El pasado sabado, ejerciendo de abuelos y de forma un tanto inesperada, tuvimos con nosotros todo el día a nuestro querido nieto Jaime. Como todo abuelo que se precie nos dedicamos exclusivamente a él desde el viernes, ya que durmió en casa como suele hacer de vez en cuando Es un niño que no crea ningún problema y al tener ya siete años, se distrae y entretiene muy fácilmente.
Después de la misa de las siete en la Santa Iglesia Catedral y en espera que vinieran los padres a recogerlo, decidimos entrar en el Parador Hotel La Muralla con el fin de tomar un café por lo que nos dirigimos directamente a la barra, lugar al que yo hacía mucho tiempo que no visitaba.
A bote pronto e inadvertidamente, nos vimos sentados al final, justo enfrente de la placa que toda dirección del Hotel, año tras año, ha tenido la amabilidad de conservar siempre en el sitio que inicialmente se colocó. La leyenda que aparece en dicha placa es de sobra bien conocida pero, una vez más la voy a repetir aquí. Dice así: “AQUÍ SE VIENE A BEBER, DE POLITICA NI HABLAR, NINGUNA BRONCA TENER Y ANTES DE SALIR, PAGAR” – EL RINCON”.
No pude evitar sentirme emocionado y así se lo comenté a mi esposa, al recordar los momentos pasados junto con amigos y conocidos que hicieron de ese lugar, sin pretenderlo, una institución.
Con la costumbre y el tiempo, un grupo de amigos capitaneados por Eduardo Hernández Lobillo y formado por Carlos Chocron, Ricardo Muñoz Rodríguez, José Ríos Pozo, José Villar Padin y Juan José Zapico Sánchez, decidieron darle un carácter “un tanto oficial” a la reunión con unas normas escuetas perpetuadas en la leyenda citada más arriba.
Sin apenas darnos cuenta y de forma un tanto casual, muchos otros fuimos recalando en dicha reunión relevándonos día tras día, siendo siempre bien recibidos y fabulosamente atendidos por un gran profesional como era Alejandro. Salvo excepciones de recién llegados, todos conocíamos las costumbres. Pedir lo que desearas beber y si te marchabas, depositar en un gran cenicero que había ex profeso el importe de lo consumido. Este fabuloso sistema te permitía beber lo que quisieras y cuanto quisieras. Es decir: “tu mismo”.
Al esbozar estas breves líneas sobre el famoso Rincón y citar a mi querido e íntimo amigo Ricardo Muñoz Rodriguez me he vuelto a sentir triste por su reciente fallecimiento y a cuyo sepelio no pude asistir por encontrarme ausente de la ciudad. No dudo ni un solo instante querido Ricardo, que tu fluida elocuencia y capacidad de persuasión, harán que el Gran Hacedor disfrute con tu compañía.
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