Los vecinos del Príncipe tienen miedo. Lo cuentan hoy, tras semanas en las que la delincuencia se ha convertido en la tónica diaria. Robos de coches, asaltos a viviendas, atracos... todo esto perpetrado por bandas que se han convertido en los reyes del lugar. Bandas que tienen atemorizados a los vecinos de bien, que los hay, y muchos. Bandas que llevan meses haciendo de las suyas, que nada temen a enfrentarse incluso entre sí a disparo limpio. Hay tiroteos en el Príncipe que no salen a la luz porque ni hay denuncias ni sabemos de sus heridos. Éstos aguantan los disparos en sus casas, blindados. Allí son curados porque saben que si bajan al Hospital serán detenidos por la Policía al tener cuentas pendientes. La Jefatura Superior conoce de lo que escribo, como lo conoce y sufre la barriada, o al menos esa parte que tiene miedo y soporta el infierno en que se ha convertido la zona. Hoy le rajan la cara a uno y le curan en su casa, mañana le pegan un tiro en la pierna y se esconde en su bunker esperando el momento de ajustar las cuentas que alimentan su modo de vida, mientras se sigue machacando al barrio.
Hoy habla de manera clara y valiente su presidente vecinal, Abdelkamil Mohamed. Hoy Kamal da un paso al frente para denunciar lo que a él le trasladan sus propios vecinos, que viven atrapados en una venenosa serpiente dominada por una banda, cada vez con mayor peso, que dispone de armas de fuego y que quiere que el barrio siga así, siendo su fortín, un lugar inviolable en el que si te disparan te ocultas, te curan y vuelves a disparar, robar, amenazar y extorsionar.
“Estamos hablando de una banda callejera donde hay niñatos que tienen armas de fuego”, denuncian los vecinos. Yo añadiría algo más. Tienen armas y consumen mucha droga: un cóctel molotov temerario que sustenta los posteriores delitos que afectan especialmente a este barrio pero que se extienden a otros.
Se pide la colaboración ciudadana, pero esa colaboración no puede darse en un barrio abandonado, en el que nadie se la va a jugar por dar nombres cuando no encuentran después amparo. En los juzgados estamos hartos de verlo todos los días: ¿cuántos testigos de los que acuden a juicio dicen la verdad?, ¿cuántos desisten porque están amenazados? Se puede pedir colaboración cuando hay confianza, pero cuando ésta es inexistente, cuando faltan medios e implicación de las altas esferas (y hablo de Madrid) ese binomio no triunfa.
Tenemos un problema gravísimo de desestructuración social, de delincuentes con fácil acceso a las armas y a las drogas, con generaciones que hoy viven bajo la amenaza de lo que no es más que una mafia. Parece que hay quien no quiere ver lo que está muriendo delante de nuestras narices.
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