y no transformarse, por mor de un escaño, en uno de sus fieles sirvientes.
¿Están pensando en Podemos como los nuevos asaltantes del nuevo Muro de Adriano? ¿Creen de verdad que los que están destinados a ser una corriente crítica del PSOE –cosas más insólitas hemos visto- son los que van a asaltar el Palacio de Invierno del Establishment?
No, por ahí no vendrá la nueva ola de intolerancia. Intuyo que será muchos más sutil, más tono pastel, mucho más peligrosa.
¿Serán capaces de reaccionar, en nuestro país, los aparatos de los partidos hegemónicos para evitar el salto al vacío?
En Francia da la sensación de que no va a ser así.
Por ahora, el Síndrome del Muro de Adriano es muchísimo más que el recuerdo de un imperio abocado a las amarillentas páginas de un libro de Historia, mucho más.
Evidentemente, y como siempre, usted decide dónde pone el Muro…
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