Categorías: Opinión

El rompecabezas ceutí comienza a armarse

No se trata –ni se trataba– de que cualquier tiempo pasado fue mejor; ni de añorar un pasado más provinciano, pero menos turbulento; ni, siquiera, de pasar por “asustaviejas”. No, nada de eso. Se trata –se trataba– simplemente de que intuíamos que las respuestas a nuestras preguntas estaban en alguna parte. Que alguien tenía que tener las respuestas a ¿por qué se ha permitido que miles de marroquíes se hayan asentado ilegalmente en nuestra ciudad (y en Melilla) y que años después se les haya  concedido la nacionalidad española sin tener derecho a ella? Tan sencillo como eso. Ese asentamiento ilegal desde mediados de los 80 ha condicionado no sólo el presente de Ceuta (y de Melilla) sino su futuro como ciudad española. Añádase a ese asentamiento ilegal, los MENA, los hijos de las parturientas marroquíes inscritos en nuestro Registro Civil, las parejas marroquíes que se traen los ceutíes, los hijos de ceutíes de madres marroquíes no reconocidas por el progenitor de ese menor y, en fin, los quintacolumnistas, que han nacido en Ceuta pero tienen algo más que su corazón en Marruecos. Todos ellos conspirarían, sin duda, para que Marruecos se apoderase, por fin, de Ceuta sin armar demasiado ruido. Para más inri, los ceutíes de origen magrebí que se sienten herederos de aquellos que habitaban la ciudad el día 21 de agosto de 1415, cuando el rey portugués Joao I conquistó la ciudad para un reino cristiano peninsular, no están por la labor de celebrar en el año 2015 la citada llegada y conquista de Ceuta por los portugueses.
Pero a lo que íbamos. Desde que el señor Olivencia publicó el día 14 de abril su enorme, necesario y clarificador –y esperado– artículo No quiero que otros terminen con Ceuta, las piezas del rompecabezas ceutí empiezan a encajar. Las piezas que faltaban las aporta Olivencia. Presumo que a más de uno, y a más de una, se le habrán parado “los pulsos”, como decía mi admirada y llorada Marifé de Triana. Olivencia ha puesto negro sobre blanco los nombres de quienes han sido los artífices de nuestros problemas y, acaso, de nuestras desgracias. Si olvidamos esos nombres no tendremos ningún derecho a quejarnos. Ninguno.
El exparlamentario Olivencia ha contraído –como dicen– una deuda moral con Ceuta, con su ciudad natal. Pero no sólo la ha contraído con la ciudad, sino con los ceutíes que nos sentimos españoles y amamos a Ceuta. Olivencia se debe a Ceuta, primero, como ceutí, y, después, como exparlamentario y exsenador durante varias legislaturas. Muchos años. Yo no soy quién para negarle su derecho a callar, a no decir más nombres de personas que él sabe que le negaron el pan y la sal a Ceuta. Es su derecho, nadie lo duda. Pero también es cierto que a estas alturas de su larga vida –casi octogenario– ya nada puede perder que no haya perdido ya. Asimismo, el señor Olivencia está en una etapa de su vida en la que puede permitirse casi todo, por no decir todo, menos pasar por ingenuo y mucho menos ser ingenuo. La ingenuidad a estas edades suena como creer en los cuentos de hadas o en los Reyes Magos. En mi opinión, debería seguir evacuando de su alma todo aquello que crea que le duele y/o que podría responder a muchas preguntas sobre el futuro de Ceuta y los ceutíes. Carezco, por supuesto, de referente alguno para aconsejarle lo que debe hacer o no. Eso forma parte de su libre albedrío. No se trataría tanto de reprochar, sino de aclarar. Como decía el poeta Ibn Jatib, “Un tiempo pasado es un tal vez y un quizás / un tiempo gastado en reproches y remordimientos”.  
Lo cierto y verdad es que a partir de mediados de los 80, el Gobierno llevó cabo una política de nacionalización indiscriminada. Todo lo que sucedió en aquel entonces ha quedado reflejado en bastantes artículos de prensa y en no pocos libros. Leerlos ahora producen desazón, desánimo, abatimiento. Como muestra, he aquí un botón: “El proceso de concesión de la documentación española es irregular y en cierto modo caótico. Mientras que a los poseedores de la tarjeta de estadística se les otorga casi inmediatamente el DNI español, otros necesitan justificar su residencia en Melilla, a veces con tan sólo el recibo de la luz. Se produce una cantidad ingente de demandas, no ya sólo por parte de los musulmanes residentes en Melilla, sino de otros provenientes de Marruecos que se apuntan de este modo a las listas.  De todo esto surge la inevitable picaresca y corrupción. Han sido varios los casos de corrupción denunciados en la concesión de documentación española, a veces hasta barajándose  los precios de 250.000 a 300.00 pesetas por un DNI”.  Todo esto (Pág. 218) –y mucho más– aparece recogido en el libro Ceuta y Melilla. Cuestión de Estado de Dionisio García Flórez. Léalo, amable lector. Ahí, y así, se puso la primera piedra de nuestro futuro.
Para finalizar, recordando a Sartre, podemos decir, a modo de consuelo, que lo importante no es lo que han hecho de nosotros, sino lo que hacemos con lo que han hecho de nosotros. Y que mientras “algunos prosperan por el pecado, otros se arruinan por la virtud”. Y que, al parecer, Ceuta ha sido siempre prescindible. Eso también. Y duele. Mucho.

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