Categorías: Opinión

El síndrome Berneri

La información, esa que condena al periódico del día a ser viejo y carne de hemeroteca a las doce de la mañana, siempre nos trae inequívocas indicaciones del rumbo que están tomando las cosas… algunas veces por lo que evidencia, y en la mayoría de las ocasiones por lo que esconde. La Crisis, ese fenómeno de piratería especulativa de pura esencia capitalista, (supuestamente engendrada por la manía que hemos tenido de vivir por encima de nuestras posibilidades, una mentira que se empeñan en reiterarnos una y otra vez hasta hacernos creer que es verdad) tiene unos patrones repetitivos más que previsibles, tanto que, a duras penas, se logra entender que no se caiga en la cuenta de que esto es una maquiavélica y orquestada historia de nunca acabar.
Tan vieja como el origen de la codicia, la Crisis se basa en el principio básico de que “yo quiero una cosa que es de mi vecino y si no me la da, yo la tomo por la fuerza; si nadie me lo impide, claro”… y en esas están, sin ningún tipo de disimulo, los dueños de las finanzas.
Comparar los parámetros de análisis de quienes dirigen (de verdad) este tinglado denominado “Sistema” con los que rigen nuestra existencia equivaldría, ni más ni menos, a intentar mezclar de forma indefinida el agua y el fuego. No hay ningún punto de coincidencia, ni un solo punto de convergencia, nada que pueda establecer la más mínima empatía entre ellos y nosotros, con la salvaguarda de los “hombres-cosa”. Éstos, diseminados en varias profesiones y capas de la Sociedad (opinadores profesionales, entre otros) viven de las migajas que les arrojan sus amos y, constantemente, se muestran dispuestos a ganarse un sitio en las mazmorras del paraíso a cambio, eso sí, de malvender su alma a los poderosos y la de los demás al diablo de turno. Son, pues, los únicos que ven bondades a tanta miseria.
Para quienes hacen fortuna (ingentes fortunas) a costa de la sangre ajena no es posible esperar otro razonamiento que no sea el de “si no lo robo yo, otro lo robará”. Por ello, los millones de parados, los problemas sociales, los dramas causados por la extrema necesidad, casi el 29% de españoles en situación de pobreza (casi un 27% de españoles está en paro ¿habrá que repetirlo?), tres millones de españoles en situación de extrema pobreza, la paupérrima situación de la Sanidad, la Educación o la Seguridad no son, bajo ningún concepto, razones que se puedan esgrimir ante quienes sólo ven números en lugar de seres humanos. Y de poco vale que nos empeñemos en rebuscar argumentos que puedan dar luz a un supuesto apiadamiento: todo es inútil, vano, estéril… Es como pedirle al  tiburón hambriento que tenga piedad de la inocente presa. No, eso no es viable.
Instalado en una sólida doctrina del shock sin posibilidad de retorno, el Poder avanza inexorablemente hasta nuestro aplastamiento total, buena prueba de ello son los distintos colapsos financieros que se han venido produciendo en los que, cuales vulgares corsarios a las órdenes de su majestad, los organismos financieros internacionales han servido a quienes de verdad mueven los hilos de todo el sistema, es decir, las industrias de los países en supuesta dificultad a precio de saldo en vergonzosas bandejas de plata. Lo de Chipre y el negocio del gas es un magnífico indicador, porque alguien ya está contemplando quedarse con el negocio a precio de ganga.
¿Pero, cuál es la mecánica? Infantil, como todo lo aparentemente sofisticado, por mucho que quieran hacernos creer lo contrario.
Primero, con los muchos medios afines, se agita el fantasma del miedo esgrimiendo una supuesta crisis financiera; en modo doméstico es como si, de pronto, alguien en el bloque hiciese correr la voz de que ya no podemos pagar la comunidad. La cortina de humo ya está lanzada.
Segundo, se provoca una brutal retirada de los fondos del país “condenado”, algo que provoca un caos en todo el sistema crediticio; las empresas, ante la imposibilidad de tener liquidez, se ven abocadas a despedir en masa para no desaparecer, ayudadas por unas leyes casi medievales que favorecen la extinción de los puestos de trabajo. En el ámbito más próximo esto equivaldría a afirmar que, debido a la injusta mala fama adquirida, nadie nos da fiado… y como no somos capaces de hacer frente a los gastos de hipoteca, casa, luz, agua o butano decidimos recortar drásticamente en nuestras previsiones y sólo comemos una vez a la semana, prescindiendo de casi todo.
Tercero, y con una economía arrinconada y en clara depresión, se ofrece una salida humillante a la nación en cuestión a cambio de una pantomima de salvación, vendiéndose los activos del país por una ínfima parte de su valor real; es como si, para poder pagar lo que le debemos al banco en concepto de crédito hipotecario que nos acucia, decidimos vender nuestra vivienda muy por debajo de su precio.
