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“El Rey fue paraguas de la corrupción, pero al poder ya no le sirve”

Un día decidió añadir el prefijo ex a la inmensa mayoría de cargos que adornan su hoja de servicios (alcalde, diputado, secretario general del PCE, coordinador general de IU, profesor...), pero se niega a extenderlo a su condición de analista y de altavoz crítico de la izquierda. Julio Anguita González (Fuengirola,  1941), la voz que cuestionó durante décadas el sistema económico al borde ahora del naufragio, reclama una reacción ciudadana que despierte a España del letargo. Su propuesta sigue incluyendo una decida apuesta por la República, tesis que expone en el libro Conversaciones sobre la III República (Editorial El Páramo) que hoy, 82 aniversario de la proclamación de la Segunda, presenta en Madrid.
–¿El creciente apoyo a la causa republicana que denotan las encuestas es real o sólo canaliza el malestar ciudadano ante un sistema político y económico en crisis?
–Sobre eso se puede hablar largo y tendido. Yo soy un ferviente republicano, pero hay que ir despacito. La República no es simplemente que no haya Rey y que haya un presidente. Por eso no muevo un dedo. Primero hay que responder a la pregunta de qué República queremos. Y por eso hemos escrito el libro, haciendo nuestras propuestas, cuáles serían los contenidos, qué filosofía. No me vale que mañana me digan “vamos a instaurar la República”, porque entonces contesto “vale, y con qué contenido social”. Si no, me niego. Y me temo que el movimiento republicano, una gran parte que generalmente se mueve mucho y saca banderas, todavía no se ha dado cuenta de que puede que le engañen en un momento determinado los poderes que han usado a la monarquía y al Rey, los que le piden que ahora abdique, y que en un momento determinado te pueden decir que te traen una República en la que copiarían el modelo exacto del Bienio negro de  1934. Yo no hablo de la República, sino de qué República. A eso dedico el libro.
-A ese debate imagino que contribuyen, y de qué forma, los últimos escándalos que están afectando al entorno de la Casa Real...
–Sobre el Rey y la Casa Real ha habido una especie de convenio, de pacto de silencio de los medios de comunicación, que pasaron por alto todas sus trapisondas. No es nuevo, pero eso es lo que se ha roto. El primero intento de acabar con el Rey ocurrió en 1993-94, la llamada “conjura republicana”. Muy rara, porque había incluso elementos conservadores. Empezaron a salir a la luz los escándalos de Javier  de la Rosa, Prado y Colón de Carvajal, Mario Conde, personas muy ligadas al monarca. La teoría era “mejor que el monarca se vaya porque así salvamos la monarquía”. Aquello pasó, se recompuso el acuerdo, pero de pronto ha vuelto otra vez. A ciertos poderes el monarca ya no le sirve, ha sido el paraguas que ha permitido todo este estado de corrupción generalizada. Piensan que su hijo, el futuro Felipe VI, es el que va a solucionarlo. Eso es una solución a medio plazo, porque no sabemos cómo puede ser este señor en caso de ser jefe de Estado, y porque el régimen que surgió de la Transición está muriendo por inclusión. No me extraña que ahora desde todo el espectro se metan con el Rey: no sólo  la izquierda, sino también la derecha. Porque ven que es una pieza que ya no les sirve e intentan sustituirla por otra.
–La imputación de Iñaki Urdangarin y de la Infanta Cristina parece la puntilla definitiva a la credibilidad de la institución...
–Bueno, sólo es lo último. Son casos que parece que pertenecen a la vida privada del Rey, pero cuando se es monarca y eso incide en la política ya no son privados. Nada de esto es nuevo. Son las trapisondas del Rey, que eran conocidas, pero hubo un pacto de silencio sobre ellas.
–¿Frente a ese escenario, cuáles son los ejes que vertebran su propuesta republicana?
–Están en el libro y son muy claros. Primero, la futura Constitución republicana tiene que tener como eje la Declaración de los Derechos Humanos y los principios políticos, económicos, sociales y medioambientales. Segundo, la República tiene que traer una democracia radical, con profundos cambios en la Ley Electoral, la participación ciudadana… Tercero, tiene que apostar por la paz, y esto significa irse desligando de la actual concepción militar, llevarnos a una nueva idea de Ejército. Las batallas se ganan ahora por el aire, con los drones; ni las infanterías ni las caballerías son decisivas ya en el desarrollo de una guerra. En cuarto lugar, República es austeridad, pero no entendiéndola como recortes, como hace el Gobierno de Rajoy, sino apostando por política sociales y evitando gastos faraónicos, como aeropuertos que no existen. En quinto lugar, debe ser laica. Hay que separar el estado de cualquier religión. No quiere decir que la República sea antirreligiosa, en absoluto, sino que la religión debe relegarse a la esfera de lo privado. Usted que está en una población donde hay mucho Ejército... ¿qué hace el Ejército en una misa de campaña? ¿Qué pintan los soldados custodiando un paso de Semana Santa? ¿Pero dónde estamos? El sexto eje sería el de España como Estado federal plurinacional. Abordamos así un problema como el de Cataluña, que no es de ahora, tiene dos o tres siglos de vigencia y hay que explicarlo para que la gente no se lleve las manos a la cabeza con lo que está haciendo Artur Mas, con el que no estoy de acuerdo en absoluto. Él plantea la independencia de Cataluña, y sin embargo es el mismo que está apoyando las políticas conservadoras del PP. ¿Vamos a hablar de la independencia de Cataluña o vamos a hablar de política social? O nos emborrachamos de senyera o de alternativas para la mayoría. El séptimo eje implica un cambio profundo en  política exterior, vincularnos a Iberoamérica, a la que tenemos olvidada totalmente, en igualdad de condiciones con la apuesta por la UE.
