No son pocas las veces que el ser humano se asombra y hasta siente miedo profundo ante lo que ocurre a su alrededor. Una tormenta que nos coge en campo abierto, con aguas desbordadas de sus cauces naturales, domina el ánimo de cualquiera. ¿Qué hacer en esos casos? Las decisiones son muy variadas, desde el pánico que inmoviliza hasta la serenidad que hace posible pensar cómo solventar esa grave dificultad. Es cierto que, a veces, eso no es suficiente y la soledad se torna en barrera imposible de salvar.
Es necesaria ayuda de otras personas, situadas en mejores condiciones de seguridad, capaces de aportar medios que hagan posible salvar esa situación difícil, tal vez crítica, en la que otras personas se encuentran.
El ser humano es siempre el protagonista, tanto con su sufrimiento en lo más hondo de la tragedia, como en la dicha del triunfo, pero suele olvidar con cierta facilidad los fallos que motivan sus desgracias como todo aquello que hizo posible el éxito de su misión.
Es frecuente que el ser humano se contente con la mediocridad y pone límites a su capacidad de dominio sobre lo que aprisiona, sobre lo que le une a un estado de vida en el que la entrega generosa se considera como algo que es dañino para los intereses propios.
El ser humano, tan capaz de grandes sacrificios, se rinde, a veces, ante la pequeñez de la comodidad personal o la invitación a la superficialidad en el sentido de la vida.
Nos olvidamos, con demasiada frecuencia, de la heroicidad con la que hay que afrontar innumerables pequeñas cosas de la vida corriente, de ese trato amable que necesita el que sufre, de esa preocupación por no hacer esperar a nadie, de esa disposición permanente a no ser carga para nadie sino ayuda generosa, de corazón abierto y sin variosrecovecos.
No se nos ocurre que la vida es un medio permanente que tenemos, todos los seres humanos, para hacer realidad esa breve frase que Benedicto XVI ha dirigido a todo el mundo: “ No seáis mediocres, ser santos”
A veces se considera que eso de ser santos no va dirigido a todo el mundo, pero toda persona debiera pensar con cariño y profundidad esa llamada a la santidad, que el Papa la definía - en su reciente visita al Reino Unido - así: “Ser santos, entrar en relación con Dios en lugar de seguir la cultura de la celebridad, la fama o simplemente la riqueza”
Treinta y tres mineros están sufriendo, todavía, el horror de haber quedado aprisionados en la entraña de la mina “San José”, en la tierra chilena.
Ya parece inminente la fase de sacarlos a la superficie por medio de una operación delicada, que exige el máximo cuidado y pericia.
Todavía existe peligro y hay que dedicar la máxima atención a cada una de las maniobras a realizar. ¿Se podría confiar en personas que obrasen a la ligera?
Todas y cada una de esas personas están actuando dando de lado a la mediocridad; ponen en ello todo su conocimiento profesional y en su alma hay una especial dedicación de amor al prójimo.
No es gente dominada por la mediocridad sino que actúan animados por la gracia de la santidad.
Aman a esa gente que sufre y atienden sus necesidades; quieren que vuelvan a sentir la caricia de los suyos y de toda la gente buena que les ha ayudado.
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