¿Simple, verdad? Pues así de básicas son estas cosas.
Cierto es que este razonamiento podría llegar a demostrar que el papel lo soporta todo, incluidas las teorías de la conspiración… Lamentablemente, lo escalofriante de este razonamiento es que todas estas situaciones se han ido repitiendo, con el mismo patrón de actuación, en países tan diversos como Chile, Argentina, Polonia, Rusia, Indonesia o Corea del Sur, sólo por citar algunos… y ahora los que estamos en el disparadero somos los europeos.
Este atraco a mano armada siempre se lleva a cabo mediante el más letal de los mecanismos: el Fondo Monetario Internacional.
Una vez más tendremos que recordar que la génesis del FMI se basó en el concepto de AYUDAR a los países en crisis, facilitando créditos que impidiesen, por ejemplo, fenómenos como el que aupó a Hitler al poder, desencadenando así la II Guerra Mundial.
Ahora las cosas han cambiado radicalmente.
El FMI o el BCE están tomando decisiones en contra de los ciudadanos, empobreciendo a los pueblos y haciéndoles retroceder muchos años en cuanto a derechos sociales se refiere. ¿Demagogia? Más quisiéramos. Sólo hace falta asomarse a las hemerotecas para comprobar cómo instituciones que no han sido elegidas por los ciudadanos deciden sobre el bien y el mal (sobre todo el mal) de todos, pasando por encima de nuestra voluntad y necesidades con el único objetivo  de velar por las ganancias de los de siempre.
¿Otro ejemplo? Pregúntense por qué los fondos librados por estos organismos financieros internacionales van destinados a salvar bancos que se han hecho añicos a base de especular con basura bursátil en lugar de potenciar la economía productiva y, sobre todo, por qué nos toca a usted y a mí pagar esa factura a base de recortes y más recortes.
El caso de Chipre es el más significativo de los últimos tiempos, demostrando bien a las claras la dictadura imperante, si bien las medidas tomadas con respecto a ese pequeño país no han podido ser más chapuceras, con rectificación parcial al canto tras la evidente presión social.
Evidentemente, mirar hacia otro lado o respirar aliviado cuando la guadaña corta la cabeza del vecino no es ninguna solución… es más, demuestra debilidad.
Claro que para lamentable, la actitud del ministro de Economía, De Guindos, que primero alabó la postura que la Comisión Europea adoptó con Chipre condenándola al “corralito” (imposibilidad de sacar dinero de las cuentas bancarias además de quedarse con un porcentaje de las cantidades ahorradas) para, posteriormente, desdecirse y volver a elogiar la postura contraria tras la marcha atrás de los mandamases de la Unión. Lo dicho, de pena.
Visto lo visto, parece evidente que nos quedan muy pocas salidas frente a este brutal ataque.
Hace muchos años aquí, Al Sur del Edén, el pensador italiano Camilo Berneri (buscado al mismo tiempo para ser asesinado por los agentes de Mussolini y por los de Stalin, siendo estos últimos los que acabarían con su vida) zanjaba en 1937 en “Guerra di classe”, una polémica entre los que defendían, desde el bando republicano, la postura militar frente a los que apoyaban el desarrollo de las colectividades dentro del modelo libertario que daba sus frutos en Aragón, Valencia, Cataluña y otros muchos más sitios. Berneri (otro que pagó caro tener razón antes de tiempo) afirmó que la victoria sobre las tropas internacionales de Franco sólo podía ser revolucionaria… o sería derrota. Así fue.
Mi mañica preferida, conocedora de Berneri, no duda en parafrasear al pensador transalpino cuando afirma: “las bombas económicas que hoy estallan en Atenas, Nicosia, Dublín o Lisboa, mañana reventarán en Madrid y París y, pasado mañana, en el resto de las capitales europeas… y mientras, nosotros nos pasamos el tiempo protestando en silencio, pero poco o nada de reaccionar de verdad contra tamaña agresión. Cuando pase –asegura tajante- ya dará igual todo porque habrán acabado con nosotros”.
Queda pues claro que esta forma de dictadura burdamente camuflada en siglas internacionales está siendo mucho más profunda, más prolongada y más letal de lo que hemos sido capaces de vislumbrar.
Parece que ya ha pasado la hora de los análisis y que está llegando, por una cuestión de pura supervivencia, el momento de actuar.
O decidimos que basta ya de tanta represión económica, o estamos condenados a padecer el Síndrome Berneri.
Usted, como yo, todavía tiene la palabra… pero mucho me temo que esto también se acabará y pronto. Una vez más, de usted depende todo… si es que quiere, claro.

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