Más de treinta años son los que lleva el Partido Socialista gobernando Andalucía sin interrupción. Desde 1978. Antes de que fuese Comunidad Autónoma. Yo tengo muy gratos recuerdos de esos años. Cuando se realizó una fuerte campaña a favor de que esa Comunidad se le considerase como histórica y de que se accediese a su constitución por la vía rápida que preveía el artículo 151. Fueron momentos excitantes del desarrollo democrático de España. Se salía de una dictadura de más de 40 años. Nuestra democracia era aún muy frágil. Pero el deseo de cambio y la ilusión por construir un futuro mejor nos hacía olvidar todas las dificultades. En aquellas campañas y debates participaba la flor y nata de la intelectualidad progresista de España.
Con algunos históricos del socialismo del momento participé en determinadas campañas y a varios de ellos les facilité apoyo logístico en lugares en los que residía y trabajaba, donde el fascismo aún se masticaba. Y ello a pesar de que nunca milité en sus filas. Pero eran otros tiempos. Eran hombres y mujeres de principios con los que se podía colaborar. Para ellos lo fundamental eran los ideales y la construcción de un mundo mejor. Se trataba de desplazar a los “caciques”. A los que encarnaban la historia más negra de la Comunidad. Esa Andalucía profunda compuesta de miles de jornaleros hambrientos, que se reunían por la mañana en la plaza del pueblo a la espera de que el señorito de turno se dignara escogerlos, como si animales se tratara, para echar unas peonadas.
Aunque esos años se habían quedado atrás, no fue porque la burguesía regional hubiera desarrollado una actividad económica productiva. La España de la fanfarria y la pandereta era la que seguía dominando muchos de los escenarios que el franquismo construyó a lo largo del litoral andaluz, para goce y disfrute de miles de turistas ricos. Muchos pueblos andaluces se habían transformado. Sí. Pero fue, fundamentalmente, gracias a las remesas que enviaban miles de trabajadores que habían emigrado a Europa. Remesas que eran depositadas en las Cajas de Ahorro, y que sirvieron para financiar gran parte del desarrollo industrial del País Vasco y Cataluña. Los socialistas supieron como nadie encarnar la idea de cambio. Consiguieron ilusionar a millones de andaluces que pensaron que, por fin, se podían liberar de las cadenas que los habían oprimido durante siglos. También ilusionaron a un amplio sector de la militancia progresista de entonces, mucho más a la izquierda del Partido Socialista. Este fue el secreto de su éxito, y la razón de haberse mantenido tantos años en el poder.
No seríamos justos si no reconociéramos algunos éxitos conseguidos por el socialismo andaluz. De su mano, aunque también gracias a los fondos de solidaridad europeos y nacionales, Andalucía ha experimentado una profunda transformación. La extensión y desarrollo del sistema sanitario y educativo hasta lugares en los que, hasta hace poco tiempo, no accedían más que piaras de cabras, es una buena muestra de ello. La red de carreteras que unen las principales capitales andaluzas es otro de los logros. Sin embargo, junto con Extremadura ocupamos los últimos lugares en PIB per cápita desde hace ya bastantes años. Ostentamos el triste record de ser la Comunidad de mayor tasa de paro de todo el país (31,23% frente al 22% en España). También ocupamos un lugar destacado en fracaso escolar.
Pero de todos los indicadores que podamos buscar, lo peor, bajo mi punto de vista, ha sido la tremenda red clientelar tejida por los socialistas durante todos estos años. Familias enteras de desempleados que gracias a los fondos del PER han podido mantenerse en condiciones de vida más dignas, pero que también ha ocasionado una cultura de la subvención incompatible con los requerimientos de una sociedad moderna y global. Miles de empleados públicos “enchufados”, trabajando al servicio de un partido, que por esta razón se han colocado por encima de aquellos otros que se han sometido a los principios constitucionales de igualdad, mérito y capacidad, para el acceso al servicio público. Cientos de pillos y sinvergüenzas que, amparados por unas históricas y prestigiosas siglas, las del Partido Socialista Obrero Español, las han utilizado para obtener prebendas y beneficios económicos a costa del erario público (a a alguno de ellos lo conocemos en Ceuta, ocupando en la actualidad destacados puestos en el Partido Popular). Funcionarios incompetentes y corruptos, que al verse encumbrados de forma inmerecida por los gobernantes del momento, han desplazado y marginado a otros mucho más preparados que ellos. Cientos de miles de pensionistas que han sido engañados por la propaganda oficial, hasta hacerles creer que su pensión dependía del voto que les dieran a los que gobernaban.
Son las consecuencias de un régimen. El Régimen. Es en lo que estos aprendices de socialistas han convertido una rica y bella región como es Andalucía. Mi tierra. Para ello, previamente han ido desplazando a todos los históricos militantes. A los que actuaban sólo guiados por sus nobles ideales. Y en los puestos clave se han ido situando personajes mediocres y frívolos. Nuevos ricos, que lo único que buscan y les interesa es el dinero y la ganancia fácil. Ojalá que el viejo y sabio pueblo andaluz los sepa situar en el lugar que se merecen. Y sean condenados de por vida al ostracismo y al olvido de la Historia.
Porque soy andaluz y de izquierdas, es lo que deseo profundamente.
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