–¿Pero está la sociedad española, pese al malestar latente por la crisis, madura para asumir todos esos cambios, incluida la supresión de la figura del Rey?
–Yo lanzo la idea. Hemos hecho un libro muy didáctico, muy riguroso en los hechos, en el análisis, y ahí esta. Yo digo como Espartero: “Hágase la voluntad nacional”. Si no lo quieren leer están ustedes en su derecho, pero a mí no se me quejen... (Risas).
–Su anterior libro, ‘Combates de este tiempo’ (Páramo, 2011),  recupera reflexiones e intervenciones de hace décadas, pero sorprende que buena parte de su argumentario está más vigente que nunca. ¿El tiempo terminó dándole la razón?
–Se publicó precisamente por eso, para recordar al lector eso de que “de aquellos polvos vinieron estos lodos”. Se demostró que llevaba razón, pero no quiero mitificar a las personas ni a mí mismo. Entre otras cosas, en aquel momento una de las cosas que se estudiaba era el Tratado de Maastricht (1992). De allí surgió una determinada política económica y el euro, que nos han llevado a lo que hoy está ocurriendo.
–¿El colapso del sistema confirma que el capitalismo está agotado?
–Está agotado, pero tampoco es nuevo. No voy a trasladarme siquiera a Marx, sino simplemente a Schumpeter, quien ya dijo que el capitalismo moriría de éxito. Mientras ha habido un territorio que conquistar ha ido funcionando, pero ya no se puede producir más, porque hay población que no puede consumir. Cuando se dice que los bancos no prestan a las empresas es verdad, pero también es verdad que no se fían de lo que puede producir. Si plantemos hoy a la CEOE una serie de ventajas para producir no sabría en qué sectores hacerlo. En España se ha desmantelado el sector productivo, el tejido industrial, se ha privatizado el sector público. Retomar la capacidad de conquistar el mercado va a ser dificilísimo. Es un drama, y por eso el sistema va  morir de éxito.
–Lo paradójico es que se opte por salvar a los bancos y dejar caer al ciudadano de a pie...
–No es paradójico, es el sistema, que opera para sí. El fracaso es matizable: no ha fracasado para él, sino como alternativa ética, democrática, como alternativa de justicia, pero como operación económica que tiene como fin la riqueza de unos pocos ha sido todo un éxito.
–¿Y hay receta para solucionarlo?
–Siempre he odiado esa palabra. Estamos en una situación de excepción, en un momento en el que el Estado de Derecho no existe. Esto sólo lo puede arreglar la población, por eso se lanzó Frente Cívico. Hay que buscar algo que una al 95 por ciento de la población, que sirva de nexo, de cemento, para que la gente vaya acercándose y se erija en contrapoder. Quiero ser claro: un poder que no es el Gobierno de turno. Al poder hay que enfrentarse con otro poder que le venza democráticamente. La ciudadanía organizada es la única capaz de vencer al poder. ¿Y qué es el poder? Muchos, pero uno claramente: el Banco Santander, el BBVA, las multinacionales...
-Pero a esos movimientos ciudadanos y sociales se los está intentado satanizar desde los sectores más conservadores...
–Eso es viejo, se hace siempre. La oligarquía y la burguesía española han hecho siempre lo mismo. Claro que demonizan, satanizan… Hablan de democracia cuando les conviene. Precisamente ellos, que han minimizado la democracia, que legislan contra la Constitución, ellos precisamente… Los poderes son poderes de ladrones, de alto copete, de cuello duro, educados en colegios importantes, pero ladrones.
–¿No peca la sociedad de aletargamiento en un país con casi 6 millones de parados, recortes sociales, suicidios por desahucios...?
–Ah, mire usted, en eso me gusta ser claro: tendrán que darse cuenta. La población está acostumbrada a echarle la culpa siempre a otro. Ése es un gran problema de este país: a la gente le da miedo pensar. O el pueblo despierta o acaban con él.  A veces mis palabras no gustan, porque la gente prefiere pensar en quién va a ganar la Champions, en programas de televisión... Es una especie de morfina, un sedante que calma algo el dolor que sufrimos. Pero es un problema… El cuerpo social tendrá que asimilar que es él el que puede solucionar esto.
–Una minoría al menos está reaccionado en la calle...
