Operación tras operación, detención tras detención, conocemos de un problema que no existe. Algunas elites políticas nos aseguran que Ceuta no es cantera de yihadistas, que en la ciudad no existe un problema de radicalización, pero cada cierto tiempo, con cierta cadencia, saltan a los medios de comunicación las noticias sobre la detención de captadores, la desarticulación de redes y de células, noticias sobre jóvenes de Ceuta que marchan a combatir a una guerra ajena.
Veintidós detenidos desde el año 2013 es un número suficientemente importante en una ciudad tan pequeña. Ceuta tiene unos condicionantes geográficos y demográficos ineludibles que la hacen un lugar especialmente apropiado para el asentamiento de redes radicales: su situación de espacio frontera con un país islámico y su elevada proporción de población musulmana. A esto se añaden variables como la existencia de barrios étnicos, los problemas identitarios de los jóvenes y los factores psicológicos y de comportamiento individuales. Los últimos detenidos ratifican algunas de las características habituales de captadores y captados dentro de las redes de radicalización: cercanía familiar o de amistades involucradas en este tipo de procesos, paso por instituciones con regímenes restrictivos como cárceles, centro de menores o de internamiento de inmigrantes, necesidad de reconocimiento por parte del grupo, residir en entornos favorables como barrios marginales donde la autoridad y las normas del sistema han sido sustituidas por otras propias.
Por eso no sorprende la detención del denominado talibán español. Con necesidad de reconocimiento social unido a la cercanía familiar y de amistad de personas presuntamente implicadas en estos procesos y tras su paso por Guantanamo y las cárceles españolas que favorecían una profundización de su radicalización era evidente que más pronto que tarde acabaría por volver a vérselas con la justicia.
Sin embargo, lo más preocupante ha sido la segunda operación de la pasada semana que ha terminado con la detención de un joven marroquí por difundir mensajes radicales en redes sociales. Preocupante no tanto por el perfil del presunto radical, sino por la percepción que sobre este asunto tenían los vecinos y personas cercanas a este muchacho. Además del apoyo que recibió durante la detención por parte de algunos que se materializó en increpaciones a la Guardia Civil, no deja de ser llamativa la percepción que sus allegados tenían sobre su actividad en internet con la difusión de videos e imágenes violentas de propaganda del Estado Islámico. Compartir esa propaganda es hacerle la labor de difusión del IS y es banalizar el crimen y es precisamente a través de las redes sociales como se facilita la denominada “radicalización exprés”. Se ve que algunos vecinos de esta ciudad tienen la misma percepción que ciertas elites, que se trata de un problema que no existe.
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