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El Príncipe, la otra cara de Ceuta

Pistoleros encapuchados, tiroteos, incendios provocados, servicios públicos que han de subir escoltados en prevención de emboscadas y, ahora, el asesinato de Karim, un miembro de las brigadas cívicas. Sumida en la trilogía del miedo, la indignación y el dolor, la barriada del Príncipe Alfonso se pregunta, con razón, si tal circunstancia podría concebirse en el centro de la ciudad. Indiscutiblemente que no. El Príncipe no merece esa suerte y precisa no de un plan especial sino de múltiples planes que cambien de raíz el barrio. Comenzando por saber quienes son los que ilegalmente se asientan en el lugar y devolviéndolos a su país.
Hará unos seis o siete años que no subo por allí. Fue cuando acudí a fotografiar el estado de las obras del nuevo hospital y los impactos de bala que presentaban muchas señales de tráfico, utilizadas como dianas de entrenamiento de los pistoleros de turno. De repente, una lluvia de piedras comenzó a caer sobre nosotros, obligándonos a abandonar precipitadamente el lugar. Quizá no fueron las fotos lo que provocó aquel iracundo aluvión pétreo sino la identificación por un grupo de jóvenes, como agente de la autoridad, de uno de mis acompañantes.
Como digo no he vuelto, desde entonces, por un barrio por el que siento un especial cariño, pues no en vano en él discurrieron diez inolvidables años de mi carrera docente. En ese tiempo, además de la enseñanza, las circunstancias de aquellas modestas gentes me llevaron a hacer de consejero, de altruista gestor en tantos trámites administrativos o hasta de improvisado conductor para trasladar urgentemente al hospital a algún vecino. Ni que decir tiene que aquel paso mío por el Príncipe me permitió ganar extraordinarios amigos con los que, muchísimos años después, el fraternal encuentro por la calle es objeto de mutua satisfacción y alegría.
Muchos de ellos abandonaron ya el barrio buscando una mejor vida para los suyos. Otros, en cambio, se resignan a su suerte al no permitírselo sus medios y no faltan quienes allí siguen por propia voluntad. Todos coincidimos en que aquella entrañable barriada ceutí hace muchos años dejó de ser la que fue. El miedo, la inseguridad o la llegada de ciertos individuos han ido dando lugar a un escenario preocupante, no ya sólo para los vecinos sino para la propia imagen de la ciudad.
El abandono y el olvido de las sucesivas administraciones hacia el Príncipe ha sido determinante para llegar a la situación presente, especialmente cuando los problemas de la droga, el incremento poblacional, la inmigración ilegal y la delincuencia comenzaron a mostrar sus primeros brotes: Mejor no mirar. Que lo arreglen otros. El Príncipe está perdido, no tiene solución…De esta guisa el barrio fue creciendo sin ningún plan urbanístico, a ritmo de pura improvisación y sin la menor racionalidad, con construcciones ilegales por doquier, no sólo en su planta sino en la titularidad del suelo. De tal suerte surgieron esos múltiples recovecos y lugares de difícil acceso, que ni pintados para la delincuencia a la hora de escapar de las fuerzas de orden público.
Fuerzas que, incomprensiblemente, dejaron de estar presentes en un núcleo poblacional tan importante y estratégico por su proximidad a la frontera. Primero fue la comisaría de Policía que existió en las inmediaciones de la iglesia y, tiempo después, la Guardia Civil. ¿Cómo garantizar la mínima seguridad en un barrio de esas características sin la presencia física y permanente de estos efectivos? ¿Hasta que punto es posible la misma si se plantea desde una estrategia exterior al barrio tal y como viene sucediendo?
Ahí está el debate mientras la paciencia de los vecinos parece haberse agotado tras el asesinato de Karim. Es el momento de hacerse oír, de exigir con insistencia algo tan vital como su seguridad. Y también de armarse de valentía y poner en conocimiento de la autoridad cuanta información sea posible para tratar de erradicar el enquistado problema.
La situación de criminalidad no es la de los años noventa, pero de no ponerse freno a lo que allí viene sucediendo podría conducir a situaciones nada deseadas. El Príncipe reclama soluciones. ¿Quién concibe en él, vista la realidad del barrio, ese posible referente turístico del que nos llegó a hablar recientemente Carracao? Por buena voluntad y por imaginación, que no quede. Quizá él, por su juventud, pudiera verlo algún día, cosa que pongo en duda. Yo, a mis años, seguro que no.

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