–Sí, pero son una minoría casi heroica que está peleando en beneficio de una inmensa mayoría que se queda en su casa. Por eso me merecen un respeto enorme, vengan de donde vengan los que están pelando, porque intentan decirle a los demás “salid de vuestra casa de una vez”.
-¿Cuál es su visión del fenómeno de los escraches y de las medidas aprobadas por la Junta de Andalucía para facilitar el acceso a la vivienda a los más desfavorecidos?
–He sido muy crítico con la incorporación de IU al Gobierno de Andalucía, pero la medida aprobada es justa y valiente. Lo cortés no quita lo valiente. Lo que nunca voy a hacer es condenar a los escraches. Estamos inmersos en una situación de auténtica hipocresía social. Que unos señores políticos o tertulianos empiecen a pontificar diciendo que llegan, que qué le harán a un pobre niño... Es verdad, es lamentable, pero no es más lamentable que cuando otro pobre niño es puesto en la calle por las fuerzas de orden público con sus padres. No se puede pedir que las pobres gentes sean como era la conciencia de la burguesía del Siglo XIX, que decía “este pobre es muy limpito, muy educado, le damos lo que sobra de la comida y además lo agradece”. La gente es como es y los poderes, ellos, han creado esta situación. La violencia que puede haber, y que no lo hay porque lo están haciendo de forma pacifica, la está creando el poder económico con esta política. Así que no los condeno en absoluto.
–IU se sienta ahora en el Gobierno de Andalucía junto al PSOE. Han cambiado las cosas desde que era coordinador general...
–IU siempre tuvo ese problema, la alianza con el PSOE. No termina nunca la discusión, porque la causa es una concepción de la izquierda, del PCE, que no sabía hacer otra política. Será objeto de otro libro: por qué la izquierda no ha sabido vivir más allá de ser satélite del PSOE.
–Sorprende que se gobierne con el PSOE en Andalucía y se sustente al PP en Extremadura...
–No es lo mismo. Yo respaldé que no se apoyara al PP, sino que ese Gobierno fuera consecuencia de no votar allí. En eso estuve de acuerdo con mis compañeros de Extremadura. Yo apuesto por programas, no me hablen de siglas. Si hablamos de siglas, recordemos que el cambio vergonzoso de la Constitución Española, el ataque más antipatriótico que este país ha recibido, lo aprobaron PP y PSOE juntos, Zapatero y Rajoy. El PP hace la misma política del PSOE pero agudizándola.
-¿Sigue vigente entonces su famosa teoría de las dos orillas?
–Totalmente, además tal y como se formuló. Nunca he dicho que el PSOE es de la otra orilla, sino que está en la otra orilla, apoyando a la OTAN, pensando que la economía de mercado es la que vale, que la política europea es la correcta... Está, claro que está, otra cosa es que lo sea... Todos somos lo que hacemos, no lo que decimos .
–Tras la escalada en las últimas elecciones generales, ¿puede IU rentabilizar el descontento social?
–La situación es tan grave que no confío en que ninguna elección la resuelva. Es el mecanismo democrático, pero en España estamos en un estado de alarma... No nos damos cuenta de que todos los días aparece un ladrón nuevo, el Gobierno dice que la crisis va a durar un año más, que estamos camino de los 6 millones de parados, los recortes, las auténticas payasadas que dicen los ministros cuando hablan de economía. Estamos ante un dislate, un auténtico disparate, una especie de estado de excepción. Hablar de elecciones ante estos problemas es como hablar de aspirinas frente a un cáncer.
-¿Conseguirá la política lavar su imagen tras esta crisis?
–El problema son los que entienden la política como profesión, como una especie de clase. Pero este país es muy curioso: está todo el día rajando de políticos, pero cuando hay elecciones vuelve a votar  a ladrones. La gente tiene su parte de responsabilidad. Es muy fácil decir que los políticos tienen la culpa, pero... ¿y quién les votó?
-¿Echa de menos no figurar en la primera línea política?
–­Estoy, estoy. Escribo libros, doy conferencias... Pero afortunadamente no estoy secuestrado en Madrid como estuve 12 años y 10 meses de mi vida, cuando tuve que perder tiempo en cuestiones que para mí no eran fundamentales. “El problema de Ceuta y Melilla se enmarca con Gibraltar y el Sáhara, pero mientras tanto están bien como están” -¿Qué papel juegan Ceuta y Melilla en las relaciones bilaterales entre España y Marruecos?
–El problema de Ceuta y Melilla hay que ubicarlo junto a un problema más global, el de Gibraltar y el del Sáhara. Están ahí, en esa zona geoestratégica. No se pueden solucionar ni abordar solamente desde una única solución. Mientras la situación siga siendo la que es, creo que Ceuta y Melilla son dos poblaciones españolas, y si se aborda un diseño geoestratégico nuevo donde se incluyan Gibraltar y el Sáhara, pero hablando en serio sobre el Sáhara, entonces podríamos hablar de muchas cosas. Pero mientras tanto, Ceuta y Melilla están bien como están.

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