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El robo de la infancia

Por cada niña, por cada niño al que roban los mejores años de su infancia, la sociedad humana en su conjunto está amamantando el desamor.

La injusticia y bajando un peldaño más hacia la sima de su propia perdición, su decadencia, espiritual.
¿Cómo es posible que millones y millones de niños y niñas estén siendo olvidados por las sociedades que pueden arreglar estos desmanes? Hay familias que, en la desesperación y el hambre, no les queda otra salida que poner en el tajo a todos sus miembros, para llevarse a la boca un mendrugo de pan casero cuando pueden. Hay otras muchas familias que de vez en cuando nos acordamos de esta tremenda injusticia contra las infancias, dando una minúscula parte de lo que nos sobra, así queda la conciencia si no dormida por lo menos amortiguada con las carreras, las prisas de las sociedades actuales, donde nuestra infancia, no toda, ya que la pobreza a consecuencia del paro y la ya acumulada se ha disparado, nos hace ver, desgraciadamente, lo que la infancia padece en otros lugares de la Tierra.
Niñas y niños obligados a trabajar bien por el hambre y la miseria o por el egoísmo humano, que ve en la infancia una mano de obra no barata sino de esclavitud, trabajado de sol a sol por unos céntimos de euros.
Niñas obligadas a la prostitución por una sociedad enferma, podrida y adoradora del nuevo becerro de oro.
Niños y niñas vendidos, entregados a las mafias, obligados, obligadas a portar un arma e intervenir en las infinitas guerras cainitas.
Niñas y niños muriendo lentamente en las calles de muchas ciudades sin que les llegue una mano capaz de darle otra vida.
Niños y niñas rebuscando en los basureros, en los vertederos donde las enfermedades se ceban con sus inocentes y raquíticos cuerpecillos. Igualmente bajando a minas ilegales o legales, o séase consentidas, para arañar con sus minúsculas manos toneladas de tierra, dejando allí su salud y su infancia.
Menos mal que en medio de tanta injusticia hay mujeres y hombres que se entregan en las medidas de sus fuerzas, para llevar alimentos, una sonrisa, medicinas, cuidados o estudios, aunque sean debajo de un árbol, para rescatarles de tanta esclavitud. Gracias a estas personas muchas caritas recobran la risa, la sonrisa, los juegos y la inocencia que les estaban arrebatando; claro que quiénes deben ponerle solución son todas las naciones del Mundo, todos los gobiernos del Mundo y, nosotros,  hombres y mujeres, mujeres y hombres, ayudando a quienes les ayudan. Rescatar a una niña, a un niño y devolverle su sonrisa es como vislumbrar un trozo de cielo donde el infierno anda a sus anchas. Algo podemos hacer, aunque sea un poco; lo que no se puede hacer es cruzarse de brazos y mirar para otro lado, porque aún así, esos niños, esas niñas seguiran en el infierno humano, no por sus pecados sino por nuestras faltas y por nuestra ausencia. Más de 250 millones de niñas y niños están a la espera de ver un trocito de cielo.

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